Veinte años sin su luz. Veinte años sin Audrey Hepburn. Veinte años sin la jovencita candorosa que pasó unas «Vacaciones en Roma», sin la «Sabrina» encajonada entre dos amores, sin la valerosa mujer que vivió «Guerra y paz», sin la belleza resplandeciente que tenía «Una cara con ángel» y pedía un «Desayuno con diamantes», sin la deslenguada que se convertiría en «My fair lady» y era uno de los «Dos en la carretera», sin la protagonista de una frenética «Charada» que luchaba «Sola en la oscuridad» y era enterrada como Marian junto a su amado Robin allí donde cayó la flecha del amor eterno.

«Audrey es una mágica combinación de una gran elegancia y una gran espiritualidad». Lo dijo Gregory Peck. «No hay una mujer que no sueñe con parecerse a Audrey Hepburn». Lo dijo el diseñador Hubert de Givenchy. «Era tan amable y graciosa que todo el mundo se enamoraba de ella a los cinco minutos. Todos estábamos enamorados de esa chica, yo incluido». Lo dijo el director Billy Wilder. «Audrey era la clase de persona que cuando veía el sufrimiento de otras trataba de llevárselo con ella. Era una curandera. Sabía amar». Lo dijo la actriz Shirley MacLaine. ¿Y qué decía ella de sí misma? Una biografía escrita por Michael Heatley, copiosamente ilustrada para que cada página sea un encuentro especial con la magia de la actriz (4 de mayo de 1929, Bélgica-20 de enero de 1993, Suiza), permite conocer un poco más a una mujer que dejó huella en el cine y también como luchadora por buenas causas.

Frente al espejo. «A menudo he pensado que era bastante fea. De hecho, tenía un gran complejo al respecto. Para ser sincera, a menudo he estado deprimida y profundamente decepcionada conmigo misma. Incluso podría decir que, en algunos momentos, me odiaba. Estaba demasiado gorda o tal vez era demasiado alta o simplemente demasiado fea. Tampoco era capaz de manejar mis problemas o enfrentarme a la gente. Desde un punto de vista psicológico, me podría definir a partir de sentimientos subyacentes de inseguridad e inferioridad. No podía superar estos sentimientos actuando de forma indecisa. Descubrí que la única manera de sacar el mejor partido de ellos era... adoptando una enérgica y férrea determinación».

Mamá. «Mi madre quería desesperadamente convertirse en actriz. Sin embargo, mi abuelo le prohibió estricta y firmemente acercarse a un escenario. Consideraba que aquella profesión era indigna de su hija y que podía afectar negativamente al patrimonio Van Heemstra. Mi madre obedeció, pero dudo que superase su frustración».

Afecto. «Nací con una enorme necesidad de afecto y una terrible necesidad de darlo. Me gusta pensar que eso forma parte de mi atractivo, que la gente reconoce en mí su propia necesidad de recibir y dar afecto».

Sexo. «Creo que el sexo está sobrevalorado. Sé que no tengo sex-appeal. En cambio, poseo cierto encanto. Mis dientes son graciosos, pero no tengo ninguno de los atributos que normalmente se requieren para ser una reina del cine, incluyendo la esbeltez».

Actuación. «Actúo del mismo modo ahora que hace cuarenta años... con más sentimiento que técnica. Toda mi vida he afrontado las escenas sin técnica; si sientes lo suficiente, puedes hacer lo que quieras».

Hombres. «El tipo de hombre que me atrae puede ser alto o bajo, rubio o moreno, guapo o corriente. El atractivo físico no me atrae por sí solo. Si un hombre tiene esa cualidad indefinible que sólo puedo llamar calidez o encanto, entonces me sentiré a gusto con él».

Maternidad. «No hay nada más importante para mí que haber dado a luz».

Envejecer. «Mi propósito no era tener lujos excesivos. Cuando era niña quería una casa con jardín y ahora la tengo. Es lo que soñé. La edad no me preocupa si sé que soy amada y puedo amar. Para mí una tragedia sería ser mayor y que mi marido no me quisiera o mis hijos creyeran que soy fea y no me quisieran. Por lo tanto, no es la edad ni la muerte lo que se teme, sino la soledad y la falta de afecto. Pase lo que pase, lo más importante es envejecer con gracia, y eso no se puede hacer en la portada de una revista».

Embajadora de UNICEF. «Después de ver un manicomio por dentro, visitar una colonia de leprosos, hablar con los misioneros y observar operaciones, me sentí muy enriquecida. He desarrollado un nuevo tipo de paz interior. Una calma. Cosas que antes me parecían muy importantes ya no lo son».

Los recuerdos. «Si pudiera volver al pasado, me quedaría con los placeres, las emociones y todo lo que ha valido la pena y he tenido la suerte de tener. Ni mis penas, ni los abortos, ni el abandono de mi padre, pero sí la alegría de todo lo demás. Sería suficiente».

La vida. «Decidí, muy pronto, aceptar incondicionalmente la vida; nunca esperé de ella nada especial, aunque me parece que he logrado mucho más. La mayoría de las veces las cosas pasaban, simplemente, sin buscarlas».