El razonamiento es quizá una de las facultades que más nos diferencian de los animales. Ellos también pueden darse cuenta de las relaciones entre las cosas, pero lo hacen, que sepamos, sin seguir un proceso formal. Los reyes del razonamiento fueron los sofistas que viajaban por la Grecia antigua vendiendo sus enseñanzas. Todo consiste en construir bien el edificio. Si el fundamento es correcto y los juicios están bien formulados, el resultado ha de ser la verdad. Esta idea se basa en el convencimiento de que la naturaleza sigue las reglas de la lógica y que nuestro cerebro es capaz de conocerlas. Pero me parece que ninguna de esas suposiciones es cierta. La capacidad de razonar, que creo es exclusiva del ser humano, pues entre otras cosas se basa en la lengua, es un arma de doble filo. Solo si las conclusiones se someten al tribunal de la práctica, como ya proponía el padre de la medicina Hipócrates, podemos tomarlas por válidas.

Buffalo es una de las ciudades más interesantes de EE UU. Conserva del breve esplendor que vivió entre finales de siglo XIX y principios del XX importantes reliquias. Los industriales enriquecidos embellecieron la ciudad con parques diseñados por el gran jardinista Olmsted, curtido en el Central Park; las viviendas que construyó Frank Lloyd Wright para los potentados se han convertido en un clásico, tantas veces imitadas; el atrevido gusto de los emprendedores reunió una de las colecciones de arte vanguardista más interesantes del mundo. A esa sociedad pujante se mudó Osborn, nacido en Nueva York. Allí trabajó, con mucho éxito, en una agencia de publicidad. Como resultado de su experiencia escribió un libro con el que pretendía enseñar a aprovechar la creatividad de los grupos. El título: «Imaginación aplicada». La recomendación que más éxito tuvo fue la de la tormenta de ideas, el brain storming. Consiste en reunir un grupo y proponer que cada uno escriba en un papel lo que se le ocurra para afrontar la situación. Cuantas más ideas, sean inocentes, peregrinas, ingenuas, mejor. La cantidad producirá calidad. Para evitar reservas, se advierte que nadie puede criticar las ideas de otros cuando se expongan. Al contrario, hay que darles la bienvenida. En la teoría, en ese disparatado cajón de ideas se producirán hibridaciones, asociaciones, modificaciones, iluminaciones, que alumbrará la gran idea gestada por el grupo. Hagamos un brain storming, oigo decir a los ejecutivos más modernos. La verdad es que yo solo asistí a uno. Fue en la Universidad Johns Hopkins con un grupo internacional. Me aburrí y el resultado no fue memorable. Porque realmente, no funciona, o no funciona tan bien como otras formas de fomentar la creatividad.

Hay varios estudios que lo demuestran. Comparan trabajo en grupo con la técnica de tormenta de ideas con trabajo individual. Se producen más y mejores ideas con la segunda estrategia. Pero la estrategia mejor, contra la creencia de muchos, es el trabajo en grupo con alto grado de criticismo. Uno produce una idea y los demás la examinan, le dan vueltas, señalan los pros y los contras. En ese proceso, el generador puede refinar su propuesta y el grupo mejorarla, desecharla o dar luz a otras en el proceso. Es lo que se hace, o se intenta hacer, en ciencia. Las investigaciones pasan por filtros. Cuanto más serios, inquisitivos y exigentes sean, más solidez darán al resultado. Puede uno sentirse frustrado cuando destrozan sus argumentos, pero de esas críticas no solo se aprende, además pueden fertilizar el pensamiento. Es verdad que a veces las críticas son torpes o malintencionadas. Se paga ese peaje.

Osborn proponía procesos más informales. La experiencia del pabellón 20 del Instituto Tecnológico de Massachusetts es interesante. Era un edificio medio abandonado que fue ocupado por varias secciones del Instituto en la postguerra. La tolerancia a realizar cambios en el interior según capricho y la llegada desordenada de diferentes secciones produjo una fragmentación en la disposición de despachos que parecía que llevaría a la baja productividad. Al contrario. Unos y otros estaban obligados a cruzarse por los tortuosos caminos y el ambiente informal facilitaba los encuentros y cambios de impresiones. Una especie de polinización masiva que producía hibridaciones no siempre fructificantes. Otras lo fueron, y de qué manera. Baste saber que Chomsky llegó allí poco después de graduarse, trabajó en un despacho cochambroso no lejos de biólogos e ingenieros de computación. En sus encuentros en la máquina de café, en el baño, en los destartalados patios, comentaban lo que hacían. Solo así pudo nacer su teoría de que existe una gramática universal y que tenemos una predisposición genética a aprenderla.

Los demás nos estimulan. Y lo hacen fundamentalmente en los encuentros cara a cara. No basta con internet. La producción científica es directamente proporcional a la proximidad de los colaboradores. Somos seres sociales y nos hacemos más humanos entre los demás.