Un conocido lagarero y cosechero fue preguntado en un acto público acerca de cuál era el límite mínimo de hectáreas que debe tener una pomarada en Asturias para ser rentable. Respondió que tres, al menos. Su interlocutor, como no disponía de mucho terreno, quiso saber si con media hectárea sacaría algo que no fueran disgustos. Y el llagareru, con serio sentido del humor, sentenció: «Con esa superficie lo único que sale rentable es la droga. Pero eso es ilegal».

El minifundismo y la dificultad de acceder al suelo agrario es sólo uno de los problemas a los que se enfrentan los productores de manzana. Son acaso el eslabón más débil -y además en retroceso- del sector sidrero en Asturias, una actividad que en 2009 movió 58 millones de euros, según los últimos datos de Sadei. En la manzana o, mejor dicho, en la escasez de manzana está sin duda una de las grandes paradojas de esta industria agroalimentaria. Los expertos estiman que los llagareros asturianos se ven obligados a comprar otras en regiones españolas, en Francia o en países del este de Europa, entre 15 y 20 millones de kilos al año. Como poco. En la campaña 2006-2007, llegaron de otras comunidades españolas 29,5 millones de kilos y del extranjero entraron 18,6 millones, dice la estadística de Sadei. Ojo, que son datos elaborados sobre declaraciones voluntarias de los productores. Anualmente se comercializan 45 millones de litros de sidra. De ellos, sólo tres millones -los que se producen bajo las etiquetas de calidad de la Denominación de Origen Protegida (DOP) y la de «manzana seleccionada»- se hacen exclusivamente con frutos autóctonos.

Los productores asturianos de sidra se gastan anualmente unos 5 millones de euros en traer manzana de fuera. En un sector con una demanda a prueba de bomba -proverbial es la sed de sidra de este pueblo transmontano- sorprende que el abastecimiento de materia prima autóctona sea una de las principales preocupaciones de los elaboradores del dorado, y adorado, caldo regional. «Cualquier lagarero estaría encantado de firmar un contrato para comprarle la cosecha al que ponga una pumarada», sostiene José María Osoro, presidente de la Asociación de Llagareros de Asturias. Está todo vendido de antemano.

La maldición de la tierra «escasa y montuna»

Entonces, cabe deducir que si no hay manzana suficiente para abastecer la demanda, será porque no es un negocio rentable. ¿Será por los precios? No precisamente. Todos los implicados en la producción sidrera admiten que los lagareros pagan por la manzana asturiana «el mejor precio de Europa». Las variedades incluidas en la denominación de origen se cotizaron el año pasado a 0,37 céntimos el kilo y los lagareros, por calidad y proximidad, prefieren siempre el fruto del país. Y eso que la manzana francesa se paga a 0,24 céntimos, con portes incluidos. «La manzana asturiana es un negocio rentable. La pomarada de mi padre, que no llega a 4 hectáreas, dio este año pasado 110.000 kilos, lo que supuso unos ingresos de unos 30.000 euros. No está mal para una casería familiar. ¿Cómo cree que viven los agricultores en Europa? No me explico que estemos desaprovechando un recurso que tenemos en Asturias con tanto valor añadido. No lo entiendo». Quien hace esta reflexión es Samuel Trabanco, dueño de 70 hectáreas de pomaradas propias. Es, además, el llagareru que más litros produce de Asturias. Con mucha diferencia. Conocedores del sector indican que, del total de los ingresos por ventas, la mano de obra para recogida supondría un tercio de los ingresos. «¿Los beneficios que da una pomarada? Pues, hombre, si tienes la tierra y según la maquinaria que necesites, pueden ser la mitad de los ingresos», apunta Jorge García, gerente de Aacomasi, la cooperativa que agrupa a los 360 cosecheros principales de la región.

Además, y pese a la amenaza de «enemigos» declarados del manzano como los corzos o plagas como la de la rata-topo americana, desde el punto de vista de las mejoras tecnológicas el sector ha avanzado mucho en la lucha contra las enfermedades o en el aumento de la productividad. Lo mismo que en las técnicas para amortiguar el efecto de la vecería. Del mismo modo, la investigación desarrollada por el Serida ha contribuido a un conocimiento mucho más profundo de las variedades autóctonas y al desarrollo de un catálogo de las que se consideran idóneas para elaborar la sidra con denominación de origen protegida, aunque esa propuesta no fue recibida por aclamación en el sector y, de hecho, un grupo de lagareros se desmarcó y optó por una marca propia: la sidra con manzana asturiana seleccionada, que utilizaba variedades locales no incluidas en la DOP.

