Entre Corao, Abamia y Covadonga se extiende un territorio mágico, con el recuerdo todavía vivo del paso de las legiones entre los dólmenes al borde de los grandes bosques y el proyecto de un panteón real que desde Abamia se trasladó a Covadonga.

En Abamia también estuvo enterrado un aventurero descrito como un personaje de Hoffmann bajo una lápida rajada y olvidada que recordaba un cuento de Poe.

El alemán Frassinelli, pese a su aspecto romántico, era un chamarilero y especulador que vino a España a beneficiarse de la almoneda de los conventos a causa de la Desamortización.

Covadonga, al fondo de un valle, es el centro histórico de esta comarca y la capital espiritual de Asturias. «El valle va cerrándose con más aspereza, hasta que sin tener salida se cierra al cabo con una peña muy alta y ancha que lo toma de través», escribe Ambrosio de Morales. Es la naturaleza en todo su esplendor: montaña, bosque, maleza, cueva, un río interior y una fuente mágica, y dando unidad al conjunto, un templo en medio de un cerco de cumbres.

En la cueva moraba un ermitaño y había sido el lugar de culto de una señora («Domina»). Su nombre, desde los remotos orígenes, parece referirse a una cueva honda o a la Cueva de la Señora: «Covadefonga» se la denomina en la donación de varias iglesias, territorios y derechos de 11 de noviembre de 741 hecha por Alfonso I y su esposa Ermesinda. El nombre no debe derivarse directamente de «Coua Dominica», que hubiera dado algo parecido a «Covadominga», sino de «Coua Domnica», según Moralejo.

Sobre Covadonga, sobre la cueva, sobre la batalla, sobre el lugar, se ha escrito muchísimo: no todo perdurable, ni siquiera aprovechable. Según Robert Southey, no figura en los heroicos anales de la fama lugar de tanto renombre.

La mencionan Lope de Vega, Quintana, Espronceda, el Duque de Rivas; Jovellanos, Campoamor, Clarín, Teodoro Cuesta, Ramón Pérez de Ayala... Concha Espina desarrolla la novela «Altar mayor» en su majestuoso escenario. No obstante, tiene razón Cayo González Gutiérrez cuando señala que «falta el Ercilla de Covadonga o el Virgilio que ensalce sus extraordinarios paisajes».

Del valle de Covadonga se sale por Soto de Cangas, que, según Ambrosio de Morales, no está a más de una legua del mercado de Cangas de Onís. Cangas fue la capital de don Pelayo, y la primera corte después de la caída de Toledo. La ermita de la Santa Cruz, levantada sobre un dolmen, fue reedificada por el rey Favila el año 737.

Otro de los monumentos de la ciudad es el dedicado al elocuente don Juan Vázquez de Mella, vecino de don Pelayo. Era hijo de un militar destinado en Cangas, según Nicolás Estébanez, «un veterano muy amable, muy digno y, por añadidura, liberal, bastante más liberal que su hijo, el orador carlista». Estébanez, que estuvo algún tiempo de cuartel en Cangas de Onís siendo teniente, relata en sus interesantes y deliciosas memorias que los oficiales jóvenes publicaban un periódico titulado «El Orangután», donde hacían la apología en verso y prosa del oso que devoró al rey Favila, y habiendo sido suspendida la publicación por este motivo, los redactores se acercaban todos los años a Villanueva, donde se suponía que Favila murió, para homenajear al oso regicida.

Como escritor, Vázquez de Mella es ampuloso y doctrinal, enemigo del liberalismo y teórico del regionalismo, que fundamenta en la tradición. Para que vengan ahora los socialistas inventando el federalismo.

También en Cangas de Onís, de Llano de Margolles, fue Juan Antonio Cabezas, periodista, novelista, memorialista, cervantista, y en Cangas tenía sus raíces la novelista mexicana Elena Garro, casada con el poeta Octavio Paz y autora de «Las vísperas del futuro», que dedicó a la tierra de sus mayores un libro malhumorado e injusto, «La casa junto al río», más arreglo de cuentas que novela. Elena Garro y su hija pasaron un invierno en Cangas de Onís, y la estancia no debió haber sido estimulante.

Dejando a un lado los ataques a personas que todavía viven, la mexicana no debió haberse enterado de en qué país se encontraba: a veces intenta describir una situación parecida al franquismo y otras sus personajes leen «El País». Garro tenía de España y de Cangas una idea absurda: seguramente no había evolucionado desde los días juveniles en que asistía en Valencia al Congreso de Escritores de 1936.

De Cangas de Onís a Arriondas, se sigue la línea del río Sella, dejando detrás las cumbres nevadas de los Picos de Europa. Arriondas, una hermosa población que con la sierra del Sueve a su espalda y los Picos de Europa en la lejanía parece de alta montaña, está en una llanura donde el río Piloña desagua en el Sella.

Emprendemos la ascensión del Sueve por el Fito: al otro lado del puerto coronado de pinos, con las cunetas llenas de agujas, tenemos a nuestros pies la estrecha franja costera en la que caseríos, aldeas y villas se dispersan sobre el terreno hacia Villaviciosa.

Uno de los primeros pueblos en presentarse es Gobiendes, al lado del mar y en la falda del Sueve, con su iglesia del siglo IX y su palacio del siglo XVII, y la casa familiar de Pedro Caravia, filósofo socrático y liberal en tiempo de penuria, cuya escasa obra escrita fue reunida en un volumen titulado «Sobre arte y poesía».

En Colunga, un busto chato, hecho con mejores intenciones que talento, representa al doctor Francisco Grande Covián, nacido en la buena casa que hay detrás. Aquí nació en 1849 el erudito Braulio Vigón, historiador, folclorista y filólogo, autor de «Antigüedades romanas de Colunga» y de «Tradiciones populares de Asturias: juegos y rimas infantiles recogidos en los concejos de Villaviciosa, Colunga y Caravia».

En el estudio de las tradiciones populares no es menos meritoria la obra de Aurelio de Llano Roza de Ampudia, del vecino concejo de Caravia, autor de un librito sencillo y fundamental «Del folklore asturiano», al que le puso prólogo Ramón Menéndez Pidal.

Llano y Constantino Cabal son los verdaderos iniciadores de los estudios etnográficos en Asturias. La obra de Cabal es más amplia y sugestiva; la de Llano, más rigurosa. Lastra a Cabal un estilo pretenciosamente literario, del todo impropio para lo que expone. A Llano no le afectaban las velocidades literarias, sino las «científicas».

Durante la ocupación de Oviedo en 1934 observó los sucesos revolucionarios desde un balcón de su casa, escribiendo sobre ellos un curioso testimonio: «Pequeños anales de quince días». De aquí es, asimismo, José María Uncal, vigoroso poeta del mar.

De La Riera de Colunga era el formidable dominico fray Toribio de Pumarada, autor de un pintoresco y elocuente «Arte general de grangerías (1711-1714)», donde se revela agrónomo experto y sensato, enemigo del monocultivo del «maizón», por ejemplo. Y como buen teólogo, también del buen conocimiento y del cultivo de la tierra se saca provecho espiritual (además del material, importantísimo).

De Lastres era Agustín de Pedrayes, el matemático amigo de Jovellanos que le daba explicaciones muy enrevesadas sobre cuestiones muy sencillas. Además de un «Tratado de matemáticas» publicado en París en 1799, escribió una «Descripción y noticias del concejo de Lastres», inédito