El arquitecto Mariano Marín Rodríguez-Rivas (Gijón, 1926) cierra sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA con la etapa de estudios en Madrid y EE UU y la reflexión sobre lo que ha sido su obra.

Tayuela para El Greco.

«Además de dirigir el Museo Romántico, mi tío Mariano Rodríguez Rivas equipó la Casa de El Greco de Toledo, pero todo ello con mobiliario que adquiría en el rastro de Madrid y que toda nuestra familia buscaba. Un día llegó mi madre con una tayuela, una sillita de cocina muy bonita, y allí se colocó. Así, se puede decir que fue un museo hecho por mi familia y con conciencia de las trampas de lo expuesto, pero muchos de los museos franceses o españoles son igual de tramposos y quizás menos los americanos. Pero fue un éxito y había colas para entrar a visitarlo. Como periodista, mi tío había entrado antes en el "Arriba" donde tenía una columna que firmaba como "Puck", personaje de Shakespeare en "El sueño de una noche de verano". Nunca entendí por qué eligió ese nombre para hablar de Madrid, que era el tema de sus artículos, y al meterse en esa temática fue cronista de Madrid y pasó a crear la mejor biblioteca que ha habido sobre la capital, con documentos como los cuatro bocetos de Sabatini para la Puerta de Alcalá. Esos bocetos me los traje yo a Gijón cuando mi tío falleció y su biblioteca quedó desatendida por la familia y fue objeto hasta de robos. Esos bocetos me los compró tiempo después El Corte Inglés para donarlos al Museo de Madrid. Mi tío fue también corresponsal en París cuando yo tenía 19 años y me pagó un mes de estancia allí. Al regresar le devolví parte del dinero y me echó una bronca: "Has hecho una cretinez, yo te di el dinero para que conocieras todo París y no para que pasearas sin gastar una peseta"».

Escenas barojianas.

«Aunque no tenía una vocación definida (de niño únicamente me atraía el mar), estudié Arquitectura porque no me dieron opción a escoger otra cosa. Yo era un joven obediente y nada rebelde. Lo que no quería era estudiar algo que exigiese esfuerzos de memoria, que siempre la he tenido muy mala. Para entrar en Arquitectura había que estudiar dos cursos de Ciencias Exactas, y los hice a toda velocidad, pero se me atrancó la asignatura de Dibujo de Estatua, que me llevó varios años, aunque después no tuve problema. Y también había que hacer antes de la carrera la asignatura de Cálculo Integral. El arquitecto gijonés Antonio Roibás me recomendó un profesor particular, Felipe Gorriz, que vivía y daba clases en una pensión cerca de la plaza de Benavente. Para llegar a su habitación había que atravesar otra de otra persona que olía a demonios. Baroja se queda corto, porque aquello era la clásica escena barojiana y te encontrabas con aquel profesor, medio vestido, con bata y sin afeitar, pero en realidad era un sabio de las matemáticas».

La mejor sinfónica.

«En la carrera fui un alumno del término medio, sin más, pero mi singularidad personal es que había sacado el título de capitán de yate y que tenía una gran afición a la música. De hecho, a través de unos compañeros entré en relación con los artistas del grupo de El Paso y con un compañero hicimos una obra que se exhibió en la primera exposición de este grupo. Era sobre un tema de Stravinsky (mi destino), "La historia del soldado", una obra para tablado. Así que confeccionamos una obra de arquitectura que presentamos en unos paneles. Hay una anécdota de aquello: hace años compré en el Reina Sofía un libro pequeño que recogía los nombres de los participantes en aquella exposición y hablaba de su trayectoria posterior, pero al llegar a Mariano Marín viene a decir "de este señor no se sabe nada". También empecé a escribir en una revista de estudiantes, que se entendía que era progresista, "Alcalá", con artículos de gente de valía como Alfonso Sastre. Yo humildemente mandaba artículos sobre música. Al acabar la carrera solicité sin mucha esperanza una beca de la Embajada de EE UU, precedente de las Fullbright, que eran no buenas, sino muy buenas. Pero me contestaron y nos llamaron a 47 para una entrevista personal. Te preguntaban sobre toda tu vida y lo mío les debió de interesar porque al preguntarme sobre autores americanos les hablé, chapurreando en inglés, de Poe, Faulkner, Eugene O'Neill, Tennessee Williams? Yo tenía conocimientos y lecturas de ellos gracias precisamente a la revista "Alcalá". No debí de aburrirles y me dieron el número dos. El uno escogió Harvard y yo, aunque sólo tenía una remota idea del Instituto Tecnológico de Massachusetts, lo pedí, principalmente porque mi amigo Pernas me había dicho que la mejor orquesta sinfónica del mundo estaba en ese momento en Boston».

