Decía el ex presidente uruguayo Sanguinetti que en el mundo hay cuatro tipos de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Japón, que nadie sabe cómo es desarrollado, y Argentina, de la que nadie puede explicar por qué era subdesarrollada hasta hace bien poco. Una reflexión similar podría buscarse para narrar la imparable metamorfosis económica, política y social de Qatar en los primeros trece años del siglo XXI, un minúsculo emirato del golfo Pérsico inmerso en una gran paradoja.

De extensión similar a Asturias o a Jamaica (11.400 kilómetros cuadrados), con apenas 1,4 millones de habitantes, Qatar se ha convertido en la nación con mayor renta per cápita del mundo (en torno a 102.000 dólares) y que en 2011 creció un 18,7 por ciento, en plena crisis, a lomos, sobre todo, del alza imparable del petróleo. Quizá la comparación adquiere coherencia si se aprecian las similitudes de Qatar con Japón y Argentina: posee la posibilidad inagotable de comprar talento -la capacidad de innovación sobra en el país del Sol Naciente- y multiplica por mil los enormes recursos naturales del país de Maradona.

Qatar es en sí una paradoja, porque posee unas reservas de petróleo de 15 millones de barriles, lo que le vale para seguir alimentando la fiesta otros 35 años, y además dispone del 14 por ciento de las reservas de gas del mundo. Paradoja porque, pese a poseer esas enormes riquezas que financian la supervivencia del país, en el horizonte el avezado emir Hamad Ben Khalifa al Thani ve acercarse impasible el ocaso de sus recursos energéticos, el final de una ópera que este monarca absoluto no está dispuesto a que se acabe. De ahí que para evitar la caída del telón sobre un escenario único Al Thani emprendiera una audaz estrategia basada en diversificar las inversiones por todo el mundo huyendo de la energía, multiplicando su capacidad de influencia política con el arte de mantenerse equidistante entre el pragmático Occidente y el convulso Oriente Medio, y presentando a su pequeño emirato como un país dispuesto a conquistar el planeta del deporte y del fútbol como gran plan de marketing. Que el verde césped de los estadios del Mundial de 2022 sea la sonrisa catarí que ilumine el tortuoso camino que va de un país comparsa con una economía feudal a un emirato moderno y capaz de influir decisivamente, incluso, en la «primavera árabe».

Qatar es un país de contrastes: de los 1,4 millones de habitantes, sólo el 18 por ciento es de origen catarí, los elegidos, los que dejan su Land Rover en marcha y el aire acondicionado puesto mientras compran junto a sus mujeres en los lujosos centros comerciales; el resto es mano de obra barata que proviene de Asia (la India, Sri Lanka, Bangladesh) o el África Subsahariana, sometida, por cierto, a lo que se conoce como «kafala»: ni siquiera pueden cambiar de trabajo sin permiso del patrón.

Casi el 80 por ciento de los habitantes del emirato profesa la variante wahabí del Islam suní, una corriente rigorista preconizada por los guardianes de la Meca, que, pese a todo, el emir ha suavizado con una pragmática tolerancia religiosa. Además, desde 2008 se permite que las iglesias cristianas celebren misa, e incluso en Doha, la ciudad en la que nace cada día un rascacielos, hay una catedral católica.

El emirato es una monarquía absoluta dirigida por Al Thani, el obeso jeque con olfato para los negocios que depuso a su conformista padre en un golpe de Estado incruento en 1995 mientras el entonces emir disfrutaba de sus vacaciones en Suiza. Ése fue el punto de inflexión, el año de las semillas que germinaron a partir de la pasada década y cuya foto más reveladora es la emigración de los jeques hacia todos los puntos del mundo con dinero y negocios en la mente.

El emirato es hoy una marca reconocida gracias a su poderoso fondo soberano (QIA), que ha diversificado las inversiones buscando no colocar todos los huevos en la misma cesta: es propietario de los almacenes Harrods (Londres), posee parte de Porsche o Volkswagen, hace unos años adquirió el Paris Saint-Germain, el equipo de Sarkozy; ha comprado algunos de los edificios más exclusivos en Nueva York, Londres o París y cuenta con participaciones en los bancos más importantes del mundo. En la visita que hizo el ex presidente Zapatero a Doha en 2011 se acordó que el fondo invirtiera 3.000 millones de euros en España, y, entre otras, las aspiraciones de grandes empresas españolas pasan por participar en el plan de infraestructuras de 150.000 millones de dólares que lleva aparejada la Copa del Mundo de 2022, para la que habrá que construir siete estadios con aire acondicionado para soportar las altísimas temperaturas -de hasta 50 grados del junio catarí- o un exclusivo aeropuerto.

