Catedrático de Teoría General de la Información en la Universidad Complutense de Madrid y autor de varias obras de referencia sobre las cuestiones centrales de esta materia, el filósofo Felicísimo Valbuena (Madrid, 1942) acaba de ofrecer en la Fundación Gustavo Bueno de Oviedo un extenso seminario sobre su disciplina, en un momento clave marcado por las consecuencias de las nuevas tecnologías.

-Tecnologías de la Información, se llaman. Y algunos autores juzgan que, entre otras cosas, la revolución digital ha convertido por primera vez la información en mercancía. ¿De acuerdo?

-Fíjese hasta qué punto que, aquí en la Fundación, yo iba a aplicar el cierre categorial de Gustavo Bueno a la teoría general de la información, explicando algunos capítulos del libro en que traté este asunto. Y tenía planificado hacerlo como en mis clases, es decir, cumpliendo con una de las exigencias del materialismo de Bueno que es que todo lo que dices lo tienes que mostrar. Y yo lo hago con fragmentos de películas, documentales... Pero, claro, a raíz de esto que ha ocurrido, de esta persecución tremenda a los contenidos en internet, he tenido que cambiar el plan, porque creaba un problema muy grande, imagine que por mi culpa denunciaban a la Fundación. Así que, efectivamente, esto llega un momento en que se convierte en mercancía por la que tienes que pagar.

-No me refería tanto a la cuestión económica como a la forma en que ahora la información se desplaza por estos canales y la forma en que se fragmenta y multiplica.

-Es que las tecnologías sólo son de dos tipos. Lo dice Ciampa. Unas son las de la extensión, para vencer todos los límites espaciales. Y otras son las de almacenaje, para retrasar la salida del tiempo, para conservar todo lo que el hombre produce. Hay que reconocer que las nuevas tecnologías son ideales. Por una parte fragmentan, sí, pero por otra pueden hacer participar hasta extremos impensables a la población con nuevos sistemas de respuesta.

-¿Por ejemplo?

-Hace dos años el periodista Daniel Montero publicó su libro «La casta, el increíble chollo de ser político en España». Salió en un momento en el que había mucha gente parada pero con mucho fósforo en la cabeza y que controlaba la informática. Gracias a eso se empezaron a hacer presentaciones por internet y tuvo unas consecuencias tan tremendas que hoy los políticos ocupan el tercer lugar de las preocupaciones de los españoles. Nos hemos enterado de todos sus privilegios, cómo se distinguen del resto de ciudadanos, cómo se aforan... Que son, vaya, una casta distinta. Esto, sin las nuevas tecnologías, hubiera sido distinto. Y todo el movimiento 15-M y todo lo que corrió por la web hubiera sido imposible sin el libro de Daniel Montero.

-En otros países también sucede, piense en las revueltas árabes.

-O fíjese en Irak. Que con estos móviles graban todos los choques, todas las muertes y lo publican. Esto es de esta tecnología, esto anteriormente no ocurría.

-El problema, uno de ellos, es la sobrecarga de información que trae la red. ¿Cómo se combate?

-Lo tengo muy claro. Eso ya lo planteó George Miller en el año 1956 con el número mágico de siete más o menos dos. Decía que las personas no podían superar atender a más de nueve asuntos. Y luego está lo que dijo Russell Ackoff, un científico social al que admiro mucho, que el secreto no es disponer de la mayor cantidad de información importante, sino de la menor cantidad de información no importante. Si uno se quiere hacer con la mayor cantidad de información, llega un momento en que te desorientas y no sabes tomar decisiones, o incluso el problema ya ha desaparecido o se ha creado otro mucho mayor que el que querías solucionar, por ejemplo. El secreto está en disponer de la menor cantidad de información no importante.

-Lo contrario de lo que sucede en la red.

-Es que ahí está el tema de internet. Vas buscando un asunto y como no tengas los criterios claros, es que acabas buscando lo contrario, te vuelves loco, porque con los hipervínculos acabas incluso creándote una concepción paranoica de la vida. No es lo mismo que la serendipity, que es cuando buscando una cosa te encuentras otra mucho mejor. En internet puede darse eso, pero también acabas leyendo auténticas tonterías.

-¿No es un problema de los hipervínculos, contrarios al discurso lineal al que estamos más acostumbrados?

-Voy a contar algo en lo que he pensado varias veces. Antes, una película de cine tenía una estructura, unas leyes internas, y cada escena se enlazaba con la siguiente. Ahora no. Ahora, y se puede seguir con el reloj, se estructura por escenas de sexo y violencia. No hay normas internas, hay hipervínculos de sexo y violencia. Antes, en la época dorada de Hollywood, había cines en los que se hacía una «preview» y al público se le entregaban tarjetas para que opinasen sobre la película. Pues esto se ha cambiado y ahora lo que ponen, en especial en los episodios piloto de las series, son sensores en los que registran las constantes vitales del espectador. Y, así, han visto que cuando hay sexo o violencia, suben los «magoos», que son las unidades de interés que utilizan en el cine. Entonces se plantean cosas como «este episodio tiene tantos "magoos"». Y eso, claro, no tiene que ver con el argumento. Eso son escenas que hacen click, simplemente.

-¿La inmediatez, lo instantáneo?

-Sí, ocurre como con las películas pornográficas, que son denotativas, no connotativas. No dejan nada a la imaginación. Y es lo que pasa con los hipervínculos. Coges un link y ¡zas!, te vas yendo. Si tienes criterio es maravilloso, pero si no... Y no digo nada de lo que rompe el pensamiento cuando vas buscando algo y te sale la publicidad. La distracción es continua.

