Santiago Calvo lleva el nombre del Camino más famoso del mundo y está convencido de que no es casualidad. Lo supo nada más verla. Ella sólo era una peregrina más entre todas las que aguardaban en la plaza de España de Avilés el inicio de su ruta a Compostela. De aquel 23 de febrero este sindicalista de Comisiones Obreras sí conserva buen recuerdo. Había tardado casi cincuenta años en aceptar el reto. Él era más de bicicleta y le daba pereza andar, pero un día tuvo un accidente y le cogió tanto miedo que la aparcó para siempre. Así que no le quedó más remedio que hacer caso, por fin, a la sugerencia de unos amigos cercanos y se lanzó a patear hacia Santiago. Y fue entonces cuando la conoció. Era el año 1997.

Se llamaba María Prudencia Álvarez y era vecina de Avilés, como él, pero nada sabían el uno del otro. Se contaron sus vidas desde la primera etapa. Llevaban el mismo ritmo y eso facilitó el diálogo. Empezaron a hablar, a compartir, a disfrutar. La conversación se intensificó en jornadas sucesivas, camino siempre de Santiago, y del roce se creó una amistad que derivó en una relación sentimental. La diferencia ideológica no supuso ningún problema. Él, de 49 años entonces, sindicalista y ella, de 43, profesora de Religión. Eran los dos católicos y conectaron tan rápido que al poco, un año escaso después, en un autocar de regreso de una etapa, Santiago sorprendió a los pasajeros pidiéndole matrimonio a María Prudencia. Y en junio de 1998 se casaron. Y se casaron tres veces seguidas: una en el Ayuntamiento, otra en el Juzgado y otra en la iglesia.

«Estamos seguros de que Santiago Apóstol nos ha unido», explica convencida esta pareja avilesina, él con 65 años y ella con 59. Ellos no iban buscando nada, al menos eso dicen, y acabaron encontrándolo «todo».

En realidad, no son los únicos peregrinos enamorados camino de Santiago. Este recorrido de alcance mundial, declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, conserva en su gigantesca memoria muchas y muy variadas historias de amor, más o menos largas, no todas duraderas, unas con final feliz y otras no, historias de amor en cualquier caso, cada una a su manera. El Camino de Santiago, explican los expertos, fomenta la solidaridad y el compañerismo y crea vínculos de unión muy fuertes en muy poco tiempo entre personas de todas partes del mundo. Las relaciones suelen ser muy intensas, y algunas de ellas continúan más allá de la plaza del Obradoiro, la meta del peregrino. Y ahí está la clave del amor jacobeo. Porque caminando se llega a Santiago, pero a veces también al altar.

«Es como un "Gran hermano". Estás conviviendo las 24 horas del día», resume Alejandro González, del albergue de peregrinos de Bodenaya, en Salas. Lo dice un tipo que acumula veinte «caminos» de Santiago y que ya prepara el siguiente. ¿Pero es realmente una actividad donde se puede ligar con facilidad? «Quizá se den mejores circunstancias que en otros ámbitos y si se va a buscarlo, probablemente se encuentre. Pero depende de lo extravertido que se sea», apunta Laureano García Díez, que lleva 24 años presidiendo la Asociación Astur-Galaica del Interior, con sede en Tineo. Su respuesta es, más o menos, común al resto de los consultados: peregrinos, hospitalarios, dueños de albergues... No es del todo fácil profundizar en casos de parejas «hijas» del Camino de Santiago. No porque no existan sino porque la mayoría prefiere guardarse para sí ese lado de su intimidad. Es el caso del asturiano de Tineo que conoció a una canadiense en el Camino y, por amor, se trasladó a Canadá, donde actualmente reside. Estos días está de vacaciones en Asturias, pero rehúye cualquier intento de contar su experiencia. «Prefiere conservar el secreto», cuenta la hermana, directora de una de las sucursales bancarias de la localidad.

Porque lo que sobran son historias sin nombres ni apellidos, como aquella pareja de Zaragoza que caminó hacia su boda durante quince días por la ruta del Norte y se lo confesó a Flori Fonseca, del albergue de Vega de Sariego. Fue una especie de luna de miel por adelantado. Calcularon todo para llegar a Santiago, ducharse, prepararse y plantarse en el altar. El resto de invitados había llegado hasta allí en otros medios de transporte mucho más rápidos y más cómodos. «Al Camino vas a caminar y a compartir. Cuando conoces a una persona la conoces de una manera muy intensa. Ves cómo reacciona ante los miedos, ante los dolores, ante las frustraciones o las alegrías. La conoces en situaciones límite», explica Dolores Rizo, de 38 años, que además de peregrina es psicóloga.

