«Será un Camino de Santiago húmedo», pensó el dibujante Alfonso Zapico cuando aceptó participar en la expedición «La ruta y el mar», que le llevó a Panamá, donde se conmemora el quinto centenario del descubrimiento del océano Pacífico por el aventurero, explorador, gobernante y conquistador español Vasco Núñez de Balboa.

El Premio Nacional de Cómic y «Asturiano del mes» de LA NUEVA ESPAÑA se vio en la segunda quincena del pasado marzo junto a siete artistas más, recorriendo 110 kilómetros de la selva de Darién por una trocha acosada por la vegetación, detrás de guías indígenas que a veces debían abrirse paso a machete y custodiado por unos agentes de la guardia fronteriza a lo largo de todo el viaje, que transcurre en el límite con Colombia.

Aunque no es muy frecuente entre dibujantes de historietas, el blimeíno Alfonso Zapico ha conocido bastante mundo gracias a su trabajo. Reside en Angulema (Francia), capital francesa de la bedé (como llaman los franceses a los cómics), visitó Dublín, Trieste, París y Zúrich, las ciudades del escritor James Joyce cuya vida cuenta en «Dublinés» y sus libros le han llevado por festivales en varios países. Cuando el escritor asturiano Ignacio del Valle (coordinador para Europa de la Fundación Mare Australe) le propuso participar en un laboratorio artístico en la selva le pareció irresistible. A cambio debía hacer una historieta que será formato álbum franco-belga, como «Tintín» o «Astérix», tapa dura, 48 páginas y en color. Con él viajaron las escritoras Vanessa Montfort y Mónica Miguel, directora de la Fundación Mare Australe; el compositor Luis Antonio Muñoz; los fotógrafos Asís G. Ayerbé y Agustín Gonçalves; el dramaturgo Arturo Wong Sagel y el periodista Daniel Molina.

La parte expedicionaria empezó en un embarcadero de Cartí, del que salieron las canoas por el manglar hasta la isla de Mulatupu, punto desde donde partió Balboa. En adelante todo fue selva hasta el monte desde el que el explorador divisó el mar y hasta la llegada a la orilla del Pacífico.

En siete días apenas vio cielo abierto, caminó empapado por 30 grados de temperatura y 90% de humedad, cargó con una mochila de 14 kilos que incluía el trípode de uno de los fotógrafos, bastante más pesado que el rotulador y el cuaderno de dibujo en el que apenas hizo sus apuntes, y llegó agotado cada tarde a la hamaca donde, a partir de las seis y media, empezaban doce horas de silencio y oscuridad para cumplir el protocolo militar que rige en esta zona arriesgada por las FARC.

A costa de comer una ración diaria del Ejército estadounidense, con fruta deshidratada, pasta y otros bocados horribles, deseó más que nada en el mundo una hamburguesa de McDonald's. La sed no se debía combatir con demasiada agua, potabilizada por pastillas. La suma de todo eso resultaba peor que las serpientes. Aun así, sufrieron un ataque de avispas conga y bajones de potasio.

No todos los días marcharon tanto. La jornada en que siguieron el curso del río sólo avanzaron 3 kilómetros, a ratos con el agua a la cintura, siempre atentos a no resbalar con el légamo porque caer condenaba a seguir, empapado de pies a cabeza y con la mochila arruinada. El ahogado teléfono móvil de Zapico resucitó gracias al secador del hotel cuando acabó la expedición.

Perdió peso, pero ganó la historia de aventuras y piratas que deseaba hacía tiempo. Lleva hechas nueve planchas.