Para Ángel Gabilondo, la metafísica, especialidad de la que se ocupa como catedrático en la Universidad Autónoma de Madrid, es una forma de encarar el mundo y no una vía de huida. Con 64 años casi recién cumplidos, el quinto de los nueve hermanos Gabilondo de San Sebastián, crecidos con la buena proteína de la carnicería paterna, muestra en sus respuestas el afán de esencialidad que se le supone a un filósofo. Ministro de Educación en los dos últimos años del segundo Gobierno de Zapatero, echa por delante su condición de hombre de diálogo para evitar toda discusión con el controvertido Wert, que ahora lleva la que en otro tiempo fue su cartera, y hace una defensa cerrada de la formación como el centro de toda política que pretenda una transformación social y económica del país. En Oviedo, en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA, invitado por Tribuna Ciudadana, Ángel Gabilondo habló sobre «La calidad y la equidad en plural».

-A la pregunta de por qué en España resulta tan complicado el consenso sobre cuestiones elementales como la educación, otro ex ministro socialista, José María Maravall, le mencionaba a usted como el hombre que se había agotado en el diálogo.

-No soy persona conflictiva ni me gusta la confrontación. Estoy más a gusto en el diálogo, aunque no eludo los conflictos. El diálogo da sus frutos, aunque a veces no son los que uno espera. El acuerdo con los agentes sociales y la comunidad educativa es muy importante. Gobernar es acordar y buscar el máximo consenso posible, aunque a veces las condiciones sociales o políticas no son las más adecuadas para eso. Pero no considero que si algo no acaba como uno cree que debe acabar el camino haya sido infecundo. Entre otras razones, porque lo que firmamos en su día se llamaba pacto social y político. Esperemos que se den en algún momento las condiciones para llevarlo adelante. El acuerdo no sólo es el mejor camino, sino que es el único camino. Y sin renunciar a las propias convicciones, los acuerdos se consiguen con quien no piensa como tú.

-Ahora estamos asistiendo a una defensa abierta de la ideologización de la educación, sin ocultación ni enmascaramiento alguno.

-Hablar de educación es hablar de todo porque incluye una serie de principios, de convicciones y hasta un modelo de vida y de sociedad. La educación es un asunto de Estado. Los países que han avanzado más en esto se han pasado veinte o veinticinco años en procesos legislativos y otros diez o quince dedicados a evaluar el sistema. A nosotros nos falta esa entereza para asentar los principios fundamentales. Ello no supone limitar la capacidad de un Gobierno para marcar sus prioridades, que para eso gobierna. Pero sobre ciertos asuntos decisivos como la educación infantil, la formación profesional o los idiomas hay que buscar bases comunes, se pueden hacer grandes acuerdos.

-La educación no se libra de esa justificación de que sólo se hace lo inevitable, que no hay elección.

-Gobernar es preferir, elegir. Hay cosas que se imponen, pero achacar nuestras decisiones a lo inevitable es abandonar el espacio a la deliberación que debe haber detrás de toda decisión humana. No todo es gestión. Resulta necesario mejorar muchas cosas, pero lo que no podemos hacer es tirar al niño con el agua sucia de la palangana. No procede ese adanismo de empezar cada vez, de que todo está mal y tenemos que inaugurar el mundo cuando llegamos. Hay que ser más generosos con el legado y reconocer que mucha gente ha trabajado para que las cosas mejoren en los últimos treinta años.

-Otra idea muy marcada en este momento es que la educación debe tener una conexión fuerte con el mercado laboral y plegarse a sus necesidades.

-No estoy de acuerdo con eso. Hay que distinguir entre empleabilidad y empleo, que con frecuencia se confunden. La empleabilidad fomenta una formación versátil, con posibilidad de adaptarse a distintos ámbitos, una formación suficiente y competente para desarrollar una labor. El empleo es otra cosa, y la labor social de la educación no consiste exclusivamente en formar para el empleo. El problema ahora es que hay poco empleo. Tenemos que responder a las demandas sociales, que no son las mismas del mercado. Iría más allá y diría incluso que más que atender a las demandas hay que cubrir las necesidades sociales. El liderazgo de quien está al frente de lo público exige una capacidad de anticipación a esas necesidades.

-¿Y de esta quiebra social y económica cómo salimos?

