Manuel Sánchez de Diego es profesor titular de Derecho Constitucional en la Universidad Complutense de Madrid. El pasado lunes estuvo en Oviedo grabando una conferencia para la Fundación Gustavo Bueno sobre los sistemas electorales y la posibilidad y necesidad de su reforma. Está casado con una ovetense.

-¿Por qué hay que cambiar la ley electoral en España y por dónde?

-Existe un claro distanciamiento entre la clase política y la ciudadanía en general. Por ahí se puede ver la necesidad de cambiar la ley electoral porque las votaciones no son inocentes con esa distancia. El Centro de Investigaciones Sociológicas, el CIS, lo ha detectado de una forma muy clara. Después del paro y de la crisis económica, tan relacionados, lo que más preocupa a los ciudadanos es la clase política. Antes estaba por delante en el nivel de preocupación el terrorismo, la escasez o la carestía de la vivienda y las nuevas situaciones creadas por los inmigrantes. Pero cambiaron las cosas y ahora la clase política destaca entre las preocupaciones principales de los españoles.

-¿Ha cambiado la clase política?

-En la transición la clase política española no era profesional, no estaba profesionalizada. Los ciudadanos llegaban a la actividad política desde la Universidad, desde la abogacía o desde el hospital. O también, claro, desde otros sectores profesionales, aunque los tres grandes bloques era los antes señalados. Sólo pertenecían desde antes a la clase política los que se incorporaron a la transición desde el antiguo Movimiento nacional, con lo que eso significaba, claro, y las limitaciones consiguientes. Ahora, sin embargo, la clase política está muy profesionalizada. Por ejemplo, de Rodríguez Zapatero, el anterior presidente del Gobierno, se decía, además como crítica, que nunca había trabajado fuera de la esfera de la política, señal de que era un profesional de la política.

-¿Qué es mejor?

-Depende. En todo caso el sistema electoral no nos representa correctamente, es una premisa correcta para avanzar sobre hipotéticas soluciones. Lo he estudiado en el aula política del San Pablo-CEU con José Manuel Otero Novas. Y como se vio recientemente, los integrantes del movimiento del 15-M pedían un nuevo sistema electoral, una señal de que consideraban incorrecto o incompleto el sistema de representación que tenemos. El sistema electoral no nos representa con corrección pero, cuidado, las reformas las carga el diablo. No se pueden afrontar los cambios de una forma ingenua.

-Ni maquiavélica.

-Claro. Una reforma puede no solucionar el problema que se quiere superar, así que puede resultar fallida respecto a los objetivos perseguidos y encima crear otros problemas que no existían. Por eso hay que ser muy prudentes. Nuestro sistema permite una alternancia en el poder sin dificultades como se comprueba con el escaso número de tránsfugas que se producen, es un sistema suficientemente cohesionado. Entre los errores que contiene cabe destacar que anula en cierta medida la personalidad de los diputados y de los senadores, de ahí que a veces se diga que se trata de una partitocracia.

-La corrupción lo mina todo.

-Quiebra la confianza de los ciudadanos en el sistema y eso es muy importante, claro. Algunas manifestaciones de corrupción creo que son puntuales. Otras son de tipo estructural. Dudo que hayamos llegado a lo que se puede considerar como corrupción cultural como ocurre en algún país del este europeo. Bueno, quizás en Andalucía se dé algo de eso. El sistema electoral sigue el principio de un hombre un voto, así que todos somos iguales. Esa igualdad no puede verse adulterada de ninguna forma.

-¿Cómo se restablece la confianza?

-Una condición imprescindible para que exista un buen sistema electoral o para que se reforme el que hay en un sentido positivo es que se sostenga en un amplio consenso social, entre la ciudadanía y también entre los partidos. Como si se tratase de un partido de fútbol en el que necesariamente hay un acuerdo en las reglas y en los procedimientos de juego. Sin un acuerdo semejante es imposible jugar un partido de fútbol. Valga ese ejemplo vulgar para entender la necesidad de un amplio acuerdo social e institucional para que funcione bien un sistema electoral.

-Los consensos suelen ser cambiantes.

-Hace falta una estabilidad mínima, claro. La idea de justicia es fundamental. Es necesario que se dé una igualdad entre los contendientes, que concurran en condiciones similares o, mejor, en condiciones iguales. Uno de los factores de desequilibrio, y no el menor, es el dinero con que cuentan los partidos. Algunos te envían las papeletas de votación a casa y otros no pueden hacerlo por falta de presupuesto. Por cierto, se trata de un fenómeno muy español por no decir que es un fenómeno exclusivamente español. De la justicia se deriva que a cada cual lo suyo, una idea muy general pero también muy a tener en cuenta.

-¿Dónde está la clave?

