"Nunca se vieron tantos osos como ahora, nunca. Antes había que ir al monte para tropezarte con alguno, pero ahora están entre las casas. Bajan y se pasean por aquí; no tienen miedo ninguno. Nunca vi nada igual". Lo dice Ovidio Cuervo, de casa Vicente en Rengos (Cangas del Narcea) y lo comparten la mayoría de los vecinos de los pueblos del sur del concejo, los que lindan con el bosque de Muniellos y con el corredor de Leitariegos.

Los tropiezos entre el animal simbólico de la fauna asturiana y los habitantes del Suroccidente empiezan a ser numerosos. Los vecinos de Gedrez tuvieron la visita del plantígrado recientemente y asaltó las colmenas de casa Guerra. Cuentan los lugareños que es habitual encontrarse con estos animales en la pista que va hasta Monasterio de Hermo. Más de una vez un automóvil ha tenido que parar y esperar a que el oso se moviese, normalmente sin excesivos apuros, hacia la maleza. Entre Rengos y Gedrez un coche tuvo que ir detrás.

"Los ves casi de día entre las casas", relata Eduardo Méndez, de casa Jarana en Larón, "en la pista del Poleiro estuvo uno el otro día. Ya no tienen miedo, cuando siempre que los veías huían. Eso cambió".

En Jalón, al igual que en la mayoría de estos pueblos, prefieren guardar silencio. Es un tema polémico y temen meterse en problemas si sale su nombre en el periódico. "Ahora hay muchos más que nunca. Hace años se salía de casa con escopeta, ¿me entiende usted?, y eso ha cambiado. El resultado es que casi no podemos salir de casa. Pero si digo esto tengo mañana a la Guardia Civil aquí".

La población de osos en la cordillera Cantábrica ha alcanzado los 300 ejemplares, la mayoría entre Somiedo y Cangas del Narcea.

"A nosotros nos mató dos vacas recientemente. Se pusieron nerviosas al notarlo cerca y acabaron despeñadas. Sabemos que fue él porque nos destrozó un cerezo que tenemos al lado de casa y dejó cagadas por todo el camino", dice Delfina Machado, de casa Boto, en Trasmonte de Abajo. Es Trasmonte, tanto de Arriba como de Abajo, uno de los núcleos rurales donde más incidencia social tiene la presencia de osos. "Tengo dos hijos. La pequeña no sale de casa en cuanto oscurece. Temo que se encuentren un día con una hembra con crías, se ponga nerviosa y pase algo", subraya Delfina. En Trasmonte se ha visto a un ejemplar pasear por prados aledaños a las casas hace poco más de un mes. Lo mismo aseguran los vecinos de Gillón.

No sólo por la zona de Muniellos se nota la presencia cercana de los osos. En Bimeda, lugar de paso natural de la especie, se fotografiaron huellas de esbardos a escasos 20 metros del núcleo rural, tal y como puede atestiguar Gonzalo Aumente: "No es cuestión de alarmar a nadie, pero no se pueden bajar las precauciones porque, al estar tan cerca del pueblo, no podemos descartar que suceda algún encuentro complicado y eso sí sería muy peligroso".

En Porley un oso cayó preso en un lazo ilegal, en agosto de 2012, y falleció durante el rescate. Los vecinos, extremadamente cautelosos entonces debido a la investigación policial en marcha para localizar a los culpables de la colocación del lazo, explicaron que una hembra con dos crías paseaba por los caminos del pueblo y que, quien más quien menos, se había tropezado con ella.

Otra persona que ha tropezado con osos en la carretera del Connio es Chema Díaz, del Grupo Ecologista Cangués Azor (GECA). "Estamos ante una de las poblaciones oseras más humanizadas del mundo, en un lugar donde los plantígrados se han acostumbrado a vivir más cerca de los humanos de forma cotidiana y sin sobresaltos para ambos. Los hemos tenido siempre a la puerta de casa, lo que pasa es que hasta hace un par de décadas a muchos los mataban por esa osadía. Hoy han cambiado mucho las cosas, para unos y para otros. Los ejemplares jóvenes han aprendido que cerca de los pueblos y en las zonas bajas de estos valles encuentran más comida que en las desapacibles cumbres y, además, que la gente en lugar de salir con la escopeta como antes salen con la cámara fotográfica".

Este ecologista cangués considera que la población rural de la zona estima a sus animales salvajes, como lo demuestra que cuando un ejemplar, como las famosas "Lara" o "Molinera", se encuentra herido en el monte y es curado por la Administración la sociedad exige inmediatamente su puesta en libertad donde fue encontrada.

Díaz atribuye el hipotético malestar en la convivencia entre humanos y plantígrados a "las personas que eran de aquí, de aquella época en la que matar osos era normal y vuelven ahora y ven lo que hay y se sorprenden, o bien los nuevos pobladores de las zonas rurales que no están acostumbrados".

En una línea muy similar se explica José Manuel Riesco, ganadero de Vidal. "Los vemos alguna vez, pero no dan lata. Antes había frutales y sí que venían, pero ya no tenemos, ni colmenas, que a eso sí acuden. Con el ganado no se meten mucho, sobre todo con las vacas, y aunque sabemos que están por aquí se puede convivir bien con ellos, como siempre. Otra cosa es el jabalí que lo destroza todo".