-Se saldrá, lo que hay que ver es quiénes. Unos saldrán, pero otros apenas podrán sobreponerse a lo que ocurra, será una salida con heridos y con víctimas. Hay gente a la que en la crisis no le va tan mal, incluso algunos están haciendo dinero. Es inquietante que en este tiempo se hayan agudizado las diferencias o la patente proletarización de las clases medias, procesos ante los que -aunque siempre hay que reivindicarlas- dan ganas de volver a viejas palabras como equidad. Salir de ésta no será sólo una cuestión de economía, debe incluir un nuevo sentido de la democracia, otras formas de participación.

-Lo que está claro es que cuando salgamos habrá mucha gente muy bien formada que ya no va a estar en este país.

-Tendemos a hablar de sobrecualificación cuando la formación de alguien está muy por encima de lo que exige su empleo. Aunque yo en esto quiero matizar que la formación tiene mucho de realización personal y no todo se trata de encajar en un trabajo a medida. Lo evidente ahora es que muchos no encuentran trabajo pese a estar muy bien preparados y se van fuera. La movilidad es beneficiosa siempre que sea algo elegido y que puedas volver al sitio del que te vas. Estas condiciones ahora no se dan y lo que antes era una forma de ampliar horizontes se ha vuelto algo doloroso, eso ya no es movilidad, es otra cosa muy inquietante.

-A la vista de la carencia de conocimientos elementales que revelan algunos exámenes de quienes aspiran a una plaza de maestro podríamos preguntarnos quién enseña a los enseñantes.

-La relación entre saber y conocimiento es un asunto de enorme complejidad. Es verdad que a veces hemos tenido un cierto descuido del conocimiento, dando más importancia a las competencias, a los valores. Hay que recomponer la relación entre conocimiento, competencias y valores, tienen que ir unidos y si los separamos nos equivocamos, bien por la entronización de los contenidos o por el olvido de ellos. No estoy ni con quienes creen que conocer es una adquisición de contenidos, sin más, ni con quienes piensan que saber es ignorar el contenido del conocimiento. Hay que buscar el equilibrio y no culpabilizar a quienes han aprendido lo que nosotros les hemos enseñado. Con naturalidad y sin desconsideración hacia quienes quieren ser docentes. No creo que beneficie a nadie desanimar a los docentes, decir que no valen. Hay mucha gente trabajando mucho y bien por la educación, que hace un esfuerzo enorme y una gran dedicación.

-Pero esto conecta con una controversia sobre la devaluación de la enseñanza, la idea que sostienen muchos, incluso desde el interior del propio sistema educativo, de que la formación va a menos.

-Para mí la educación es la mejor política social y la mejor política económica. No creo que haya ninguna solución ni para la sociedad ni para la crisis que no esté basada en la educación. Dicho esto, hay que advertir de que existen muchos modelos y formas de aprender, hay un debate que tenemos que hacer. Puede parecer a veces que los alumnos saben menos contenidos. Yo creo que se saben muchas cosas y también se aprende cómo buscar y cómo dotarse de ciertos conocimientos que uno no tiene interiorizados, pero que puede adquirir inmediatamente. El conocimiento no es sólo una adquisición, es también la capacidad de saber responder a cuestiones, de saber plantear asuntos, de decidir libremente. Se oye una y otra vez eso de que la enseñanza va a menos. Cuando yo era niño se decía lo mismo. Y Sócrates también decía de los jóvenes de su época que eran un desastre, que cruzaban las piernas y no hacían caso a sus mayores. Hay que preocuparse de que no descienda el nivel educativo, pero no debemos identificar sin más eso con algunos signos que medimos. Hay que poner en cuestión un modelo de vivir para la riqueza, un modelo que hemos contagiado a muchos chavales, que creen que la vida es el éxito fácil. Luego nos sorprendemos al ver en otros lo que nosotros les hemos transmitido. Se educa mucho por contagio también.

-Un cambio significativo es que antes la ignorancia iba aparejada a la vergüenza y hoy puede ser incluso un motivo de orgullo, como reiteradamente muestran cada día muchas cadenas de televisión.

-Es un signo de incultura. La cultura no es sólo incorporar noticias e información, es también el cuidado de uno mismo y de los otros, de la dignidad personal. Cuando hacemos ostentación de ignorancia es que el problema de la educación topa con el problema de la incultura. Educación y cultura combaten la miseria y la ignorancia del mundo, por eso debemos promover una cultura en todos los ámbitos, no se educa sólo en el horario escolar. Hay que comprender a quien no ha tenido oportunidad de formarse, pero algunos la tienen y no la aprovechan.