Desayuno con Nobel.

«Llegué al MIT, a un kilómetro de Boston, y me aboné a todos los conciertos posibles, pero es que además en el Instituto había un departamento de Humanidades porque tenían una cierta preocupación por la deshumanización de la tecnología. En ese departamento había ciclos diversos y, por ejemplo, cuando bajó Fidel Castro de Sierra Maestra a los pocos días ya le habían pedido una conferencia en el MIT. No asistí, pero desde mi tablero de dibujo le vi llegar con escoltas y sirenas. Castro dio su conferencia, tuvo mucho éxito y los alumnos del MIT empezaron a dejarse todos la barba. En el máster del MIT éramos 28. Cada uno tenía un profesor tutor y tú componías tu curso con créditos de asignaturas. Elegí, entre otras, Acústica Arquitectónica y Cimentaciones. También tenías que redactar proyectos y recuerdo que el primero de ellos fue el edificio para una biblioteca en Venecia. Además nos ofrecían que pidiéramos que vinieran expertos a darnos orientaciones y en la lista de posibles invitados había gente como Gropius. El trabajo era durísimo y los viernes se sometía a un "jury", a un jurado de profesores del MIT, de la vecina Harvard y de otras universidades. También asistían alumnos libremente, al igual que tú podías asistir a clases de otras facultades. Yo solía visitar la de Ingeniería Naval, que entonces construía un velero para la Copa América. Iniciaba mi jornada a las nueve, desayunando en la cafetería; ibas con tu bandeja, te sentabas donde podías y en dos ocasiones lo hice junto a algún Premio Nobel del MIT».

Título contra reembolso.

«El MIT fue una experiencia muy interesante, pero en España lo que valía para la arquitectura eran otras cosas más que un máster del MIT. Allí estuve un curso entero y algo del siguiente (1958-1959). Al haber aprobado, me extendieron la beca para poder hacer un doctorado en Urbanismo, pero me llegaban noticias de mi madre de que mi padre estaba enfermo. Dudaba en volver: hacer el doctorado en el MIT era muy atractivo, pero renuncié, también por egoísmo, porque si me quedaba en EE UU iba a ser una vida muy dura, mientras que si venía a Gijón sabía que tenía la vida más fácil porque la carrera de Arquitectura era una de las privilegiadas y me incorporaba al estudio de mi padre, que tenía mucho trabajo. Esto era muy tentador. A los dos años ingresé por un tiempo en el cuerpo de arquitectos de Hacienda, pero más bien por empeño de mi padre. Hice el doctorado aquí, que consistía en enviar un proyecto que hubieras hecho y te mandaban el título contra reembolso. A mí me daba un poco de vergüenza aquello. En 1967, con Ignacio Álvarez Castelao, ganamos el primer premio por el proyecto de Delegación de Obras Públicas en Bilbao. Castelao era uno de los grandes, con una vocación tremenda, y a mí me apreciaba mucho, aunque discutíamos mucho. Creo que me apreciaba porque yo era el único que le llevaba la contraria».

Fin de la saga.

«En dos etapas fui decano del Colegio de Arquitectos. La primera fue una experiencia maravillosa y se respetaba al decano, pero la segunda fue desagradabilísima. Había gente que hacía trampas y modificaba las actas con ánimo de perjudicarme, y lo digo porque así lo manifesté y figurará en el libro de actas del Colegio. El mismo Colegio me otorgó en 1985 el premio "Asturias" por un grupo de viviendas sociales en Cudillero. En mis trabajos he intentado aplicar la norma de la economía de medios expresivos, algo que decía Stravinsky sobre la música, a lo que añadía que cuando se sentaba no sabía lo que quería componer, pero sí lo que no quería. Lo que yo no he querido es componer la arquitectura que se estaba haciendo en mi época. Cuanto más sobrio eres, menos te equivocas. He sufrido, como mis compañeros, el momento de peor arquitectura de Gijón, no sólo por el desarrollismo de los sesenta y los setenta, sino porque coincidía con una carencia de calidad en los materiales. Conmigo se acaba la saga de arquitectos Marín, lo cual me parece bien; las dinastías no son buenas. De mis tres hijos ninguno se ha inclinado por la arquitectura. En la actualidad, quizás estoy pasando los mejores años de mi vida gracias a mi mujer, con quien me casé en segundas nupcias, Isabel Ballina, ovetense. Tanto ella como sus hijos no pueden ser mas cariñosos conmigo y yo les tengo que agradecer mucha felicidad».