El fútbol como sonrisa, como un gran plan de relaciones públicas con el que diversificar las inversiones y presentarse como una nación amable: a través de la Qatar Foundation, presidida por la segunda esposa del emir, la jequesa Mozah bint Nasser al Missned, llegan al Fútbol Club Barcelona los 30 millones de euros de patrocinio, que sirven, entre otras cosas, para pagar la ficha del mejor jugador del mundo. Esta fundación también desarrolla el proyecto «Aspire», por el que dos millones de jóvenes futbolistas de tres continentes han sido examinados para potenciar sus posibilidades de llegar a ser profesional. El fin, como cuenta el periodista inglés Jonh Carlin, es que alguno de ellos acabe dejándose seducir por la idea de participar en el Mundial como miembro de la selección catarí. Jugadores como Raúl, Guardiola o Fernando Hierro acabaron sus carreras en equipos del país.

Este gran lavado de cara se extiende a otros deportes, como el Gran Premio de Motociclismo, la Vuelta Ciclista a Qatar, el Mundial de balonmano en 2015 o el Máster de tenis. En Málaga, el jeque Al Thani, pariente del emir, se compró el equipo de fútbol como llave de entrada a hacer negocios en la Costa del Sol, tierra ya muy frecuentada por la realeza saudí. De momento, el héroe del malaguismo mantiene parados proyectos por valor de 450 millones de euros, entre ellos la remodelación del puerto marbellí de la Bajadilla -valorada en 400 millones-, la academia del Málaga Club de Fútbol o la planificación del equipo con vistas a la próxima temporada. El jeque tiene su propio ritmo, nadie sabe si posee liquidez suficiente para hacer frente a sus compromisos, pero sí se intuye su hartazgo con la lentitud administrativa con los políticos locales.

Qatar se ha subido a lomos del caballo de la modernidad: el árabe es el idioma del día a día y la élite catarí habla inglés a la perfección para los negocios. La Constitución permite la libertad de expresión y asociación, el poder ejecutivo depende del Consejo de Ministros, presidido por un primo del rey, pero la «sharia», la ley islámica, se emplea en algunas áreas.

Para muchas mujeres ha sido importante que la jequesa Mozah fuera la primera fémina en aparecer en público sin la cara cubierta en su país. Hoy se le considera una feminista, con todas las limitaciones que ese término puede encerrar en una nación árabe, y proclive a la defensa de los derechos civiles, una senda que Qatar transita con cierto recelo pero sin pausa. Pese a todo, hay organizaciones de derechos humanos que denuncian el desigual trato de las cataríes respecto a los varones, o las escasas condenas a extranjeros por relaciones sexuales inadecuadas o el consumo de alcohol. La educación es otra de las bazas de la Qatar Foundation: universidades norteamericanas de prestigio se han implantado en Doha y muchos miembros de la élite local cursan sus estudios universitarios en Europa.

La cara B de Qatar, sin embargo, tiene una escasa presencia en los medios occidentales. Firme aliado de Estados Unidos -tiene una gran base militar en Doha-, su diplomacia está muy por encima del músculo del emirato: los cataríes viven bien, no piden democracia, pero el emir vio con buenos ojos la «primavera árabe». Mubarak en Egipto y Gadafi en Libia lo acusaron de financiar a los opositores islamistas; ha pedido la intervención de un Ejército árabe en Siria para derrocar a Al Asad y es conocido que los talibanes han abierto una oficina en Doha y la cercanía del monarca a los Hermanos Musulmanes, lo que se concreta, por ejemplo, en su ayuda al presidente egipcio, Mohamed Morsi.

Hasta los diplomáticos europeos le reconocen la capacidad de llevarse bien con Occidente, subrayando la pátina de modernidad del pequeño país, y su inteligencia para tolerar e impulsar movimientos islamistas moderados en naciones vecinas. Al Yazira, la televisión creada en el año 1996 por el jeque, jugó un papel fundamental en estas revoluciones. Nacida con el objetivo de ser la réplica de la CNN en árabe, 70 millones de hogares musulmanes ven diariamente sus boletines informativos. El papel jugado por la cadena en las guerras de Afganistán y de Irak, narradas con objetividad para una audiencia musulmana, la ha convertido en un referente tal que hoy en día posee hasta una división en inglés.

