Memoria de hechos tremendos, pero una sonrisa en el rostro. A sus 94 años, Ángeles Flórez Peón echa una mirada a su vida y reflexiona: «No ha habido más que muerte en mi familia». Muertes por causas naturales, por accidentes, pero, sobre todo, las causadas por la Revolución de 1934 en Asturias y por la Guerra Civil. En el primero de esos sucesos, Ángeles Flórez perdió a su hermano mayor, Antonio, y en el segundo, a su novio Quintín. La contienda también dejó huella en ella misma, que sufrió un consejo de guerra y una condena de reclusión perpetua. Y la posguerra, con la persecución de los huidos en el monte, provocó que esta asturiana tuviera que exiliarse en Francia, en 1948. Al volver 12 años después para ver a su familia, fue detenida de nuevo en la frontera porque aún persistía sobre su cabeza la acusación de «terrorista».

Pese a todo ello, Ángeles Flórez Peón evoca su vida en estas «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA con serenidad y «sin ganas de venganza». Nacida en Blimea (San Martín del Rey Aurelio), el 17 de noviembre de 1918, considera que desde niña «aprendí democracia en familia, con padres socialistas, un hermano comunista y una hermana muy católica».

Su padre, madrileño afincado en Asturias, era socialista «de Pablo Iglesias». Su madre, «una buena comadrona», también compartía esas ideas. Su hermana Aurora tenía las ideas católicas «que le habían metido en la cabeza cuando estuvo sirviendo en una casa de Gijón». Y, por último, su hermano Antonio, se «había hecho comunista en Bélgica». Será este hermano el que, al volver a Asturias, se haga cargo de la familia, y particularmente de los tres hermanos pequeños: Secundino, Argentina y Ángeles, que vivían con su madre en condiciones de dificultad.

Pero la Revolución del 34 se cruza en la vida de Antonio, ya que forma parte del grupo de represaliados por la Guardia Civil y conocidos como los 24 «Mártires de Carbayín». Su muerte, «cuando él tenía 29 años y yo iba cumplir 16, marcó toda mi vida hasta el día de hoy». Otro suceso violento zanjó su noviazgo con Quintín Serrano Zamorano, que había participado en la Revolución junto a Belarmino Tomás. Tras las elecciones de febrero de 1936 y la victoria del Frente Popular, «Quintín salió de la cárcel con los presos del 34». Se hicieron novios antes de la guerra, «durante tres días», y lo dejaron, pero ya durante la guerra él le pidió matrimonio. Sin embargo, acabada la contienda, Quintín fue apresado y condenado a pena de muerte en consejo de guerra. «Lo fusilaron en 1939, cuando yo estaba en la prisión de Santurrarán, Guipúzcoa».

El destino de Ángeles fue menos trágico, pero muy tenso y agitado. Desde marzo de 1936 militaba en las Juventudes Socialistas Unificadas. Hasta la guerra «fueron los mejores meses de mi vida». De esa época data su apodo de «Maricuela», nombre de la protagonista de una obra de teatro que representa por los pueblos. Al estallar la contienda civil se presenta voluntaria y es miliciana en Colloto, donde trabaja en la cocina inmediata al frente de Oviedo. Después es destinada como enfermera a un hospital de campaña en el barrio gijonés de El Cerillero. Acabada la guerra fue detenida y sometida al cabo de unos meses a un «consejo de guerra que duró 15 minutos, y en el que el abogado más bien me acusaba; la condena fue de reclusión perpetua e incluso hubo quien quiso culparme de haber matado a dos soldados moros en Pola de Siero». Por las sucesivas reducciones de pena, cumplirá casi cuatro años de condena, parte de ellos en el temible penal de mujeres de Santurrarán.

En 1946 se casa con Graciano Rozada, «Chano», de El Entrego, que al poco tiempo decide huir a Francia porque tras la guerra «se había echado al monte y, aunque se había entregado, temía que volvieran a por él». Ángeles y su hija de diez meses le siguen en 1948, cuando ella se ve involucrada fortuitamente en las detenciones tras la caída de los guerrilleros de Caxigal. Al volver en 1960 de visita a España «se me vino el mundo encima cuando me detuvieron en la frontera por terrorista». Librado aquel trance regresa a Francia, y Gijón no será su destino hasta el fallecimiento de su marido, en 2003. Desde entonces, y después de tanta ausencia, ha recuperado piezas que desconocía en el puzle de su vida. Ha sido su recuperación de la memoria histórica, trasladada a dos libros: «Memorias de Ángeles Flórez Peón, "Maricuela"» (Fundación José Barreiro), y el más reciente, «Las sorpresas de Maricuela».