La imitación es una de las estrategias para trasmitir información. Los pájaros aprenden imitando el canto, nosotros nos comportamos como lo hace el grupo al que pertenecemos. Eso configura las particularidades locales de la cultura. En España creo que estamos especialmente inclinados a la imitación. Lo vemos en hábitos y conductas juveniles. Hace treinta años fue la epidemia de compartir agujas para inyectarse heroína. Ahora, las borracheras de fin de semana con el «botellón».

La imitación toma un modelo, pero no aspira a ser idéntico como una copia. De todas formas, en esta última siempre hay un matiz por el que ineludiblemente se expresa el artífice. En eso consiste la evolución. El organismo hace una copia de sí mismo, pero no siempre es exacta. Algunas son más apropiadas al medio donde ocurre y triunfan, otras que se ajustan peor desaparecen. En el arte se da mucho tanto la imitación como la copia. Me pregunto si la copia de la Gioconda que hizo el discípulo de Leonardo pretendía ser exacta. No lo es. Que no consiga la misma expresión es natural. Lo raro es que no se ajuste a las proporciones. Basta ver la cara, la suya más alargada con la frente más corta. Podríamos decir que es una mala copia o que es una interpretación, una traducción de la Gioconda. Quizá con esas evidentes diferencias haya querido dejar claro que su intención no era falsificar.

Las falsificaciones son otra cosa. Aspiran a ser idénticas al original, para suplantarlo. Aunque todo el mundo sabe que no lo son. Todo se falsifica. Incluso los medicamentos. La persona en Asturias y probablemente en España que más sabe de ello es Álvaro Domínguez-Gil, farmacéutico en Gijón. Lleva años estudiando el mercado de los medicamentos falsos. Es curioso, porque él es mago. Pero los magos no falsifican, aprovechan las ilusiones ópticas para que nos engañemos, para que creamos que vimos lo que no hay o al contrario. Tiene que ser una casualidad que hayan coincidido estas dos aficiones.

Un estudio europeo que entrevistó a 14.000 personas muestra que los españoles gastábamos al año, al final de la década de 2000, 1.500 millones de euros en medicamentos comprados por internet. Uno puede pensar que es algo que hacen los otros: uno de cada tres entrevistados contestó que utilizaba o había utilizado este medio de compra. Supongo que alguno se lo calló. El problema es que, según la OMS, el 60 por ciento de los medicamentos que se compran por esta vía son falsos. En algunos estudios esta proporción llega al 90 por ciento.

¿Por qué se compra en España por internet si disponemos de una red de farmacias extraordinaria con una atención esmerada y una disponibilidad horaria fantástica? Hay al menos tres razones interrelacionadas. La primera, una cuestión de precio, sobre todo para los medicamentos que no receta el Sistema Nacional de Salud. La segunda, de accesibilidad a medicamentos sin receta. Y la tercera, la compra de sustancias para usos fuera de los aprobados. Puede influir también una aspiración a la privacidad. El perfil de compra lo demuestra.

En los países subdesarrollados los medicamentos que más se falsifican son los antibióticos, los antipalúdicos, los medicamentos para el sida. Son fármacos que precisa la gente y que en las farmacias, aunque se dispensen sin receta, son más caros. En Europa hay cuatro grandes grupos que se llevan casi toda la tarta: los que se pueden denominar del «culto al cuerpo». Circulan por los gimnasios, sobre todo en la zona de hacer pesas: hormona del crecimiento y esteroides anabolizantes. En ese grupo figurarían los adelgazantes y los que combaten la caída del cabello. Como los más anunciados figuran los que mejoran la función sexual, Viagra y sus congéneres. También se venden los fármacos para ayudar a dejar de fumar y hay un conjunto que son modificadores del sistema nervioso central, estimulantes y depresores.

No hay ningún riesgo para la salud en un CD falsificado, o una camiseta. En un medicamento, sí. En primer lugar, porque puede no ser lo que necesita, incluso puede ser perjudicial bien porque afecte a otras dolencias que padezca o porque interactúe con otros que esté tomando. Y si lo que pretende es privacidad, aquí la pierde al solicitarlo y dar su tarjeta de crédito. Pero lo más importante es que no sabemos ni qué componentes ni qué dosis llevan, ni si su producción siguió normas de seguridad y su almacenaje y distribución fue correcto. Un medicamento debe cumplir tres requisitos: que haga lo que se dice que hace (es decir, eficacia), que no produzca efectos adversos o que los que produzca los conozcamos (seguridad) y que la capacidad de actuar de su principio activo se conserve hasta la fecha de caducidad (estabilidad). Ninguna de estas tres cosas se aseguran por internet. Es ridículo querer curarse arriesgando tanto. No juegue con su salud