-Plataformas como Twitter, ¿alteran las estructuras informativas clásicas?

-Y el lenguaje. La ortografía es la primera víctima en esta batalla, porque como sólo se pueden escribir equis caracteres, hace que la «qu» se convierta en «k». Y, sobre todo, lleva al sensacionalismo. Son unas estructuras tan rápidas que no da tiempo a crear un pensamiento consistente, a pensar. Y por eso se produce un cansancio y por eso la publicidad, incluso, tiene que ser más agresiva todavía, y las agencias tienen que crear asuntos cada vez más llamativos.

-¿Cuál es el camino para los medios tradicionales?

-Yo no tengo la fórmula, pero una variable, es el periodismo de investigación. Bien realizado, el periodismo de investigación es lo que distingue a un periódico de los demás. Lo que ocurre es que, claro, para hacer este trabajo los periodistas tienen que estar muy respaldados jurídicamente. Y eso cuesta dinero. Además, en muchos periódicos los puestos no los ocupan ya personas fijas, sino colaboradores o becarios. Eso provoca que no pueda haber un periodismo de investigación en profundidad. A su vez, los periodistas de investigación, si fueran listos, harían el esfuerzo para trabajar sus temas, porque son asuntos a los que luego, a largo plazo, les sacas rentabilidad. Te empiezan a llamar de tantos programas, que puedes resarcirte económicamente de una forma fácil. Con esto de Urdangarín, los que se adelantaron hace un año y empezaron a escribir sobre el asunto, enseguida han empezado a aparecer por las televisiones.

-¿Le permite llegar a alguna conclusión el caso de Urdangarín?

-Que no hubiera sido posible sin el trabajo previo del libro de «La casta» y el sentimiento de que aquí no puede haber privilegiados. Cuando se derribó ese respeto y se vio lo poco que trabajaban muchos de ellos, los españoles no entendieron por qué tenían esas comisiones o esas dietas aparte de sus sueldos. Porque todos tenemos unos horarios, y nadie cobra más dinero por estar en una comisión. Con eso hay que acabar. Y cuando se empiezan a conectar todas estas cuestiones llega un momento en que la gente decide ir un poco más arriba. También es verdad que previamente hay libros como el de José García Abad sobre el Rey. Así que a Urdangarín se ha llegado, anteriormente, por escaramuzas sobre políticos y monarquía. Y, claro, del Rey abajo, ninguno. Me parece que Urdangarín ha actuado con muy poca inteligencia, con una ambición paleta. Esto sale por «hibris», por orgullo; te pasas de listo y te la pegas. Ya se sabe, los dioses a quien quieren perder, primero le vuelven loco.

-¿Hasta dónde puede conducir el malestar de un pueblo?

-No sé, porque el problema es que tampoco funcionan bien todos estos organismos como los tribunales de cuentas y demás. ¿Para qué sirven todas estas agencias reguladoras si hay tal desmadre de cuentas? Luego, es cierto, hay internautas que saben trabajar muy bien estos temas y que en época de crisis los escándalos siempre salen del mismo lado, de gente de dentro, del que le echan del trabajo, del que no crece en el partido. De la venganza. Volviendo al asunto, lo que podemos pensar es que el Rey se retire y que pasen el Príncipe y Letizia. Depende de la gravedad.

-¿Ve consistencia en el 15-M?

-No demasiada. Creo que han perdido cierta credibilidad. Quizá la misma ocupación durante tanto tiempo de la puerta del Sol llegó a molestar a mucha gente y les perjudicó bastante. A la opinión pública hay que tratarla de manera que no ofendas.

-¿El estreno del Gobierno del PP?

-Rajoy puede pasarse de prudente. Cuando tu madre va a hacer un pollo y lo mete en el horno sabe muy bien el tiempo que tiene que estar en el horno. No puede sacarlo antes, porque sale crudo, ni después, porque sale socarrado. Tiene que tener su punto, el tiempo oportuno, el «kairós». En política sucede lo mismo. Creo que ante el traspaso de poderes, decir que es modélico, ser caballeroso en esos casos es de pardillos. Además, si afirmas algo de forma categórica tienes que poner siempre alguna salvedad. «Yo no voy a subir los impuestos». Y, claro, que automáticamente lo hagas... Eso hace perder credibilidad. El presidente Bush dijo lo de «leed mis labios, no voy a subir los impuestos». Se los leyeron muy bien, lo echaron. Aquí han pecado de pardillos y se la han pegado si es verdad que hay ese desfase.

-Cunde cierta desesperanza. ¿Mandan los estados?

-Quien manda es el eje franco-alemán. Y así España ha quedado con el diseño de un país de turismo, de servicios, y de industria desmantelada. Pero eso no han sido los mercados, ha sido el eje franco-alemán. Y más el alemán.

-¿Qué sucede con Europa?

-Parece una película de los hermanos Marx. Europa es un oxímoron. Con un país como Bélgica, donde están todas las estructuras de la administración, sin gobierno y dividido.

-¿Reventará?

-No, porque no le interesa a China, que es el imperio. Y a Estados Unidos tampoco. Pero es que China... Dese cuenta las inversiones tan gigantescas que China tiene en Europa. La de chinos que hay en Europa, por así decirlo. Se vendrían abajo sus negocios.