Con una cadencia casi inquebrantable, las descripciones minuciosas sobre el juicio, la condena, el tormento, la crucifixión y la muerte de Jesucristo florecen por Semana Santa. Cierta pasión por la «Pasión», por sus contenidos más fisiológicos y (supuestamente) visibles, constituyó el esqueleto de una película de tremendo impacto en 2004, cuando el actor y director Mel Gibson produjo «La Pasión», un filme cuya descarnada violencia sedujo mayoritariamente a las audiencias de las iglesias evangélicas de Estados Unidos y fue considerada por éstas como un instrumento óptimo de evangelización en una galaxia audiovisual en la que la violencia es la principal moneda de cambio para un público joven.

En el seno del catolicismo, la película de Gibson también causó impacto, incluso admiración. Ciertos estudiosos de los Evangelios afirmaron que la fidelidad del filme a la historia era extraordinaria. Incluso aquel mismo año de su estreno, durante el pregón de la Semana Santa de Gijón, el entonces secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE), el asturiano Juan Martínez Camino -hoy también obispo auxiliar de Madrid-, dedicó más tiempo en su alocución a la película del director estadounidense que a los propios relatos evangélicos sobre la Pasión.

Al otro lado del espectro católico, algunos escrituristas e investigadores del Nuevo Testamento advirtieron de que la minuciosa recreación de la violencia infligida sobre Jesucristo en la cinta rozaba lo inverosímil.

Ocho años después de aquel fenómeno cinematográfico, otra constante del mercado audiovisual del presente ha iluminado los enfoques sobre la Pasión de Cristo. El subgénero televisivo de las autopsias inunda las pantallas. A cualquier hora y en cualquier cadena, la emisión de un nuevo capítulo o la reemisión de uno anterior ofrecen al espectador un cadáver rodeado de forenses en trance de desplegar una minuciosa investigación policial. La serie «CSI» (siglas de «crime scene investigation» en inglés) inició el subgénero y obtuvo tal éxito que se ha convertido en franquicia, con tres subespecies: «CSI Las Vegas», «CSI Miami» y «CSI New York».

De ahí sólo ha faltado un paso para que las librerías hayan ofrecido ya el libro «CSI: Jesucristo. Anatomía de una ejecución», publicado hace dos meses por Atanor Documentos y firmado por José Cabrera, psiquiatra, médico de la Sanidad Militar y del Registro Civil y médico forense.

Pero si hay algo que vincula la película de Gibson con el libro de Cabrera -y con tantos otros publicados sobre el particular en años recientes- es esa potente presencia sobre el imaginario cristiano que ha ejercido desde hace poco más de un siglo la Sábana Santa de Turín, el lienzo que supuestamente envolvió el cuerpo de Jesucristo cuando fue depositado en la tumba tras fallecer en la cruz.

Gibson basó buena parte del guion de su película -del calvario de Cristo- en los vestigios fisiológicos que la Síndone evidenciaría si hubiera envuelto un cuerpo duramente torturado, flagelado, coronado con espinas y lanceado finalmente en el costado durante su crucifixión. No obstante, Mel Gibson, católico tradicionalista, no bebía directamente en la Sábana de Turín, sino en las visiones de la alemana Anne Catherine Emmerich (1774-1824) -beatificada precisamente en 2004 por Juan Pablo II-, y concretamente en su obra «La dolorosa Pasión de Cristo», una obra en la que reconstruye visualmente bajo supuesta inspiración divina las últimas horas de Jesús. Emmerich no conoció la Sábana Santa de Turín, pero sí representaciones artísticas de la pasión que la historia de la pintura ha ofrecido siglo tras siglo (del mismo modo que existen líneas artísticas en la Síndone de Turín rastreables en otras obras plásticas antiguas). En cualquier caso, basar la historia concreta y minuciosa de la Pasión en la obra de Anne Catherine Emmerich fue algo que el jesuita John O' Malley calificó en la revista «América», de la Compañía de Jesús en EE UU, como «ficción devota» o «fraude bienintencionado». De hecho, el problema del imaginario sobre la Pasión de Cristo y del peso mayúsculo en él de la Sábana Santa, o de la iconografía correlativa, es fundamentalmente uno: que en 1988 se efectuó una prueba de datación por Carbono 14 de la Síndone -en tres laboratorios: Zúrich, Oxford y Arizona- y el resultado común fue que la Sábana Santa databa de la Edad Media, de entre los años 1260 y 1390, y con una fiabilidad en el diagnóstico del 95 por ciento.

