Primitivo Luengo, zamorano de 1938, jubilado desde 1994 de Radio Nacional de España, conserva la voz de aquella radio bien dicha. Premio «Ondas» de 1972 y «Antena de Oro» en 1991 es un pionero de RNE en Asturias que lleva en Oviedo casi medio siglo. Fue jefe de programas en 1983 a 1993 y recuerda especialmente, de entre sus retransmisiones y programas en Asturias, dos espacios de los ochenta: «Los jueves, milagro», que hacía Fernando Poblet, y «El canto del gallo», un programa despertador que convirtió en participativo.

-¿Acabó Derecho en Madrid?

No, no me gustaba y la radio me absorbía. «Hay que grabar un programa para el domingo». Ahí va Primitivo.

-¿Qué le parecía Madrid?

Me oprimía. Tenía que ir a clase, por atender la exigencia de mi padre de que acabara la carrera -a él la radio le parecía un poco de farándula-, y también trabajar en la emisora. Ese agobio me impulsó a venir a Oviedo cuando se inauguró la emisora de RNE.

-¿Cómo fue?

Mandaron de avanzadilla a Adolfo Parra, el primer director. En julio de 1963 empezó a emitir de forma experimental en la calle Melquiades Álvarez. Vino de locutor Luis Cacho y después Eduardo Sotillos, al que sustituí en octubre.

-¿Conocía Oviedo?

No. Sotillos fue a esperarme a la estación del Norte. Compartimos la habitación de la pensión. No teníamos un duro.

-¿No estaba bien pagado?

Hasta que llegó Fraga y nos dobló o triplicó el sueldo, no. A Sotillos no le llegaba la orden de regreso a Madrid. En la pensión Buenos Aires, muy grande, con un pasillo muy largo, se hospedaban las vedettes de «Los monumentos» y de otras salas de fiestas que llegaban a las 6 de la mañana con risas y tacones. Todas las mañanas había lío de «silencio, cállense». El dueño les pidió un día en el comedor que cuando entraran se quitaran los tacones. Esa tarde, Sotillos cogió una caja de chinchetas de la emisora y, de noche, puso el despertador a las seis menos cuarto de la mañana. A las seis de la mañana, las voces fueron distintas. Entre los gritos, Sotillos salió preguntando: «¿Quién habrá sido?».

-¿Qué le pareció Oviedo?

Aquel invierno llovió muchísimo. Me pareció que todo estaba cerca, agradable. Me fui a una pensión menos ruidosa y estuve en ella hasta 1966, que me casé.

-¿De dónde es su mujer?

Estrella es de Zamora, la conocí en mi pueblo. Tuvimos un noviazgo largo, desde los 17 años, de grandes ausencias, de teléfono, de vacaciones. Es profesora de EGB y ejerció en el colegio de la parroquia de San Juan, que luego los maristas absorbieron. Ha sido un gran apoyo. Le gustaba más la fama que da la radio que a mí. Tuve oportunidad de dirigir emisoras de Cáceres, Vitoria y Burgos pero Estrella no quiso marchar. Dice que es más asturiana que los asturianos, que lo son sin remedio, mientras que ella se siente asturiana.

-¿Qué emisora encontró en Oviedo?

La de María Alzira Rolland, Manolo García, Juan María Urbano... Los locutores hacíamos la información, a la que, al principio, no se daba importancia. Modesto González Cobas hacía «La Asturias popular». Había muchos programas musicales. El segundo director, Francisco Navarro, era marido de una famosa cantante de ópera, Blanca María Seoane, y le dio mucha importancia a la música. Cuando nombraron obispo de Oviedo a Tarancón se le dio un recibimiento con banderitas por las calles. A Navarro se le ocurrió hacer la retransmisión en directo. El jefe de los servicios técnicos, Odón Díaz, organizó una emisora portátil, que colocó en lo alto del Land Rover de la emisora y podía transmitir a la antena del Naranco. Bajábamos con aquel trasto por la calle Toreno -entonces de doble dirección- delante de la comitiva, con el obispo en un coche descubierto, saludando. Enfrente del cine Aramo, Uría 20, estaban las autoridades, encabezadas por Camilo Alonso Vega, ministro de la Gobernación. Al llegar allí, ventanilla bajada para retransmitir, Alonso Vega se dirige a nuestro trasto -deplorable entre el brillo de los coches de las autoridades- dando voces: «¿Quién les ha dado a ustedes permiso?». El conductor del Land Rover era un policía adscrito al parque móvil ministerial, que, al ver a su ministro abroncarlo, aceleró. En un minuto aparecimos en la calle del Águila. No hizo ningún caso a mis señas de que parara cuando el ministro dejara de vernos porque yo necesitaba saber qué estaba pasando para hacer la transmisión. Me salvó la documentación que siempre llevé de sobra a todas las retransmisiones.

