Las cuatro únicas ventanas que tienen los cristales a la vista exponen otros tantos anuncios de apartamentos en venta y alquiler. En todas las demás están bajadas las persianas. El edificio, que tiene el bajo parcialmente desocupado, dos alturas y buhardillas, forma parte de una hilera de bloques casi gemelos, una pared uniforme de fachadas impersonales de mortero en tonos pastel que acompaña a la carretera AS-253 camino del puerto de San Isidro a través de Felechosa. «El puilo» ya no es un pueblo, dirá pronto con amargura la memoria de alguien con recorrido para comparar. «Ni pueblo ni villa», confirmará María Josefa Martín, presidenta de la Asociación de Vecinos «El Carmín», porque «Felechosa no es Felechosa», rematará Mini Vidal, empresaria felechosina con establecimiento especializado en material de esquí. Los «mastodontes», las «colmenas» de la travesía, el «hospital» verde frente al colegio han tomado al asalto el territorio de las tierras de labor y las caserías tradicionales. Las promociones de apartamentos en altura han transformado aquella vieja aldea de montaña en esta nueva mezcla desordenada de lo urbano con lo agrario que a veces deja aquí el regusto desagradable de la oportunidad perdida. La nieve es el maná que ha alimentado la transformación abrupta de este sitio en otro, esa bendición del cielo que ahora sería completa, al decir de algún vecino, si en su día los encargados de darle la forma hubiesen escogido bien los espejos estéticos. Sólo se trataba de saber copiar, «únicamente había que mirar lo que se hizo en el Pirineo con la piedra, la madera y la pizarra», se duele José Vaquero, otro empresario de la industria esencial de Felechosa, el frío. Él, que también vende, alquila y repara equipos de esquí, opina que la nieve y la avalancha de las vacaciones invernales podían haber cambiado esto de otra manera, reconstruyendo mejor este sitio que no se reconoce a sí mismo en una fotografía en blanco y negro de 1958, donde sólo sobresale por entre el caserío de piedra el edificio alargado del albergue, que entonces todavía eran escuelas.

«El crecimiento en la época del boom urbanístico ha hecho que Felechosa se haya convertido en algo más que un pueblo», interviene el alcalde de Aller, el socialista David Moreno. «Ha pasado de ser un núcleo eminentemente rural con una economía de subsistencia agroganadera», concreta, «a un referente turístico en la falda de la estación de Fuentes de Invierno con un tejido económico muy solvente apuntalado sobre el sector turístico». Ha cambiado, es otro sitio, física y económicamente diferente. Aquí la burbuja inmobiliaria fue una bola de nieve. Menos mal que en este corte abierto entre montañas, por encima de los tejados de los edificios modernos de la travesía asoma la evidencia de que el final del invierno todavía no ha disuelto, a finales de marzo, las crestas nevadas que coronan el paisaje del alto Aller. Una tarde de primera primavera, Felechosa todavía tiene a la vista, Vaquero cruza los dedos, la fuente de energía que ha edificado así la nueva población. La nieve. Todo esto pasó aquí con más intensidad desde que Fuentes de Invierno es una estación de esquí a 14 kilómetros puerto arriba y la vertiente asturiana duplica el aprovechamiento deportivo de la leonesa, que ya había empezado en 1974. Los años de nieves son años de bienes desde que Felechosa sepultó su pasado ganadero debajo de cinco hoteles, siete establecimientos de apartamentos, una casa de aldea y cuatro restaurantes, 286 camas para turistas que son casi exactamente la mitad de los 580 habitantes que el censo asignaba a la localidad allerana en 2011. Y eso que en el recuento de plazas no figuran los hospedajes de los apartamentos que germinaron en masa durante la fase expansiva de la burbuja inmobiliaria ni se incluye en el padrón el poblamiento de segunda residencia que se ve por aquí sobre todo los fines de semana del invierno. Vaquero sabe tan bien que «el sábado y el domingo estará prácticamente todo lleno», como que permanentemente «no vive casi nadie de lunes a viernes». Y que la ocupación fluctúa con las hojas del calendario. El ejemplo de Esther Martínez, presidenta de la asociación de mujeres, es este año, con «crisis de nieve y de dinero», en el que «sólo estuvo completo por Carnaval, durante las jornadas gastronómicas de la caza».

