En septiembre de 1990 Luis Álvarez Piñer tenía 80 años. Veía mal, oía mal, apenas podía comer sólidos y la enfermedad de su mujer, María Teresa Méndez, le dejaba poco tiempo de autonomía para entrevistas. En la que mantuvimos en Madrid, un par de horas largo que se me hizo corto, aplicaba un sentido del humor y una amenidad de estricta observancia tertuliana.

Sesenta años atrás había sido una joven promesa de la poesía y ocho meses después sería Premio Nacional de Poesía. En el medio, su silencio había sido roto -si una tirada de 500 ejemplares se hace oír- por «En resumen», unos cientos de poemas escritos entre 1927 y 1988 que habían sobrevivido a su autocrítica y habían sido prologados, ordenados y dados a imprenta por el joven profesor universitario Juan Manuel Díaz de Guereñu.

La vida discreta remedió las consecuencias de su gloria temprana. Empezó a escribir poesía a los 14 años en Vigo, en una habitación de cuatro paredes y una ventana rasgada con vistas a la ría. Fue alumno de Gerardo Diego -al que calificaba de mal profesor y buen maestro- en el Instituto Jovellanos de Gijón. El maestro le publicó sus primeros poemas en la revista «Carmen», de las emblemáticas de la Generación del 27. Camino de ser una figura local, Piñer sacó su primer libro de poemas, «Suite alucinada», una obra de vanguardia, hermética, adscrita al creacionismo, en febrero de 1936, año que decidió su destino. De la Guerra Civil salió en el pesquero «Alicia» y, traicionado por la luna, fue apresado, llevado a una fábrica de salazón vacía en Ribadeo, hacinado en campos de concentración, condenado a muerte por rebelión militar, juzgado y excarcelado para combatir en el bando nacional.

En su posguerra de vencido se fue ganando la vida con una empresa administrativa, una industria de madera y decoración, espectáculos y revista y seguros. Anduvo por Galicia, Zamora, Cádiz y acabó en Madrid. La guerra le dejó asco por la humanidad, y le alejó de Gijón -de la que recordaba sus 32 chimeneas industriales y añoraba sus amaneceres tristes- adonde sólo había regresado para enterrar a sus padres.

Cuando estalló la guerra, según sus palabras de 1990, él era republicano -no «un republicano de toda la vida» como los fascistas, ni «militante comunista» como figuraba en alguna parte- muy amigo de anarquistas. Piñer aceptó ser secretario técnico de Propaganda del Gobierno republicano de Asturias para no ir al frente. Su misión era escribir panfletos, charlas para la emisora de onda corta y discursos para el altavoz del frente. También construir refugios y trincheras.

En 1936 dio la lección inaugural del curso del Instituto Jovellanos, con el ilustrado como tema. (Editado en 2010 por el Ayuntamiento de Gijón dentro del programa del bicentenario de la muerte del ilustrado).

Del otro acto jovellanista me contó una anécdota que pidió no saliera en la entrevista y paso a narrar ahora. La descripción que hizo coincide con el homenaje a Jovellanos en el 125.º aniversario de su muerte, el 27 de noviembre de 1936, en cuya organización fue muy activo el escritor Pachín de Melás. Una multitud marchó por la mañana desde el Ayuntamiento hasta la estatua del homenajeado en la plaza del Seis de Agosto. Encabezaban la comitiva las autoridades y representaciones del Grupo Artístico Jovellanos, la Federación Universitaria Escolar (sección Bachiller), Logia Jovellanos, Grupo Excursionista Jovellanos, Sociedades Culturales y Asociación de Agricultores. Depositaron ramos y coronas de flores y se dirigieron a la Escuela de Comercio, donde se habían trasladado los restos de Jovellanos tras el derribo de la iglesia de San Pedro.

Allí, el líder minero, dirigente de la Revolución del 34, diputado del Frente Popular y entonces gobernador de Asturias, Belarmino Tomás, se sintió incómodo en medio de aquella pompa y comentó a Álvarez Piñer, que estaba a su lado, en voz baja:

-Cagond... ¿no pareceré la viuda de Jovellanos?

En los meses finales del bicentenario de la muerte de Jovellanos, celebrados en 2011, me vino muchas veces a la cabeza esta anécdota de Piñer porque, como cada vez que se le conmemora, el ilustre polígrafo parece haber sido un ilustre polígamo.

Álvarez Piñer vio publicada en 1995 «Poesía completa».

Murió en Madrid el 26 de junio de 1999.