Estamos en la era del declive de la responsabilidad personal. Hoy lo que prima es la existencia de personas que no asumen las consecuencias de sus propios actos. Hace unos días, la Infanta Cristina le decía a una periodista: «Estamos intentando llevar una vida normal y ustedes no nos dejan. Ese es el problema que tenemos» ¿??! ¡¡Increíble!! ¡¡Sin comentarios!! Pero frases y hechos similares están a la orden del día. «Todo lo malo que me sucede es por culpa del otro». «Con mi cuerpo y mi vida hago lo que me da la gana».

Muchos de ustedes recordarán las palabras del ministro de Sanidad inglés, John Reid, en relación con la prohibición de fumar en puestos de trabajo y restaurantes: «En una sociedad libre, hombres y mujeres tienen el derecho a, dentro de la ley, escoger su propio estilo de vida, incluso si ello daña su propia salud». Pero, ¿de verdad les parece sensata esta afirmación? Porque, el hecho de embrutecerse con alcohol, drogas, sexo, o exceso de alimentos, ¿no supone, acaso, una esclavitud y pérdida de la propia libertad, y una carga importante para la familia y la sociedad? ¿Y qué me dicen de la cultura del pelotazo? Porque, a la vista de los hechos, robar, engañar, defraudar, haciendo propio lo ajeno, o despilfarrándolo sin ton ni son, y metiendo un alto porcentaje en el bolsillo, está a la orden del día.

La verdad es que si queremos ser reconocidos como valiosos, merecedores de ser protegidos y considerados como dotados de dignidad, no podemos hacer todo lo que nos venga en gana, sino que debemos actuar en función de la responsabilidad con los demás, y en la que nos debemos a nosotros mismos. Y en la medida en que esto suceda, ello va a determinar que llevemos una vida sana, desarrollemos bien nuestro trabajo, disfrutemos del tiempo libre, y, sobre todo, que cultivemos el espíritu. De esta manera, empezaríamos a marcar las prioridades y a comprender que si queremos que respeten nuestra dignidad, debemos empezar a promocionar valores olvidados, como son el respeto, la disciplina y la lealtad, tan importantes en la convivencia, porque favorecen la relación entre las personas. Y, sin darnos cuenta, la frase de Sartre, «el infierno son los otros», quedaría sustituida por «si deseo un mundo de seres valiosos, me exijo comportarme como si yo fuera más valioso que los demás». Y que así sea.