«Aquí en los campos, luchando por mi comida, me centro en mi vida. No necesito pelear para demostrar que estoy en lo cierto. No necesito ser perdonado. No llores, no levantes la mirada, es sólo vacío adolescente»

«Baba O´riley», de los Who

La muerte, la muerte era la única salida, la mejor solución. Por un lado se acababa todo el absurdo sinsentido de la vida, ese ovillo de dolor, esa maraña de sufrimiento. Por otro sus padres se iban a enterar.

Ya sólo con imaginarlos se le pasaba la rabia que cerraba su estómago, apretaba las sienes, rechinaba los dientes. Sus padres llorando en el funeral, la familia destrozada, pensando en todas y cada una de las veces en las que habían sido injustos con ella. Como ahora.

Y mejor que morir era desaparecer. Largarse, coger todo el dinero de la cartera de su madre y aferrarse al primer bus que saliera de la estación. Buscar un trabajo de lo que fuera y luego irse aún más lejos. A otro país, a otro continente, la vida era mejor ahí fuera. Sólo había que ver «Gente de tu bloque por el mundo» para darse cuenta.

Siempre había salidas buenas para ella y que devolvieran hierro por hierro. Y si el resultado era la muerte, ¿qué importaba? Fuera como fuese quería dejar atrás esa edad maldita, ese ser sin ser nada todavía, esa palmadita condescendiente entre vecinas, ese no tomarte en serio porque estás en una etapa, ese no tener sitio, no tener dinero, no tener, ni ser, ni parecer. Quería cumplir años y vivir como le diera la gana? Cumplir años y avanzar.

Dejó el café en la mesa, y sintió que el vacío la acorralaba. Las rutinas nos salvan, las rutinas nos definen, no recuerdan quiénes somos. A esa hora ella debería estar arreglándose el pelo y farfullando un beso por teléfono. Debería, pero no.

Se avecinaba otra tarde amarga, otra tarde en vano. Un navegar sin rumbo entre pantallas, un nada que decir a las redes, un zapping sin sentido, un libro que no avanza. Eso era ella ahora. Antes no.

La ventana traía luz y la promesa de la primavera. Recordaba la primavera buena, la de antes. Recordaba colgar el abrigo y volver a la ropa ligera, recordaba las miradas en clase, el delicado suplicio de mantenerse guapa en gimnasia, el incontrolable cosquilleo del viernes, el fragor del sábado, el cine del domingo. Lo recordaba tan bien que a veces le gustaba vivir allí de nuevo, toda la tarde, o en las horas del sueño.

Era una vida buena allá, veinte años atrás.

Si ha pasado está cantado, si está cantado es que ha pasado.