Antes de entrar en Tapia de Casariego, camino de la playa de Anguileiro, una pintada escrita en rojo dice «Oro sí» sobre el fondo verde de un gran cartel que da la bienvenida a un «Destino turístico». Sin necesidad de llegar a la villa y preguntar, la estampa insinúa por sí sola el desacuerdo social a gran escala que luego corroborará de palabra el vecindario. La compatibilidad de un destino turístico con una mina de oro es precisamente una parte del debate que hierve detrás del indicador que anuncia la entrada a la capital de un concejo partido en dos. En dos formas de ver el futuro. En este lugar donde el oro puede ser, según a quién se pregunte, una amenaza o una oportunidad, el problema es esa disyuntiva y muchas más. El debate es el precio que se puede pagar por ochocientos puestos de trabajo en plena crisis. Las cuestiones son todas esas y, al final, en el fondo, sobre todo, una fundamental acerca del modelo de pueblo, el tipo de futuro, el patrón de desarrollo que prefieren para el municipio sus habitantes y lo que sufre el actual por el asedio de la economía regresiva. El visitante no avisado habrá confirmado que aquí pasa algo sin necesidad de preguntar a nadie en cuanto llegue al puerto pesquero y vea tras las ventanas de un primer piso el dibujo de un bote de cianuro y una señal de peligro «tuneada» con la rima «la mina contamina» y junto a ella, otro mensaje que ratifica que aquí, acaso como en toda la periferia rural doliente, «no es oro todo lo que reluce».

La grieta que separa en dos bandos a los tapiegos avanza en todas direcciones desde la vieja explotación aurífera romana de los lagos de Silva, el enclave natural de la rasa costera del que la empresa Astur Gold prevé sacar el oro de Salave. De aquí a todas partes se mezclan las distintas versiones de los mensajes a favor y en contra. En las paredes, las ventanas, los contenedores de basura, carrocerías de coches, señales de tráfico. «Oro sí», «Mina no», «Oro no», «Trabajo ya, mina sí»... Hasta algunas superpuestas. Sobre el panel que señaliza los lagos de Salave, junto a una pintada de «Mina sí» se lee, más pequeña, otra que dice «Mentirosos no, turistas sí». Está dividido el pueblo y partido el Ayuntamiento. Esta semana, el progreso de la grieta del oro se cobró la dimisión del alcalde, Manuel Jesús González, candidato independiente de Alternativa Por Tapia (APT) y contrario a la mina, y a la mañana siguiente también la renuncia de la cabeza de la lista más representada de la oposición, Zulema Sánchez, del Partido Popular. La disputa había hecho explosión en el Consistorio tapiego, donde el regidor gobernaba en minoría desde finales de 2011, cuando Ernesto Maseda, edil expulsado del PSOE, votó a favor de la recusación del Alcalde planteada por Astur Gold y quebró así el pacto de gobierno con los socialistas que hasta entonces daba mayoría a González. Éste se fue insinuando la contaminación de los «intereses personales» que relacionan a algunos concejales con el proyecto. Aquí el oro es la tapia. El muro que separa, la pared que divide mucho más desde que los políticos han sumado la escenificación de su desencuentro a la ruptura que ya latía en el tejido social tapiego.

La enredadera del conflicto se enmaraña en la calle al preguntar al azar y encontrar a José Ramón Pérez, que figuró como suplente en la candidatura del Alcalde pero que confiesa que asistió a la manifestación a favor de la mina «en actitud pasiva». O cuando un parado que sale de los cursos de formación que Astur Gold imparte ya para futuros trabajadores revela que «eché el currículum por si acaso, pero preferiría que la mina no abriera». Está en el paro y vive en Porcía (El Franco), pero es de La Felguera. Ha trabajado en empresas químicas «casi al lado de mi casa, así que sé lo que hay». Confía en que no pase aquí, pero la experiencia le dice «que en muchos casos no se cumplen las normas de seguridad, que acaba habiendo vertidos y problemas. Éste es un concejo ganadero, turístico, marinero. Y si para crear unos puestos de trabajo vas a arruinar otros...».

Por los cursos de Astur Gold, donde se imparte prevención de riesgos laborales aunque el proyecto no tenga aún todos los pronunciamientos oficiales favorables, pasan parados de treinta en treinta, evidenciando la necesidad de empleo que en la villa se percibe a simple vista y se confirma en las cifras que asignan al concejo una tasa de paro del 21,5 por ciento. Este debate está en Tapia, pero tal vez se plantearía en los mismos términos en cualquiera de los muchos concejos que comparten su estructura productiva y sus dificultades. «Cerró la única zapatería que había, la única tienda de deportes... Quedamos cuatro», confirma la propietaria de un comercio de la villa.

-¿Turismo? ¿Qué turismo?

La empresaria no da su nombre ni se deja fotografiar, en parte porque vive de lo que todavía le da este pueblo que también ella ve «enfrentado». Hace tiempo que aquí el verano mengua, aclara. «En Tapia, la temporada veraniega siempre empezó la víspera del Carmen y antes duraba hasta el 8 de septiembre. Ahora el 25 de agosto ya desaparece todo el mundo». Su llamada de auxilio. No es que quieran una mina, es que necesitan «trabajo, del tipo que sea».

Pero en el fondo, cabe la posibilidad de que todos estén hablando de lo mismo. Puede que para entender haya que seguir el rastro del dinero. En 2005, cuando nació la plataforma «Oro no» para responder al intento anterior de explotar el yacimiento aurífero de Salave a cielo abierto, no hubo demasiados problemas para pararlo a fuerza de presión ciudadana. «Fue algo rapidísimo», confirma Carmen Fernández, presidenta del colectivo opositor. «Empezamos las manifestaciones y en mes y pico estaba parado». Pero eso pasó en 2005, con la burbuja hinchada y el sector inmobiliario en ebullición, cuando parecía que el sistema funcionaba. Nada que ver con este 2013 del agua al cuello y la sensación, que también admite Fernández, de que «las circunstancias actuales hacen que ninguna oferta de empleo sea despreciable». Ella impone a continuación la salvedad de que «no se perjudique al resto de los ciudadanos». Magdalena Gómez, que preside la plataforma antagónica, «Trabajo ya, mina sí», entiende que ese perjuicio desaparece gracias al factor a su favor que ha supuesto el cambio del proyecto, del cielo abierto a una galería subterránea de 2,7 kilómetros que el Principado ha autorizado con restricciones, sin planta de tratamiento y depósito de lodos en el exterior.

Por las calles de Tapia han discurrido manifestaciones a favor y en contra, una fractura social en toda regla con al menos un punto de conexión. De los dos lados viene una unánime respuesta afirmativa a la pregunta por si cada uno entiende los motivos del contrario. «Claro que sí». Pero no hay modo de promover un «cara a cara» con un intercambio directo de ideas al que Fernández se niega para no crispar más ni añadir más leña a la confrontación.