-¿Hubo otros «momentos trágicos»?

En una retransmisión de los premios «Príncipe de Asturias» tenía que cubrir desde las seis menos diez de la tarde hasta las seis, que empezaba el acto. Dieron las seis y cinco, y diez, y cuarto, y veinte, y el acto no empezaba porque el Rey no llegaba. Nos dijeron que, cuando iba a salir del Hotel Reconquista, don Juan Carlos llamó a la clínica de Barcelona donde estaba ingresado su padre para interesarse por su estado de salud pero que no encontraban al médico al cargo. Los papeles de documentación me salvaron de nuevo. No sabes la de cosas que se pueden decir en media hora. Sotillos era entonces el director de la red y no pudo asistir al teatro Campoamor porque se puso enfermo. Fuimos a verlo a su habitación del Hotel de la Reconquista y me ensalzó cómo había salvado la transmisión sin que nadie me informara de nada, asomado de vez en cuando a los cortinones y leyendo todo aquello con tono de improvisación.

-¿Su época más divertida?

Cuando Fernando Poblet, que fue durante poco tiempo jefe de informativos en RNE de Asturias, tenía un programa que se titulaba «Los jueves, milagro», de humor extravagante y de mucho impacto en los medios políticos. Era 1983. El milagro de los jueves pasó a ser el escándalo de los viernes porque no dejaba títere con cabeza. Al final del segundo capítulo el narrador, que era yo, advirtió «piérdanse ustedes el próximo jueves el capítulo porque casi seguro que no sale». Mi mujer cogió el autobús para ir a casa y llevaba la radio puesta. Tenía que bajar en la plaza de San Miguel y llegó a San Lázaro.

-A usted le tocó el paso a la radio en directo.

Sí. Yo en Madrid era un busto parlante y luego en Asturias eso cambió. Alejo García Ortega hacía conexiones desde Madrid con motivo de la aprobación de la Constitución. Salí cerca, al quiosco de la calle Covadonga, asalté a un paisano con el micrófono y empezó a poner verde la Constitución y a pedir que Carrillo fuera llevado al paredón. Lo arregló Alejo: «Qué bonita es esta época de libertades en la que hasta este señor ha podido decir lo que ha dicho». Carlos Rodríguez, el director de la emisora, me puso verde porque yo era el único que no conocía a aquel taxista, famoso por ser de ultraderecha. Con el directo, la radio empezó a ser más abierta y comunicativa pero tiene sus pros y sus contras. Los periodistas accedieron al micrófono que tenían los locutores y no tengo nada en contra de eso pero no se cuidan igual las voces.

-¿Usted había tenido algún tipo de inquietud o conocimiento político?

Me traía un poco sin cuidado. Me parece que la Transición se hizo muy bien. No podía entender que un disco de «El Presi» no se radiara porque se llamaba «El clavel colorao» o que no se emitiera música de Yves Montand porque era miembro del Partido Comunista.

-¿Fue un padre presente?

Mi hijo fue siempre buen estudiante y formal. Mi mujer tenía que decirle que dejara de estudiar.

-¿Qué tal siente que le ha tratado la vida?

Muy bien. He tenido mucha suerte, mi profesión me gustó mucho y al final me pagaron bien.

-¿Cómo llevó la jubilación?

Los primeros meses bastante mal. Iba todos los días a la emisora. Daba un paseo y un imán me llevaba a Melquiades Álvarez. La radio engancha mucho, es una calentura: ata y gratifica.

-¿Escucha la radio?

No demasiado. Es bastante mejorable. El directo acabó con el lenguaje perfecto y la seriedad con el idioma.