En sus paseos etílicos por Budapest, Pablo Neruda le dedicó un largo poema al Tokaj o Tokay, un vino de color tornasolado cuyas gotas son como el oro puro. «Doy al Tokay translúcido la copa de mi canto: cae, fuego del ámbar, luz de miel, camino de topacio, cae sin que termine tu cascada, cae en mi corazón, en mi palabra...». Las fancachelas danubianas de Neruda y Miguel Ángel Asturias, acompasadas por la música gitana y los acordeones, reclaman un hueco en la historia de ese Budapest noctámbulo de la etapa comunista donde sólo la gerontocracia del partido se confesaba con el vino de los reyes en largas y dulces libaciones.

Rey de los vinos y vino de reyes. Así es como se conoce al vino húngaro de la región de Tokay, vecina de Eslovaquia, el único de todos los que existen que figura en el himno nacional de un país. Pero no sólo hay un recordatorio musical, ya que Gabriele von Baumberg escribió un elogio Tokay al que después pondría música Schubert. Néctar de oro, porque durante algún tiempo se llegó a creer que las castas de Hegyalja se mezclaban con pepitas minerales. Hasta el punto que la emperatriz María Teresa ordenó que le llevaran a Viena una de aquellas uvas doradas para que fuese analizada por los químicos de la corte.

Pero la incomparable calidad licorosa del vino de Tokay se debe fundamentalmente a la combinación de varios factores: el suelo, el clima, el tipo de uva, el proceso de elaboración y las condiciones de almacenaje. Las vides hunden sus raíces en una tierra volcánica, bendecidas por veranos calurosos y secos, y cálidos otoños bajo el paraguas de la niebla. De esa manera se dan las condiciones necesarias para que se desarrolle el llamado hongo botrítico («Botrytis cinerea») que proporciona a la uva la noble podredumbre que caracteriza también al Sauternes.

El invento, como suele suceder con otros grandes vinos europeos, tiene su propia historia y, en el caso del Tokay, los turcos juegan un importante papel. Al imparable avance otomano se debe que Zsuzsanna Lórántffy, esposa del príncipe Jorge I Rákóczi, ordenase aplazar la vendimia trasladando las uvas a sus húmedas bodegas subterráneas. El resultado fue que se arrugaron y cubrieron de botrytis, y al prensarlas se produjo ese vino tan especial y dulce, a salvo de la acidez. En las vendimias tardías de Tokay, bien entrado el otoño, las uvas pasas se pisan dentro de las tinas y luego se traspasan a un göncer de vino blanco de una cosecha escogida. El número de cubas (puttony) con uvas pasas que se vuelca en uno de estos recipientes define la calidad del caldo. Lo normal en un Tokay Aszú, por poner el mejor de los ejemplos, son entre tres y cinco puttony o puttonyos. Seis es ya algo extraordinario. Lo más extendido es que, tras una primera etapa de almacenamiento de dos años, el vino envejezca en la misma proporción que el número de puttonyos. Un buen Tokay Aszú, de cinco puttonyos, puede aguantar hasta quince años en la botella y beberse en un estupendo estado.

Catalina la Grande, zarina de Rusia, estaba tan enamorada de los vinos de Tokay que enviaba correos especiales sólo para transportar el néctar, y Luis XIV, el Rey Sol, llegó a bautizarlo como el rey de los vinos y el vino de los reyes. Así se le conoce desde entonces.

No hay vino que haya gozado de una leyenda tan saludable como la que rodea al Tokay. La española Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia, falleció a los 94 años, sobreviviendo al mismísimo Imperio. Decía que se había conservado bien hasta esa edad por beberse dos copitas del vino de los reyes todas las mañana en ayunas. María Teresa de Austria, otra devota, saciaba la sed de sus viejos papagayos con miga de pan empapada de las gotas de oro, luego se dedicaba a difundir por toda la corte lo alegres que se sentían sus pájaros y el bello plumaje que les adornaba gracias al mágico vino de los húngaros.

El Tokay es un vino mítico. No hay en el mundo, salvo el Champagne, nada que concite a su alrededor tantas historias, leyendas y anécdotas. Por él, el zar Pedro el Grande mandó a legiones de cosacos que vigilaran las bodegas y los caminos por los que se transportaba este vino hasta San Petersburgo para que fuera conducido sin contratiempos hasta a la mesa de Catalina. El emperador Francisco José tenía la costumbre de enviarle cajas por su cumpleaños a la reina Victoria de Inglaterra. No sólo hubo sangre azul en los descorches del Tokay, también roja: Béla Kun, presidente en 1919 de la República Soviética Húngara, obsequiaba a Lenin con botellas del extraordinario licoroso.

En cuestiones sanguíneas, Hungría cuenta también con un hijo más humilde. No sé si han oído hablar alguna vez o leído sobre el Valle de las Mujeres Hermosas, un lugar de nombre romántico en el condado de Eves, al este de las montañas Mátra y próximo a la vieja ciudad de Eger. En esta zona vinícola de robustos tintos, los visitantes pueden sentarse en las mesas de madera alrededor de los barriles de muestreo y para ello pueden escoger cualquiera entre el centenar de bodegas asentadas en las colinas.

El vino más famoso de esta zona, no necesariamente el mejor, se llama Egri Bikavér (Sangre de Toro) y con su nombre se relacionan varias historias curiosas: la más extendida recuerda cómo las mujeres de Eger homenajeaban a sus hombres con enormes jarras de Bikavér antes de sus batallas con los turcos, hasta que las barbas de los guerreros adquirían la tonalidad roja del vino derramado. De esta manera, los turcos preferían abandonar el combate antes que enfrentarse a los húngaros que bebían sangre de toro para fortalecerse. Su derrota llegaba antes de empezar la batalla. Cuando me contaron por primera vez esta historia quise saber quién había sido el encargado de propagarla entre el enemigo, porque una estrategia así debería figurar con todos los honores en la pizarra de Clausewitz.

En las bodegas del Valle, se puede degustar también vinos dulces como el Médoc Noir, Muskotaly y Leányka. Pero nada es comparable al vino de los reyes, coronado rey de los vinos. Para acompañar un plato de frutas o el estupendo foie gras de oca húngaro, más económico que el francés, no duden, si tiene la oportunidad, de beber un Tokay Aszú de cinco puttonyos, sin ir más lejos el Oremus que produce la casa Vega Sicilia desde 1993. Tendrán la oportunidad de agradecerse la gentileza consigo mismos.