A 651 metros de altitud, donde Felechosa se dispersa en una elevada planicie inclinada a la vera del curso violento del río San Isidro, los habitantes de hoy igualan aproximadamente la cifra de 2007, el año de apertura de la estación invernal allerana, y sitúan la pérdida en 67, algo más de un diez por ciento, si se compara con el primer censo del siglo XXI. Las plazas para turistas no han hecho progresar la población, era difícil en lo alto del concejo de las cuencas con la demografía más castigada por la reconversión minera, el que ha perdido un porcentaje más alto de sus residentes en este siglo, pero el alimento de los que siguen en Felechosa se percibe con claridad cuando en el acceso desde el Norte se ve que es lo primero una lustrosa casa de indianos que aloja un hotel. Tiene justo enfrente dos hospedajes más y dos restaurantes, otro casi pegado en la misma acera y algunos más espolvoreados por este pueblo de las terrazas a pleno rendimiento en la tarde soleada de un sábado de transición entre el invierno, la gran estación, y el inicio del declive primaveral.

Pero es hora ya de que alguien diga que Felechosa, aunque no se parezca a Felechosa, puede conservar la esencia de su tirón turístico cuando no nieva, que tiene argumentos para estirar la oferta y la demanda. Javier Iglesias, que explota desde septiembre el albergue juvenil de las antiguas escuelas, 38 camas, diez habitaciones, levanta la mirada hacia la naturaleza exuberante de su alrededor montañoso y desemboca invariablemente en la certeza de que «somos privilegiados. Tenemos lo que falta en otros pueblos de este concejo, pero tal vez no sabemos explotar los recursos de los que disponemos». En invierno y en verano. Desde la puerta del edificio de piedra restaurado con ribetes naranja, que conserva las dos puertas separadas con las leyendas de «niños» y «niñas» en los dinteles, Javier Iglesias y Julio Gutiérrez han creído ver el camino para no tener que sentarse a esperar a que nieve para sacar partido al potencial visitable de estas estribaciones de la cordillera Cantábrica.

Su negocio es el turismo activo, precisamente eso que escasea en la oferta de los alrededores de Felechosa según el veredicto de alguno de sus vecinos. Él ya ha empezado, enseña el libro de registro como prueba de su teoría sobre el recorrido desestacionalizador del pueblo: el 1 de julio tiene fecha de entrada en el albergue un campamento infantil del Ayuntamiento de Arganda del Rey (Madrid) y «de ahí al 27 de agosto lo tenemos lleno». La casilla siguiente le pide «montar un parque de aventura y paintball, que funciona muy bien en otros sitios», y empezar a dar respuesta a la sentencia que se oye por las calles de la localidad: «No puedes tener seis meses Felechosa a tope y los otros seis como un pueblo fantasma», le animará Sara Fernández, que trabaja en Fuentes de Invierno y organiza las fiestas del Carmen. «Pero para eso hay que moverse», vuelve Iglesias. «No van a venir sólo porque lo encuentren en Google».

La idea, todo eso que se esconde detrás de la palabra promoción, es hacer ver fuera lo que una vez aquí se hace evidente a simple vista: la naturaleza a la puerta y «el puerto a diez minutos, pero también la playa a menos de una hora», a un paso las Hoces del Pino, ahí mismo la ruta de las brañas, montaña, caza, pesca y, por supuesto, nieve. Geográficamente, Felechosa se sabe un ejemplo de la estructura territorial integradora que Asturias puede vender al visitante, esa del salto corto entre la alta montaña y la costa que tal vez se haría más rentable con un esfuerzo publicitario y servicios mejores. En la localidad allerana, a la salida en dirección a San Isidro, un gran edificio de fachada azulejada con balcones a los lados y espejos en el centro promete ser una especie de lotería para los catálogos de la oferta turística en el alto Aller. Así lo ven aquí mientras en la finca de Las Pedrosas los obreros rematan la obra de la residencia geriátrica «La Minería», adosada a la larga recta de la carretera que enfila el camino del puerto nada más abandonar Felechosa. Promovida por el Montepío de la Minería, la instalación tendrá plaza para 297 residentes y 200 reservas, un gran spa de 1.500 metros cuadrados parcialmente abierto al público no residente y aproximadamente cien empleos directos a cambio de casi 31 millones de euros de fondos mineros. La obra ya ha dado dinero a los que como Conchita Muñiz, presidenta de Alletur, la asociación turística del concejo, ofrecen comidas además de alojamiento. La residencia también es responsable de la extensión del suministro de gas propano a esta localidad y a la vecina de El Pino, «impensable» sin el Montepío al decir del alcalde de Aller, y junto al edificio principal tiene otro para talleres ocupacionales de uso colectivo fuera del horario de funcionamiento de la residencia. No lo parece, pero aquí un geriátrico es un recurso turístico. El sector de las vacaciones invernales espera poder incorporar el spa a su oferta turística, que los residentes arrastren visitantes y la crisis no ensucie los planes de los promotores de poder hacer que la instalación sea rentable incluso al setenta por ciento de su capacidad.

