Servando Ovies había nacido en Avilés y tenía 36 años cuando murió en la noche del 14 de abril de 1912 en aguas del Atlántico Norte. Ocupaba el camarote D-43 del «Titanic». Era una cabina de primera clase, interior, situada en la zona más cercana a la proa y en la banda de estribor. Justo donde el gigantesco iceberg rasgó como un papel de fumar el casco del lujoso buque. Eran las doce menos veinte de una noche cerrada y fría como pocas, aunque con el mar en calma. A esa hora, Servando Ovies estaría casi con toda seguridad en su camarote y tuvo que sentir muy de cerca el impacto. Se apunta otra posibilidad, y es que el asturiano se mantuviera en alguno de los salones del «Titanic», ya casi desiertos porque, ya rozando la medianoche, la inmensa mayoría de pasajeros anglosajones se habría ido a dormir. Pero Ovies era español, radicado en Cuba, con horarios vitales distintos. Nunca lo sabremos.

Ovies era el único asturiano a bordo del «Titanic» y uno de los diez españoles que protagonizaron aquel viaje inaugural que resultó fatídico. Lo que para él fue un viaje mitad de negocios y mitad de placer se convirtió en una tragedia. Ovies era gerente de El Palacio de Cristal, una gran empresa fundada por asturianos y convertida en la principal referencia comercial en La Habana. Vendía telas y ropas.

El viaje a Europa de Servando Ovies tenía como principal motivo la compra de género en fábricas francesas, probablemente de París. Era un viaje habitual en este hombre de negocios, y solía aprovecharlo para visitar a su familia en Asturias. En Avilés vivía su madre, Carmen Rodríguez Maribona.

Se cuenta que en la casa familiar de La Magdalena -que aún sigue en pie, ahora relacionada con la parroquia avilesina del mismo nombre- Servando Ovies participó a últimos del mes de marzo de 1912 en una comida familiar. En ella explicó sus planes de embarcarse en el «Titanic», el barco más seguro del mundo. Doña Carmen no lo tenía tan claro. Carmela, como se la conocía, llevaba en la sangre el espíritu comercial y llegó a regentar un negocio de embutidos y a patentar oficiosamente la marca «Jamones de Avilés».

Servando llega a Cuba gracias al «efecto llamada». El Palacio de Cristal era propiedad de su tío materno, José Antonio Rodríguez. La Habana acoge a un adolescente Servando, apenas 15 años de edad, que entra a trabajar en los grandes almacenes poco menos que de pinche. Pero aprendió pronto, escaló rápido en el escalafón empresarial, sabía idiomas... En menos de veinte años se hizo con las riendas del lucrativo negocio. De Servando Ovies nos quedan algunas imágenes. La más significativa es una fotografía que está dedicada: «Para mi Eva».

Aquella Eva se apellidaba López del Vallado, era cubana de origen cántabro y en 1910 se había convertido en su esposa. El retrato en cuestión nos muestra a un tipo elegante, cercano al 1,70 metros de estatura, corpulento, cabello muy oscuro, con algunos kilos de más -pocos- y con un bigote característico muy al gusto de la época. La foto lleva fecha, lamentablemente no muy clara. Es el 3 del 3 de ¿1912? Ahí, en el año, está la duda. Si así fuera, Servando Ovies habría enviado el retrato a su mujer durante su estancia en Europa.

Ovies embarca el 13 de enero en el vapor «Habana» camino de Nueva York, ciudad desde la cual emprenderá su viaje a Europa. Se sabe que pasó por Inglaterra y por Francia, y que hace la ya referida visita a Avilés. El 9 de abril, mañana hace justamente cien años, Servando Ovies Rodríguez está ya en París, paso obligado en busca de telas e ideas. Sería con toda seguridad la última jornada parisina del viaje porque el comerciante asturiano embarcaría en el puerto de Cherburgo al día siguiente. De la capital francesa a Cherburgo hay unos 350 kilómetros que, si Ovies los hizo por ferrocarril, tardaría no menos de ocho horas desde la estación parisina de Saint-Lazare, donde se sabe que se despidió a un numeroso grupo de pasajeros del «Titanic» por todo lo alto.

El camarote D-43 en el «Titanic» le costó más de 27 libras. Una fortuna que se podía permitir porque, entre otras cosas, se supone que lo pagaba El Palacio de Cristal.

En Cherburgo, Ovies embarca en el «Titanic» con algunos personajes muy conocidos. Entre ellos el famoso matrimonio Ascor, John, uno de los hombres más ricos del mundo, y su esposa, Madeleine. Él, de 47 años; ella, de 18 y embarazada de tres meses. John se había divorciado de su primera mujer, con la que tenía dos hijos, provocando un escándalo social memorable. John moriría en el siniestro, Madeleine se salvaría, pero su supervivencia tenía trampa: era la heredera de cinco millones de dólares y otros derechos inmobiliarios a condición de que no volviera a casarse. Cuatro años más tarde renunció a su fortuna por amor. Tras una tormentosa vida sentimental, Madeleine acabó muriendo joven, curiosamente a la misma edad que su primer esposo: 47 años.