-La metafísica ¿es un buen refugio para estos tiempos tan crudos?

-Ahí no hay cobijo, hay una intemperie total. Consiste en preguntarse por el sentido de lo que hay, por la generación de conceptos, por la relación entre lo que hacemos y el lenguaje, por cómo se construye la realidad o cómo nos organizamos social y políticamente. La mala metafísica es la que se aleja de todo esto. Pero hay una metafísica que es una implicación en la construcción de nuevas formas de vida en las que haya igualdad de oportunidades y espacios éticos de justicia y libertad. Para mí eso es la metafísica, aunque la palabra se emplee para descalificar a uno porque no se entera de nada.

-En este empeño contemporáneo de sacarle a todo una utilidad práctica a la filosofía, ha adquirido un aire de método de autoayuda.

-Es verdad que algunas veces la reducimos a eso. En las librerías podemos encontrar libros de filosofía en los estantes de espiritismo, de las religiones o de autoayuda. La filosofía es ante todo pasión por el saber puesta en relación con el modo como se quiere vivir. Y por eso es tan importante, para propiciar una capacidad de pensamiento y de decisión, y por eso debe estar en la formación en el Bachillerato.

-Justamente ahí pierde terreno.

-Pasa sus dificultades. Lo que ocurre es que uno tiene su pudor a hablar de esto porque parece que está haciendo una defensa de lo suyo. Amo las ciencias de forma absoluta y mi secreta pasión hubiera sido dedicarme a las matemáticas. Pero considero que la filosofía es determinante en la formación. Estructura y capacita para el análisis, para la posición crítica y para adoptar decisiones de una forma argumentada. Nadie puede entender que esto no sea imprescindible. Valga esto como una reivindicación, no como una defensa corporativista de lo que uno hace.

-La filosofía también sufre un asalto desde otras disciplinas, como las neurociencias, que amenazan con adueñarse de algunos de sus problemas centrales.

-No está mal convivir con eso, vamos a creer que son buenos tiempos para el pensamiento porque en toda disciplina científica hay pensamiento. Hay muchas formas de pensar, y el modo peculiar de hacerlo de la filosofía no se reduce a una descripción de lo que ocurre, sino de lo que puede ocurrir. La escisión académica entre Ciencias y Letras no se sostiene cuando uno se ocupa en serio de algo. Pienso que si hoy Aristóteles entrara en la universidad no sabría a qué facultad ir; como estudiaba de todo igual no lo dejábamos pasar. Todo se ha especializado mucho, pero la idea de universidad es también una idea de unificación de saberes transversalmente vinculados. Por eso nunca entraría en ninguna controversia entre filosofía y neurociencias e insistiría en la absoluta necesidad de convivir y compartir el pensamiento y la búsqueda. Eso no quiere decir que el XXI no sea el siglo de la biología y sus derivados, mientras que el XX lo fue del lenguaje.

-La universidad, sin embargo, cada vez es un mundo más fragmentado desde la perspectiva del conocimiento.

-Esa fragmentación sólo se puede entender desde un punto de vista estratégico. A mí me gustan los estudios donde se vinculan más distintas materias. Tenemos a veces una visión un poco chacinera del saber. Comprendo que es imprescindible la especialización, pero defiendo que uno salga de la universidad con una formación integral, lo que exige unas bases comunes para las distintas disciplinas.

-¿Se sintió aliviado el día en que dejó de ser ministro?

-No. Estoy muy contento de esa etapa. Y no lo digo de mi labor, porque estar contento de lo que uno hace me parece hasta obsceno. Pero me siento agradecido de haber participado en un proyecto que compartí y que sigo compartiendo. El peso de esa responsabilidad es enorme y cuando uno la deja no sé si la palabra es alivio, pero sí hay menos presión, aunque yo no dejo de estar implicado. Las convicciones no son estados de ánimo, no tienen días. No transmitiría en ningún caso la impresión de que aquélla fue una vida triste y dura de la que salí escapando. Nada de eso.

-¿Los de ahora son tiempos más duros que los que a usted le tocaron?

-Son tiempos difíciles. Está en cuestión el sentido de la política, de los políticos, y debe resultar difícil escuchar palabras de ánimo o de reconocimiento, que siempre hacen falta. Pero no es cuestión de dar pena en un país con tantos parados y tanta gente que no tiene nada. No es nada fácil en estos momentos dedicarse a los asuntos sociales, políticos y públicos, nada fácil.