Volvió el bisonte, acaba de llegar el tarpán (un équido euroasiático que no habitó en Asturias, aunque probablemente era el mismo tipo de caballo que el cebro ibérico, que sí vivió en la región) y se anuncia el retorno del uro, el ancestro de todas las razas actuales de ganado vacuno. La fauna extinguida del Cuaternario está de moda. Los proyectos que recuperan o introducen estas especies se justifican por razones de diversa índole: conservación, manejo de hábitat, atractivo turístico e interés ganadero, aunque en todos ellos subyace el impulso romántico de recrear otra época en la que nuestra fauna contó (en diferentes períodos) con elefantes, rinocerontes, hienas, leones y renos, aparte de otros mamíferos que aún continúan formando parte de ella.

Las tres especies objeto de proyectos de reintroducción pertenecen al Pleistoceno Medio (entre 800.000 y 130.000 años antes del presente), la época más rica en lo que concierne a la incorporación de especies a la fauna cuaternaria en Asturias, aunque todas son anteriores al período más próspero en ese aspecto, la glaciación de Riss, iniciada hace 200.000 años y finalizada con la propia etapa geológica. Antes que ellos -ciñendo la búsqueda sólo a las especies extinguidas o ausentes en la actualidad de la región-, otros grandes mamíferos poblaron la Asturias cuaternaria. Remontándonos a la etapa más lejana, el Pleistoceno Inferior, entre 1.500.000 y 800.000 años antes del presente, nos situamos en el tiempo de los rinocerontes de climas templados que vivieron aquí en las etapas interglaciares: el pequeño «Stephanorhinus etruscus» y su sucesor, el rinoceronte de Merck, probablemente vinculado a los ambientes forestales. En ese mismo escenario cazaban sus presas el «Homotherium crenatidens», un espectacular felino de dientes de sable (nombre alusivo a sus enormes caninos superiores), del tamaño aproximado de un león, y el oso «Ursus etruscus», antecesor del oso pardo (originado en Asia).

Al inicio del Pleistoceno Medio aparece en Asturias el gran elefante «Elephas antiquus», de hasta cuatro metros de altura en la cruz (la talla de los mayores ejemplares conocidos de elefante africano de sabana, que no suele superar los 3,5 metros de alzada) y dotado de gigantescos colmillos rectilíneos. Este proboscídeo habitó en la región durante las fases interglaciares más cálidas y se extinguió hace unos 70.000 años, durante la glaciación de Würm. El período interglaciar Mindel dio entrada en Asturias al bisonte «Bison priscus», al reno y al león de las cavernas (aproximadamente un tercio más grande que el actual y sin la característica melena de los machos). El bisonte del Pleistoceno (al que corresponden las representaciones parietales de Tito Bustillo y Altamira) se extinguió durante la última edad del hielo y fue sucedido por el bisonte europeo, que persistió en España hasta el siglo XII y en Europa hasta el primer tercio del siglo XX. El león de las cavernas también dejó de existir durante la glaciación de Würm, dando paso a su descendiente actual, que habitó en algunas regiones de Europa hasta el siglo X.

El siguiente en aparecer sería el uro, domesticado hace 10.000 años y que pervivió hasta la Edad Media (el último ejemplar se cazó en Polonia en 1627). Las tres subespecies conocidas de este bóvido (euroasiática, africana e india) dieron lugar a los diferentes linajes actuales de ganado vacuno. En Asturias sólo se han hallado restos asignables con seguridad al uro en la cueva de Balmori (Llanes).

Durante la glaciación de Riss, las estepas frías que constituían el paisaje dominante estuvieron pobladas por mamuts y rinocerontes lanudos, osos de las cavernas, «megaloceros», hienas, leopardos y marmotas, además de muchos de los mamíferos llegados en épocas anteriores. El mamut lanudo es el emblema de las dos últimas edades glaciales. Su gruesa capa de pelo lo protegía del gélido clima y se cree que sus peculiares colmillos, arrollados sobre sí mismos y hacia el interior, podían servir para buscar alimento escarbando en el suelo helado. Esa misma utilidad se ha atribuído al gran cuerno anterior del rinoceronte lanudo (de tamaño similar al actual rinoceronte blanco), otra especie indicativa de un clima frío. El gigantesco oso de las cavernas, tan grande como los actuales osos grizzlies de la isla de Kodiak y los osos polares, extremó la tendencia troglodita que ya habían manifestado especies de osos más antiguas. La abundancia de restos hallados en cuevas probablemente se debe a la mortalidad durante el letargo invernal de ejemplares que no habían acumulado suficientes reservas. El cuarto gigante del grupo, el «Megaloceros giganteus», un ciervo propio de ambientes esteparios que alcanzaba dos metros de altura en la cruz, se caracterizaba por sus descomunales cuernas (con palas, al estilo del gamo) de hasta 3,5 metros de envergadura. Ese exagerado desarrollo se debe al propio tamaño del «Megalocero», dado que las astas crecen en proporción al tamaño del cuerpo pero a mayor velocidad.

Ya en el Pleistoceno Superior, hace unos 120.000 años, a las puertas de la última glaciación, que marca el fin del Pleistoceno y da paso al Holoceno (la actual época geológica, iniciada hace unos 10.000 años), la fauna cuaternaria asturiana sumó a sus elementos más recientes, los linces ibérico y boreal, que podrían haber sobrevivido (uno de ellos o los dos) hasta el siglo XX. La glaciación del Würm significó el fin de las especies que hoy nos resultan exóticas (elefantes, rinocerontes, los grandes felinos) y que son ya irrecuperables. El «Parque Cuaternario» de Villayón, Allande y Siero (los lugares a los que se han traído o se prevé traer bisontes, tarpanes y uros) rescata los animales más adaptables a las condiciones ambientales de la actualidad.