Si este proyecto «histórico», «el primer complejo residencial que el Montepío gestionará en Asturias», está en Felechosa es por la convergencia de la oferta del Ayuntamiento de Aller con las necesidades de la entidad promotora. «Obviamente, había predilección por que fuera en las Cuencas», precisa José Antonio Postigo, presidente del Montepío, y aquella finca «soleada, bien ubicada», prometía matar de un tiro varios pájaros. Además de la regeneración del empleo en la comarca y del servicio a los mutualistas promete ser un factor de visibilidad para «la naturaleza esplendorosa de estos espacios verdes de las zonas altas de las Cuencas, tal vez poco conocidos», y encaja con su gran spa «en el proyecto de desarrollo territorial de la zona vinculado al turismo rural». Las Pedrosas casaba, en fin, «con nuestro lema sobre la calidad de vida», concluye Postigo.

La expectativa que abre la residencia colaborará, esperan aquí, a resolver la encrucijada del futuro y a dar con esa receta que se descifra con más turismo, pero también con más que turismo. Además de camas de aprovechamiento para el visitante estrategias para detener aquí la huida que se ha llevado un veinte por ciento de la población de Aller en este siglo, aproximadamente un diez en Felechosa y algo más, un trece, en el conjunto de la parroquia de raíz agraria de El Pino.

La profunda transformación estética de Felechosa ha hecho imprescindible una reforma paralela de servicios que tiene las calles levantadas, pendientes de una obra que el alcalde de Aller espera que finalice en dos meses y medio y que acomete la «renovación integral de las redes de saneamiento y abastecimiento» a cambio de 2,7 millones de euros de fondos mineros. La intervención se acompasa con la llegada del suministro de gas, posible gracias a la construcción de la residencia geriátrica del Montepío de la Minería, y hay en el pueblo quien lamenta la prolongación de los perjuicios. «Llevamos así desde la primavera del año pasado», apunta la presidenta de la asociación de vecinos.

Las dudas sobre el futuro de los fondos mineros mantienen en el aire el centro social de Felechosa, un equipamiento largamente demandado por el vecindario que figuraba con 278.000 euros en los convenios de las partidas para la reestructuración minera. Está, según el Alcalde, tan en suspenso como el resto de las obras comprometidas y no iniciadas con cargo a esas cuentas suspendidas por el Gobierno de Mariano Rajoy.

En estas estribaciones de la cordillera Cantábrica, hasta un geriátrico puede ser un recurso turístico. Eso esperan los empresarios del sector en Felechosa dirigiendo la mirada permanentemente hacia la finca de la salida del pueblo donde crece la residencia del Montepío de la Minería. Sus trescientas plazas y su equipamiento con spa parcialmente abierto al público estimulan la confianza en poder venderlo dentro de su oferta de actividad y prometen ayudar a paliar una de las carencias que José Vaquero le ve al pueblo, «una piscina cubierta». Una de otras es una gasolinera.

Felechosa, y con ella todo el alto Aller, se duele de la parálisis del Corredor que remonta el río desde el valle del Caudal. La carretera se para a partir de Corigos, tiene pendiente el tramo desde esta localidad hasta Cabañaquinta y un carril cortado desde hace demasiado tiempo por un argayu a la altura de Caborana. Es el lamento, en fin, por las dificultades logísticas que quedan en esta zona necesitada de buenas comunicaciones para atraer turistas a su oferta de vacaciones invernales.