-La representatividad es la gran cuestión. En las listas electorales, en España, no se pueden hacer cambios. Curiosamente, sin embargo, nuestro sistema en sus efectos parlamentarios funciona como un sistema casi presidencialista. En Asturias, por ejemplo, y de igual forma en otros sitios, la gente dice que vota a Rajoy o a Rubalcaba o a los líderes de otros partidos cuando la verdad es que Rajoy y Rubalcaba encabezan las listas de Madrid, aquí nadie los vota.

-Pero funciona.

-La verdad es que no existe una excesiva fragmentación en el Parlamento o en los ayuntamientos. Quien gana las elecciones puede desarrollar su proyecto, su programa, sin necesidad de realizar grandes concesiones a las minorías. Bueno, al menos comúnmente es así. De todos modos, los partidos nacionalistas funcionan como bisagra y gracias a eso logran ventajas por encima de su representatividad. Hay que indicar que aunque se habla de que están sobrerrepresentados no es cierto.

-Alfonso Guerra decía que votaban las hectáreas.

-Es importante considerar, como efectivamente ocurre, la representación territorial. Es positiva aunque a veces se critica cómo ésta. De no ser así, una provincia como Soria que cuenta con dos diputados no tendría ninguna representatividad. Madrid tiene 36 diputados y en comparación puede decirse que sólo tiene 36, ya que proporcionalmente le corresponderían muchos más frente a Soria. Caben muchas consideraciones parecidas pero como indicaba antes, los cambios en el caso del sistema español o de otros de nuestro entorno deben ser limitados, unos retoques y no más porque de lo contrario puede ser peor el remedio que la enfermedad. Es evidente, y en eso caben pocas discusiones, que el actual estado de cosas es muy injusto con IU y UPyD. El sistema electoral les da una representatividad muy por debajo de la que logran, de la que saldría directamente de sus votos. Eso se vio especialmente en las elecciones generales de 2008. Las cosas cambiaron para mejor en las últimas elecciones celebradas en noviembre del año pasado. También mejoró la situación en cuanto a las barreras de entrada, en cuanto a la dificultad que existe para que nuevas fuerzas políticas entren en el Parlamento.

Esas barreras se ha visto superadas el 20-N más que en anteriores convocatorias electorales y ahora hay trece formaciones en el Congreso de los Diputados. Se barajan diversas hipótesis alternativas sobre la representatividad como la necesidad de que un partido esté presente en determinada proporción al menos en 32 circunscripciones para evitar el peso de las formaciones nacionalistas que sólo se presentan en algunas provincias o también se habla de dar, a quien supera el uno por ciento de los votos, al menos un representante. También cabe completar la cámara con escaños de gobernabilidad y llegar hasta los 400 diputados. Las reformas deben hacerse con unos criterios moderados y con el compromiso de las fuerzas políticas que las impulsan de convertirse en más accesibles a los ciudadanos.

-¿Por qué razones o emociones se vota?

-Existe un voto marcadamente ideológico. Un voto que se orienta según las concepciones políticas básicas. Es el caso del PSOE o del PP que cuentan con ciudadanos que les son fieles en las urnas, que se mantienen unidos a esos partidos y si, por lo que sea, se sienten muy decepcionados se quedan en casa y no van a votar, se integran en la abstención antes que saltar a otras formaciones políticas.

-¿El voto útil cuenta mucho?

-Desde los tiempos del presidente Adolfo Suárez el voto útil es a tener en cuenta y puede determinar unas elecciones. Corresponde a las personas que se inclinan por quien más probabilidades tiene de formar una mayoría de gobierno en el Congreso o al menos de tener una considerable representación parlamentaria. Es muy interesante y puede ser decisivo.

-Es un voto optimista.

-En cierta medida, aunque mejor sería verlo como un voto interesado o sobre interesado porque todo voto expresa un interés. Paralelamente al voto útil se da también el voto del miedo, que lo utilizan las izquierdas y las derechas de forma indistinta. Cuidado que si llega la izquierda al poder te quitará la vaca, te expropiará tus propiedades. Cuidado que si llega la derecha al poder desaparecerán derechos fundamentales o desaparecerá el Estado del bienestar. Es el caso de aquel doberman que sacaron contra el PP en una campaña electoral. Con determinadas correcciones o parches en la legislación electoral se pueden evitar esas desviaciones que desvirtúan el recto sentir democrático y su normal expresión.

-¿Qué opina del bipartidismo?

-El bipartidismo no es un mal por sí mismo aunque es frecuente criticarlo. Es un sistema que funciona en muchos países y de una forma satisfactoria. No supone una merma de la democracia. En absoluto. Aun así, sin bipartidismo o, con más razón, con bipartidismo, lo que es preciso hacer es abrir los cauces de participación a otras formaciones políticas y en general a los ciudadanos. Esa es una vía siempre positiva.