Hay quien atribuye al emir una audacia a prueba de bomba, tanto en su visión de futuro para el emirato como en su concepción de la vida civil y religiosa, donde hay ciertas áreas de libertad que contentan a una pequeña élite llamada a desempeñar un papel prometedor en el futuro, siempre que las paradojas de Qatar no acaben ahogando el sueño de su timonel: que la influencia ganada por el emirato en los años del «boom» energético no decaiga cuando el petróleo y el gas no sean más que un simple recuerdo de un pasado esplendoroso.

La capital de Qatar es Doha, una ciudad internacional en la que los rascacielos y los centros comerciales de lujo han desbancado a las dunas.

Qatar es un emirato ubicado en una minúscula península del golfo Pérsico que tiene una superficie de 11.400 kilómetros cuadrados, una extensión similar a la de la isla de Jamaica o a la de Asturias. Es el segundo país más pequeño de la zona, tras Bahréin.

En Qatar viven 1,4 millones de personas, el 18 por ciento cataríes y el resto inmigrantes del resto del mundo. Muchos de ellos proceden de países asiáticos como la India, Sri Lanka o Bangladesh, amén de África. Son mano de obra barata que trabaja, principalmente, en la construcción y están sometidos a duras condiciones laborales.

Casi el 80 por ciento de la población profesa la rama suní del Islam, en concreto la vertiente wahabí, preponderante, por ejemplo, en Arabia Saudí, que se caracteriza por ser rigorista, aunque en Qatar hay tolerancia religiosa. Incluso en Doha existe una catedral católica. La diplomacia del petróleo. Qatar es una potencia económica que ha despegado en los últimos quince años por la visión de su emir, Hamad ben Khalifa al Thani, quien, previendo el agotamiento a medio plazo de los recursos naturales del país, ha optado por la diversificación de las inversiones en numerosos sectores alejados del ámbito energético y por la promoción del deporte como un gran plan de relaciones públicas. El PIB de Qatar supera los 100.000 dólares per cápita, es el mayor del mundo, por encima del de Suiza. El país creció en 2011 al 18,7 por ciento, un 16,6 por ciento en 2010. Posee reservas de petróleo para 35 años y el 14 por ciento de las reservas gasísticas del mundo.

Mozah de Qatar es la segunda esposa del emir. En total, el jeque tiene 24 hijos y tres mujeres, pero sólo ella lo acompaña a los viajes al extranjero.

Quizá la jequesa sea la que mejor muestre las contradicciones de un país moderno rehén de su pasado. Licenciada en Sociología, desciende de una acaudalada familia de comerciantes que emigró a Kuwait y luego a Egipto. Conoció al jeque, de 58 años, cuando iba a un congreso en avión. Tiene con él siete hijos. Para las mujeres de su país es toda una heroína al ser la primera catarí que acudió a un acto público sin taparse la cara.

Preside la Qatar Foundation, una fundación que se encarga de potenciar labores en los campos de la ciencia, la educación y el desarrollo personal de los cataríes. Hay quien dice que está obsesionada con la labor social en un país sin desempleo. En 2007, Forbes la eligió como una de las mujeres más poderosas del mundo.

Hoy es ya un icono chic alabada por las revistas de moda de todo el mundo. Su saber estar y elegancia le han granjeado una popularidad a prueba de bombas. Cada una de sus intervenciones está presidida por una pátina de modernidad inusual en la segunda esposa de un jeque absolutista, pero ya es un referente de estilo a la altura de Rania de Jordania. Una comparación plausible podría ser la de la Jackie Kennedy árabe. Eso sí, nada se sabe de su edad, aunque se fija por los expertos en familias reales en torno a 1958. No ha desentonado ni siquiera en las cenas de alta alcurnia a las que ha asistido, como cuando coincidió en una con las primeras estrellas de Hollywood. Incluso se la ha alabado por lucir imponente con trajes de Valentino u otros modistos de primerísima línea. Su belleza también ha ayudado a rodear a esta mujer del glamour y la buena imagen que, por extensión, alcanzan también al pequeño emirato que rige, con puño de hierro, su marido. Siempre que habla, por cierto, lo hace en los medios norteamericanos. Es un símbolo para muchos.