Dolores había terminado una relación y necesitaba un giro radical en su vida. Buscaba, dice, reencontrarse consigo misma. Se propuso como terapia hacer el Camino de Santiago desde Roncesvalles. Viajaría desde Cartagena, su ciudad natal, hasta la salida y desde allí empezaría a caminar. Iba sola. Quería ir sola. No contaba con que nada más iniciar su viaje, en Madrid, había un chico con su mismo plan. Alejandro Badía tenía más experiencia. El año anterior había hecho el Camino desde Burgos hasta la capital gallega. Pero le faltaba la otra parte y quería completarlo con el tramo Roncesvalles-Burgos. Los dos se encontraron en la estación sur Madrid, a punto de tomar un autobús que les llevaría al punto de salida. Era principios de agosto y hacía calor. Los dos salieron a la vez y resultó que llevaban el mismo ritmo. «No fue a propósito, de verdad. Coincidimos en el ritmo, fue algo natural», dice Alejandro, que promete que tampoco iba buscando una experiencia amorosa. No la iba buscando, pero la encontró.

Caminaron juntos 15 días, hasta Burgos, donde ella continuó destino Santiago. Pero entonces habían sido tantas las conversaciones que la relación era ya fluida y continuó por teléfono. «Cuando acabé el Camino nos volvimos a encontrar y hasta hoy». Hoy tienen dos hijas y viven en una casa cerca de Luarca, adonde se mudaron pocos años después. Un fotógrafo madrileño y una psicóloga cartagenera que se conocieron camino de Santiago y que se establecieron en Asturias. «Nos une el amor a la naturaleza y queríamos vivir en un sitio que tuviera contacto con ella, buscábamos algo como lo que tenemos», explica Dolores. Lo que tienen es una casa cerca de la villa luarquesa, «casi en mitad del Camino», desde donde ven pasar a diario a «montones» de peregrinos. Ellos, dicen, seguirán siéndolo siempre. Nada más establecerse en la región llegaron a Santiago desde Luarca. Y el nombre de sus hijas tampoco es casualidad. Clara (5 años), la mayor, se llama así en homenaje a las clarisas del convento de Santiago. E Inés (3 años) es la hermana pequeña de Santa Clara. «Es vivir la vida intensamente en treinta días. Es una terapia para encontrarse con uno mismo y para superar muchos miedos y muchas limitaciones», resume Dolores. De hecho, ella suele recetar el Camino de Santiago a muchos de sus pacientes.

«Cuando empiezas a hacerlo piensas de una manera y cuando vuelves, de otra muy distinta. Te cambia la vida», apunta Laureano García. Él no encontró el amor caminando, pero sabe que las historias se amontonan. Que las hay eternas y efímeras, de minutos, horas o años. No cree, sin embargo, que los peregrinos elijan esta actividad para ligar. «No debe ser la motivación», dice. Para muchos no la es, pero para otros lo puede ser. Pilar Fernández, del albergue de peregrinos de Piñera, en Navia, explica un fenómeno que lleva observando desde hace un tiempo. Se trata de los peregrinos que, antes de reservar sitio en el albergue de turno, preguntan si hay o no chicas (y viceversa). Caminantes que eligen el alojamiento en función de las posibilidades de ligar. «Suele pasar sobre todo con extranjeros, que no hablan casi nada de español pero eso sí lo saben decir», explica entre risas Pilar.

«Si lo haces pensando en eso, vale más que no se haga», interviene Santiago Calvo. Porque los flechazos surgen, no se planean. Por eso son flechazos. De ello pueden dar fe Covadonga Rico y Pedro (prefiere ocultar su apellido). Ella, de 35 años, asturiana, de Cadavedo (Valdés). Él, de Polonia. Su historia es la de un peregrino que llega a un albergue, conoce a su hospitalera (como se conoce a sus ayudantes) y se enamora de ella. Y que después sigue caminando y a los dos días se lesiona. Entonces la llama y está un «par de días» con él, tiempo suficiente para entablar una amistad que al poco, precisamente en Santiago, termina en relación. De eso se cumplió el pasado 23 de septiembre un año. Hoy, Covadonga (35 años) y Pedro (50) viven juntos, también en Luarca. «Es fácil coger cariño a la gente haciendo el Camino. Es normal que surja la chispa. Con el paso de los días te vas conociendo mejor y así es como aparecen las relaciones», explica Pedro, que salió de Bilbao camino de Santiago sin móvil pretendiendo desconectar, pero que una vez en Gijón decidió comprar uno «por si acaso». Así pudo llamar a Covadonga para que fuera a asistirle: «Fue un flechazo. Somos gente sencilla y a mí me cambió la vida», explica. «A mí el Camino me dio la felicidad y encontré a mi pareja», completa Covadonga.

Santiago y María Prudencia, Alejandro y Loli, Covadonga y Pedro. Tres historias de amor arrancadas del Camino de Santiago, de esa ruta universal a veces coloreada de rojo, con forma de corazón, que sirve de aprendizaje para los tragos duros de la convivencia en pareja. Ellos son tan sólo un ejemplo de lo que da de sí esta aventura que todos recomiendan, que cada uno quiere repetir. Porque en alguna parte de él encontraron lo que no buscaban: el amor.