Y también en Cherburgo embarcan Pepita Pérez de Soto y su esposo Víctor Peñasco. Madrileños altoburgueses en viaje de novios, acompañados de una sirvienta, Fermina Oliva. Víctor también engrosará la lista de víctimas mortales. Los Peñasco habían viajado por toda Europa, pero antes de emprender viaje habían prometido a la madre de ella que en ningún caso se embarcarían. Miedos atávicos por parte de la mujer. Viajaban con chófer, al que dejaron en París con unas cuantas tarjetas postales escritas de la capital francesa. El buen hombre tenía orden de mandarlas periódicamente a Madrid mientras los chicos vivían su aventura camino de Nueva York.

La lista oficial de pasajeros que tras el siniestro fue estudiada por el Senado norteamericano incluye a Servando Ovies (Ovies, Mr. S., señala concretamente esa lista). La información tiene especial valor porque hay datos adicionales, y en el caso de Ovies se mencionan un nombre propio y una marca comercial, que venía a ser la destinataria del cargamento que el gerente asturiano había embarcado en Cherburgo: 12 baúles con «lencería», término que englobaba ropa femenina en general. Esa empresa era la H. B. Claflin Company, radicada en Nueva York. Una inmensa mayorista textil que tenía en otro asturiano, José María Menéndez, a uno de sus ejecutivos. Menéndez y Ovies se conocían y probablemente José María habría esperado a Servando en los muelles a la llegada del «Titanic». Menéndez sería el hombre de la Claflin para la América hispana y fue el encargado de interesarse ante las autoridades por la suerte de Ovies tras el hundimiento.

Las sederías de El Palacio de Cristal rivalizaban con los productos de El Encanto. Ambos imperios comerciales tenían origen y gestión asturianos. Cuando Ovies se convierte en gerente de la firma, El Palacio de Cristal ocupaba un privilegiado edificio en la capital cubana, en la esquina de la calle Habana con la calle de la Muralla. Ovies es testigo del primer gran despegue del Centro Asturiano de La Habana, fundado en 1886 y ya consolidado cuando el avilesino llega a Cuba en 1891.

Servando Ovies dejó un hijo, al que se le puso su mismo nombre. De ahí partió toda una saga que hoy se distribuye por Venezuela, Cuba, Estados Unidos y España. En Valencia, LA NUEVA ESPAÑA pudo reunir el pasado jueves a varios miembros de la familia, algunos de ellos casi a punto de partir camino de Asturias para conocer la tierra de su bisabuelo y tatarabuelo. Tres bisnietos de Servando Ovies están en la foto: Manuel (primero por la izquierda), Yvonne (tercera por la izquierda) y Servando (tercero por la derecha). Y cuatro tataranietas: Natacha, con su hermana Eduviges en brazos; Victoria, junto a su madre, Carolina (esposa de Servando), y Mónica. El grupo lo cierra Eduardo, esposo de Yvonne (segundo por la izquierda).

El martes 23 de abril de 1912 los marineros del buque «Mackay-Bennett» suben a bordo, entre otros, los cuerpos de tres de los componentes de la orquesta del «Titanic», que se mantuvo tocando hasta el hundimiento mismo del buque, y otro cadáver que fue etiquetado con el número 189. Junto a esos cuatro cuerpos se recuperan durante la jornada 124 víctimas más. El número 189 fue identificado como Servando Ovies Rodríguez y enterrado en uno de los cementerios de Halifax, la capital de Nueva Escocia, una localidad situada a unos mil kilómetros al oeste de donde se hundió el «Titanic». Tres semanas más tarde el cuerpo fue exhumado y enterrado nuevamente en el cementerio católico de Mount Olivet.

El cuerpo 189 fue descrito como un varón de unos 28 años y una camisa marcada con las iniciales J. R. Ovies tenía 36 años y las iniciales no se corresponden con su nombre. ¿Era realmente Servando Ovies el cadáver 189? Su primo José Antonio Rodríguez lo identificó sin lugar a dudas, pero aquel cuerpo iba vestido con ropa más propia de un marinero que de un huésped de la primera clase del «Titanic». Y entre la marinería sí había un joven de 28 años que responde a las iniciales J. R. de sus ropas, el fogonero Joseph Richards, cuyo cuerpo nunca fue oficialmente recuperado. Se especuló con que la familia Ovies había «comprado» el cadáver del marinero para agilizar los trámites de la herencia.