El resultado, publicado en la revista científica «Nature», produjo una violenta reacción en los sindonólogos de todo el mundo, pero la Iglesia católica guardó silencio. Curiosamente, datar la Sábana de Turín en esas fechas suponía hacer coincidir su creación como pieza artificial con la misma época en la que había sido exhibida por primera vez, en 1357.

Pues bien, el autor de «CSI: Jesucristo» reconoce desde las primeras líneas de su libro que su estudio forense sobre lo acaecido con Jesucristo se basa «en los textos de la época o en cualquier objeto relacionado con el fallecimiento, la Sábana Santa o Sudario de Turín en el caso de Jesús». Cabrera asegura pocas páginas después que la Sábana Santa, «de un valor incalculable para la investigación forense (...), apareció en Francia en el siglo XIV, pero se constatan descripciones de ella del siglo X y hasta del VI, con lo que la antigüedad de la misma está fuera de toda duda».

En consecuencia, José Cabrera se alinea firmemente entre los defensores de la Síndone, y admitida esa premisa su libro puede discurrir por donde le parezca más oportuno, aunque la duda sobre la veracidad histórica de sus descripciones resultará finalmente insoslayable. A partir de su certeza en la Sábana de Turín, Cabrera comienza a examinar lesiones en la cara, azotes, espinas, clavos, manchas de sangre, lanzada, marcas del «patibulum» (madero transversal de la cruz), o los vestigios del descendimiento. También se adentra, aunque esta vez de la mano de los Evangelios, en el proceso judicial de Jesús, el judío y el romano, apreciando supuestas incorrecciones legales, aunque ignorando que la más reciente investigación escriturística sobre el Nuevo Testamento reconoce su incapacidad para describir las normas jurídicas del proceso saduceo al que fue sometido Jesús (de ello se hace eco en especial Benedicto XVI en el segundo tomo de su «Jesús de Nazaret», publicado en 2011).

Pero la bibliografía sobre la Pasión, o incluso sobre la autopsia, de Jesucristo es mucho más extensa y fiel a una periodicidad casi anual. Carlos Llorente publica en 2011 el libro «La primera Semana Santa de la historia» (editorial San Román), en el que le presta una atención específica al Sudario de Oviedo, el paño de lino manchado de sangre y venerado en la Cámara Santa de la catedral de Oviedo. Supuestamente es el elemento que cubrió la cabeza de Jesús desde el momento del descendimiento de la cruz.

A diferencia de la Sábana Santa de Turín, el «Pañolón» de Oviedo no ha sido sometido a una datación minuciosa, con lo que las condiciones de su historicidad permanecen más abiertas. No obstante, el paño ha sido examinado recientemente por especialistas en sindonología de Valencia. En su libro, Carlos Llorente sostiene que a la vista del Sudario y de sus grandes manchas de sangre, Jesucristo falleció a causa de un «edema agudo de pulmón».

Otro médico forense, Miguel Llorente, publicó en 2007 un libro similar: «42 días. Análisis forense de la crucifixión y la resurrección de Jesucristo», pero sus conclusiones eran todavía más audaces: aseguraba que Jesús había sobrevivido a la crucifixión y, por tanto, no había muerto ni resucitado. Lo único que se dio en su cuerpo fue una «resucitación biológica» después de tres días en una especie de estado catatónico. Y aunque padeció secuelas, fue el líder directo de la expansión del cristianismo. En un segundo libro, «La mano del predicador», Llorente analiza un pantocrátor y deduce que los dedos índice y corazón semiflexionados en la imagen revelan las lesiones que le dejó la crucifixión. La pasión por las escenas de la Pasión de Cristo trae generalmente estas sorpresas cada Semana Santa.