Cuando la ciudad supo que un jeque árabe, catarí para más señas, quería comprar su equipo de fútbol allá por mayo de 2010, hubo quien soñó con un Málaga grande. La elástica blanquiazul pasearía por San Siro y Old Trafford, y le hablaría de tú a tú al Madrid o al Barcelona en la Liga. Y por supuesto al Sevilla. El jeque Ben Nasser al Thani llegó, vio y firmó, jubilando con honores al entonces presidente, Fernando Sanz, al que primero iba a usar como asesor y al que luego se quitó del medio. En una rueda de prensa, dijo que iba a invertir 50 millones en el equipo. Fichó a un delantero centro holandés de renombre algo cascado, y el primer año el Málaga casi baja a Segunda tras la aventurita de un entrenador portugués llamado Jesualdo Ferrereira, que creía que el fútbol era sólo atacar. Ese 2010 y parte de 2011 se conoció que al jeque le gustaba poco ver a su club. El grupo Nas, un «holding» empresarial con ramas en distintas áreas económicas, requería todo el tiempo de este miembro insolvente de la familia real catarí.

También se supo que quería reformar el puerto de la Bajadilla, en Marbella, la joya de la corona de la ciudad tras el paso de Jesús Gil, el nuevo Puerto Banús. Ganó el concurso. A golpe de Photoshop y con el asesoramiento de un despacho de abogados, llamó a todas las puertas de los políticos locales. Ganó la Bajadilla. Y el Ayuntamiento empezó a quitar matojos de Arraijanal, los últimos terrenos vírgenes de la ciudad, para que el jeque hiciera allí la academia del Málaga.

Mientras, le metió al equipo más de 100 millones de euros de fichajes rutilantes, incluyendo a Santi Cazorla. La elástica blanquiazul fue de Champions, pero él venía poco a presidir los partidos. No puso una piedra en la Bajadilla pese a que la alcaldesa marbellí, Ángeles Muñoz, le preparó el desembarco con los cambios urbanísticos necesarios para llevar a cabo el megaproyecto. La Junta de Andalucía se empezó a poner chula, y el jeque Al Thani seguía callado. De vez en cuando usaba Twitter para decir algo. Pero no era la norma. Se dice que es una persona moderna, que sabe de negocios y al que le gustan los caballos caros y los coches de lujo. Como todo catarí de su linaje y generación, estudió en universidades europeas y es un fanático del fútbol.

Sin embargo, los políticos españoles empezaron a darle urticaria a mediados de 2011. Sus ausencias eran cada vez más prolongadas. Una foto suya era algo muy preciado en la prensa local. Ni sus lugartenientes podían dar ya explicaciones plausibles a sus silencios. Y la Junta seguía apretando en el tema de la Bajadilla. En concreto, el jeque ha dejado en solfa proyectos por valor de 450 millones de euros. El más preocupante para los amantes del fútbol es el de la temporada que viene. Ni siquiera el bueno de Manuel Pelegrini, un ídolo con una calle futura en la capital, sabe qué va a pasar. Él le tapó los ojos y la boca al vestuario cuando los jugadores no cobraban. Todo el mundo lo comparaba con su primo del Paris Saint-Germain, que ha fichado a Beckham.

En algunos círculos se dice que el jeque albiazul es rico, pero no tanto como otros que se mueven por el golfo Pérsico como pez en el agua. Tiene negocios, sí, y gana dinero, ¿pero tanto como para mantener un equipo de fútbol, hacer una academia esencial para Pelegrini y un nuevo Puerto Banús en Marbella? Un experto local en extranjeros con ganas de dejarse la pasta afirma que, conociendo a la caterva política local, lo más seguro es que lo hubieran aburrido entre todos con sus trabas administrativas. Posiblemente, ésa sea una explicación que se ha visto de refilón en algunos de sus mensajes de Twitter. Hay quien se pregunta qué hubiera pasado si el jeque hubiera aterrizado en Sevilla en lugar de en la Costa del Sol.

El futuro del Málaga Club de Fútbol pasa por una gestión modesta de los recursos. Como siempre fue. Pese al jeque.