De Lastres se va a Villaviciosa volviendo a Colunga o bien por una carretera secundaria que sale a Terienzo, y de allí, a la Villa nombrada, de la que algún escritor supuso que lo era por la golfería de sus habitantes cuando lo es por la abundancia de sus huertas y frutales: pues en su contexto, «viciosa» vale por «abundante» y «deleitosa», como la Bretaña de una novela de Cunqueiro, que era muy viciosa en caminos.

Villaviciosa es villa monumental con historia ilustre. En Puente Huetes desembarcó el joven Carlos de Gante, camino de ser rey de España y emperador del mundo: ningún otro monarca, salvo su hijo Felipe II, reinó sobre tan extensos territorios del planeta Tierra, en los siete mares y en los cinco continentes.

Con él venía el cronista flamenco Laurent Vital, a quien se le debe una de las primeras descripciones pormenorizadas de un trozo de la región, desde la propia Villaviciosa hasta la raya con la Montaña (entonces no se decía Cantabria y el emperador Carlos nos autoriza a que empleemos la antigua terminología, la que aprendimos en el Bachillerato. Laurent Vital era un espíritu despierto y atento, que anotaba lo que veía y veía muchas cosas nuevas: a él se debe la primera «revista» taurina jamás escrita, porque, dada su condición de extranjero, debemos considerarlo un precursor de Hemingway, Montherlant y Jean Cau.

Villaviciosa es famosa por muchas cosas: por sus templos prerrománicos, por sus huertas, por sus avellanas, famosas en Inglaterra en el siglo XIX, adonde se exportaban por mar. Visitando George Borrow la villa quiso probarlas en su lugar de origen, pero aquí funcionó como acostumbra el sentido comercial de los asturianos: primero le dijeron que no las vendían porque las enviaban a Inglaterra y después de mucha insistencia le vendieron un puñado: la mayoría estaban huecas.

Abundan también en Villaviciosa los escritores: José Caveda y Nava (1796-1882), historiador y político, autor de «La poesía castellana como elemento de la Historia», del «Examen crítico de la restauración de la monarquía visigoda en el siglo XIII» y de una «Historia de Oviedo»; Pedro José Pidal (1799-1865) fue un buen ministro que reglamentó el funcionamiento de las diputaciones provinciales y los ayuntamientos, reformó los servicios de Correos, estableció la primera línea del servicio oficial de telégrafos e implantó un nuevo plan de instrucción pública: cosa que no debe de ser tan difícil, pero que el actual ministro Wert, con mayoría absoluta, es incapaz de hacer.

Como escritor, reunió sus escritos dispersos en los dos tomos de «Estudios literarios»: su prosa no ayuda a la lectura, pero se ocupó de asuntos sugestivos, algunos tratados por primera vez, como la presencia de escandinavos en las costas de América en el siglo IX o la importancia de un escritor por entonces poco recordado como Pedro Malón de Chaide, uno de los grandes prosistas del siglo XVI, gracias a su «estilo sencillo».

Alonso Bernardo Rivero y Larrea, de la mitad del siglo XVIII, fue cura de Ontalvilla y despoblado de Ontariego, en la diócesis de Segovia, y mató sus ocios escribiendo una novela a imitación del «Quijote» titulada «Historia fabulosa del distinguido caballero Don Pelayo Infanzón de la Vega, Quixote de la Cantabria», en la que se encuentraN algunas de las primeras muestras del bable en el habla del criado Mateo del palacio. No fue Rivero y Larrea el único asturiano que imitó el «Quijote»: también lo hicieron Siñériz y más recientemente Atanasio Rivero. Si se tiene en cuenta que a Shakespeare le imitaron los eslavos, a Cervantes los ingleses, a Goethe los alemanes y a Poe los argentinos, las imitaciones asturianas del «Quijote» pueden ser un dato más del anglicismo astur, reconocido, entre otros, por Joseph Townsend y Ramón Pérez de Ayala.