El sector ha avanzado, sí. Pero ahí están las grandes limitaciones estructurales. Primero, la tierra en Asturias es «escasa y montuna», como dice Jorge García, de Aacomasi, lo que dificulta la reducción de costes por la vía de la mecanización. Segundo, hay que tener suelo en propiedad y suficiente, y no es fácil adquirir terreno en Asturias, aunque el estallido de la burbuja inmobiliaria haya rebajado un poco la presión sobre una superficie que, a falta de chalés, bien podría acoger ahora pomares. Tercero, el negocio de la manzana no consiste en llegar y besar el santo. Desde que se planta la finca hasta que comienza la producción pasan seis años, y aunque existen alternativas para sacar rentabilidad a la plantación entretanto -el cultivo de alubias o guisantes- lo cierto es que ese «tiempo muerto» echa para atrás al que parte de cero. Por eso el perfil de los nuevos cosecheros es el de un profesional de otros ámbitos (abogados, arquitectos, empresarios...) que ya tienen terrenos y quieren rentabilizarlos. Pueden invertir y esperar. Para ellos, aunque aplican criterios más profesionales en sus pomaradas, el cultivo de la manzana de sidra es lo que siempre fue en Asturias: una actividad secundaria, complemento.

Y además de estas limitaciones estructurales, las pomaradas tradicionales se están agotando. No dan más de sí. La superficie en producción se reduce año a año. Los pocos datos fiables apuntan a que por cada 100 hectáreas que se pierden cada año, sólo se plantan 50 nuevas. Según los cosecheros, la esperanza de continuidad del sector está en las nuevas plantaciones en eje vertical, más profesionalizadas. Pero éstas suponen unas 1.000 hectáreas de las 6.500-7.000 que los representantes del sector estiman que hay actualmente en producción. Se trata de una estimación porque, aunque existe un censo elaborado a través de fotografía aérea digital por el Instituto de Recursos Naturales y Ordenación del Territorio (Indurot) de la Universidad de Oviedo -que fija en 10.000 las hectáreas de pomaradas en Asturias-, el sector considera que esas cifras hay que «aquilatarlas», indica José María Osoro, presidente de los lagareros. Elaboradores y cosecheros valoran y elogian el censo del Indurot, pero consideran que, en general, existen pocos análisis rigurosos. «Falta un estudio serio sobre la rentabilidad del sector cosechero», reclama Jorge García, de Aacomasi. «Necesitamos un diagnóstico preciso y clarificador. Nos hacen falta recomendaciones de nuevas ubicaciones para el cultivo, atendiendo a la relación calidad/precio del suelo. También sería interesante que, a través del Banco de Tierras se pusiera a disposición de los productores terrenos públicos en régimen de alquiler, o promover con las entidades bancarias créditos en condiciones preferentes para el cultivo del manzano», enumera José María Osoro, de la asociación de lagareros, quien además considera que la pomarada debería protegerse «como valor paisajístico» de Asturias al tratarse de un ecosistema distintivo de la región. Belén García Valdés, cosechera de Zanzabornín (Illas), tiene muy claro el valor simbólico y cultural del manzano: «Ahora nos están fallando las pomaradas antiguas y Asturias se está quedando sin manzanas. ¡Pero si hablar de Asturias es hablar de la sidra!, ¡Asturias ye la sidra!».

Belén García Valdés es consciente de los condicionantes que tiene su actividad, de los años que precisa una pomarada para entrar a pleno rendimiento, de la dificultad para reunir las suficientes hectáreas para superar el umbral de la rentabilidad, etcétera, pero insiste en que con la obligatoria profesionalización -«tenemos que ser cosecheros, no recolectores»- el cultivo de la manzana es una actividad rentable que permitirá fijar población en el medio rural.

Luis Benito García, investigador de la Universidad de Oviedo y uno de los expertos que mejor conoce el mundo de la sidra -está elaborando la candidatura con la que la sidra asturiana se presentará al título de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO- considera que el abandono por falta de viabilidad económica de la actividad ganadera favorece ahora un resurgir de la actividad cosechera de manzana como alternativa para el campo asturiano. Apunta que en estos momentos se está dando la situación inversa a la que se produjo en Asturias tras la guerra civil, cuando la producción de manzana dejó de ser rentable y se hundió a consecuencia de una caída de precio por sobreproducción y también por una especialización ganadera evidente. Antes de esa fecha, Asturias era excedentaria en manzanas y, según los datos recopilados por García, en la década de los años veinte y treinta se llegaron a exportar unos 30 millones de kilos al año. Quizá el declive lechero -y el retorno a la tierra como refugio frente a la crisis, algo que se detecta tímidamente en el sector- pueda propiciar una cierta resurrección manzanera.