Nicolás Rivero, nacido en el lugar de Las Callejas de la parroquia de Carda, en 1849, después de una historia juvenil bastante agitada como seminarista en Valdediós y guerrillero carlista, emigró a Cuba, donde ejerció el periodismo y fundó el «Diario de la Marina», uno de los grandes diarios de las Américas españolas. Mas si queremos un aventurero, ninguno mejor que Domingo de Toral Valdés, de la aldea de Argüero, que fue paje, vagabundo como lazarillo de un ciego por la piel de toro, soldado en Flandes al servicio del rey de España y en la India al servicio del rey de Portugal, sitiador de la plaza de Ormuz en Arabia y, cansado de tanta bulla, desertor y fugitivo, atravesando el Indostán, Arabia y Persia, ejerciendo como mendigo, tahúr y ladrón hasta que alcanzó los puertos del Mediterráneo.

Embarcado en una nave que le condujo a Marsella, pisó tierra francesa como si fuera la suya propia. Dejó una relación de sus aventuras «escrita por sí mismo», cuya brevedad disculpa: «Pudiera alargarme mucho más en mi particular, pero el hombre ni en bien ni en mal es bien que hable mucho de sí». Podrían haber aprendido de él los poetas que escriben diarios y los autores de novelas interminables. Él, teniendo mucho que contar, fue parco.

Aunque nacido en Nava, el poeta Bruno Fernández Cepeda fue dómine latino en la villa, adquiriendo fama de severo. Otro poeta bable de la misma época, Antonio Balvidares, nació en San Román, en el vecino concejo de Sariego. Sariego actúa como paréntesis y distribuidor hacia el centro de Asturias. Desviándonos hacia el Sur llegaremos a Langreo por Pumarabule. De Ciaño Santa Ana era José María Jove, finalista del premio «Nadal» con «Un tal Suárez» (1949) y autor también de «Mientras llueve en la tierra», de asunto minero y estimulante sencillez y eficacia narrativa. La cuenca del Nalón es una continuidad urbana desde Barros hasta Blimea.

Ovidio Gondi, de El Entrego, es autor de grandes reportajes como «Israel de Perfil» y «Las batallas de papel de la cama de cristal», sobre la ONU. Hacia Laviana el caserío empieza a espaciarse.

La capitalidad de la otra cuenca, la del Caudal, corresponde a Mieres, donde era la simpática figura de presbítero José Antonio Sampil Labiades, amigo de Jovellanos, apicultor y escritor agrónomo, autor de «Nuevo plan de colmenas», de limpia prosa que se lee con gusto.

De Urbiés era otro formidable aventurero, Diego Suárez Corvín (1552-1623), soldado en Orán y en Sicilia, autor de «Historia del maestre último que fue de Montesa y de su hermano don Felipe de Borja», y de cuatro romances en lenguaje antiguo a imitación de los del Cid. Gonzalo Castañón fue periodista patriota y valeroso, asesinado por los separatistas cubanos en Cayo Hueso. Otro periodista, Alberto Fernández, fue el historiador de la participación de españoles en la Resistencia francesa, y César Rubín escribió una novela sobre la mina, «Luz en las tinieblas». Pero la figura literaria más representativa de Mieres es Teodoro Cuesta, poeta festivo que escribió un bable reconocible y entrañable. Otro gran poeta festivo, de ámbito y éxito nacional, es Vital Aza (1851-1912), que triunfó en los escenarios madrileños con piezas cómicas siempre muy bien acogidas por el público, natural de Pola de Lena. También lenense es Manuel Pilares, autor de «Poemas mineros», poesía recia y popular, la otra cara tal vez de los «Romances del grisú» de Jesús Castañón, de Moreda, más artística, y de un admirable volumen de cuentos, «Cuentos de la buena y de la mala pipa», de una sencillez que emociona sin melodramas y provoca la risa como quien cuenta una anécdota entre amigos.

De la extensa obra de José Manuel Castañón, igualmente de Pola de Lena, se cita «Moletú Volevá». Aunque insistió en la novela, estaba más dotado para la soflama y el altivo discurso moral en el que casi siempre se ponía como ejemplo de rectitud. Creyó ser un quijote en un mundo lleno de malandrines.