El cáncer y la salud pública dominan la trayectoria profesional del médico Martín Caicoya Gómez-Morán. Dieta y cáncer es la materia a la que ha dedicado años de estudio, empezando por la tesis que lo convirtió en doctor en Medicina por la Universidad de Salamanca. Este especialista en Medicina Interna cursó luego un máster en Salud Pública por la Universidad de Columbia y orientó su carrera hacia la organización de las acciones a gran escala que configuran importantes líneas de actuación de las políticas sanitarias. Desde esa perspectiva, y como coordinador de programas de la Consejería de Salud del Principado, este colaborador del suplemento "Siglo XXI" de LA NUEVA ESPAÑA tiene una visión privilegiada de los avances y carencias de la sanidad pública.

-Aumenta el cáncer, pero hay menos muertes. ¿A qué se debe?

Hay más número de cánceres, pero cuando ajustamos las cifras absolutas a tasas por edad, porque en una sociedad envejecida es inevitable que el cáncer aumente, nos encontramos con que, en los últimos seis años, en los hombres está disminuyendo y en las mujeres se incrementa, pero no de una forma significativa, a consecuencia del cáncer de pulmón, que en hombres va a menos.

-El aumento del cáncer de pulmón en mujeres va ligado al consumo de tabaco. ¿Podemos decir que ése es un fracaso de las campañas de sensibilización contra el hábito de fumar?

Creo que sí. La equiparación de comportamientos entre sexos está teniendo ese efecto perjudicial. No hay ninguna razón para pensar que las mujeres tengan menor susceptibilidad a los agentes externos vinculados al cáncer y, sin embargo, siempre han padecido menos la enfermedad que los hombres. Ello se debía a que fumaban y bebían menos y no tenían exposiciones laborales. Quizá también haya otros factores ligados a la dieta. Aquí los hombres odian la verdura y las mujeres la consumen más.

-¿Hay una mayor mentalización sobre la incidencia de los hábitos, de forma destacada los alimentarios, en el cáncer?

Eso hay que matizarlo. A principios de los años ochenta, dos grandes epidemiólogos ingleses, Doll y Peto, desarrollaron un estudio seminal sobre las causas del cáncer. Ellos realizaban entonces una estimación, no del todo segura, de que el 35 por ciento de los cánceres eran provocados por la dieta. Desde entonces se vienen haciendo estudios amplísimos sobre esto con muy pocos resultados claros. En el laboratorio encontramos que algunas sustancias son anticancerígenas, como por ejemplo la vitamina A o los betacarotenos, que recogen las moléculas que pueden ser dañinas. Pero en la práctica los suplementos de esas vitaminas no protegen y además, en exceso, pueden resultar perjudiciales. El problema es que uno no come betacarotenos sino un alimento en el que hay de todo, que se mezcla con otro y que además se cocina. Eso conforma la dieta y complica la evaluación analítica de la incidencia de cada componente por separado.

-¿Cómo determinar entonces lo que resulta más recomendable comer?

Los mejores resultados se obtienen cuando se mira la dieta como un todo. Un epidemiólogo griego lo hizo dando puntos a los hábitos buenos y restando los malos con la dieta mediterránea como referencia, y sí se comprobó que las personas que tenían más puntos presentaban una mortalidad más baja. Pero en España no cumplimos con la dieta mediterránea, y en Asturias menos. Por tradición somos los grandes comedores de carne.

-Pese a esas dudas que expone, lo que sí existe es una industria centrada en el potencial saludable de ciertos alimentos.

En Estados Unidos un porcentaje muy alto de la población toma suplementos dietéticos siguiendo modas, sea el gin-seng, las píldoras de ajo o las vitaminas en botes. Ahora allí está de moda la vitamina D, cuyo déficit te hace más propenso a enfermedades cardiovasculares, diabetes o cáncer. Hay un "lobby" de la vitamina D, con artículos en las mejores revistas científicas, que se dedica a explicar que todos estamos bajos de ella porque apenas nos exponemos al sol, hacemos la vida a cubierto. Pero no existen pruebas, la única recomendación sigue siendo una alimentación completa.

-Toda recomendación choca en última instancia con los hábitos adquiridos, sobremanera con aquellos placenteros como el tabaco.

El tabaco es la mejor droga que existe. No hay otra que estimule en una situación de cansancio, que tranquilice cuando se está inquieto y que además mantenga alerta todas las capacidades intelectuales. El tabaco es perfecto porque no interfiere con la vida cotidiana, potencia la sociabilidad, estabiliza el humor, puedes repartir las dosis a lo largo del día en función de las necesidades, es un traje a medida. Pero mata, y mata mucho. Es curioso cómo algo tan bueno puede ser tan perjudicial a la vez.

-Manel Esteller, que dirige un programa de investigación de la epigenética del cáncer en Cataluña, sostiene que es más fácil modificar comportamientos celulares que cambiar los hábitos humanos.

La resistencia a ciertas influencias externas tiene una parte buena y saludable porque si pudiéramos modificar con facilidad el comportamiento humano seríamos un Gran Hermano. Competimos con industrias poderosas como la tabaquera o la de alimentación, que tienen más medios y más capacidad. La industria de alimentación diseña productos para que sean adictivos pero no saciantes, para que te dejen con las ganas. Saben mucho más que nosotros, estamos en sus manos. No hay nadie que haya demostrado que el sistema sanitario tiene capacidad de modificar la dieta.

-¿El sistema sanitario carece entonces de resortes para hacer frente a esos avances industriales cuyo un coste en salud se verá obligado a afrontar en el futuro?

Si en algo fracasa el sistema público es en la promoción de la salud y la prevención. La estrategia Naos del Ministerio está infradotada pese a tener una intención soberbia: dirigirse a los niños para corregir la alimentación inadecuada, luchar contra el sobrepeso y promover el ejercicio. Al lado de las grandes corporaciones somos unos enanos.

-Desde una perspectiva puramente economicista, si aumentan los recursos destinados a esas campañas ¿cuánto se ahorra en otras acciones sanitaria posteriores?

No hay estudios en el ámbito alimentario, pero sí en el del tabaco. Desde el punto de vista del sistema sanitario, sólo hay una inversión que sea efectiva y genere ahorro, que es la lucha antitabaco. El resto de las campañas le cuesta al sistema pero no revierten en el propio sistema aunque sí puedan generar ahorros en otros ámbitos. El gasto en la prevención cardiovascular en Asturias se lleva el 25 por ciento del gasto en farmacia y estamos hablando sólo de prevención. Cuando alguien dice que prevenir ahorra será a otros pero no al sistema sanitario.

-¿En la preocupación por la dieta domina más el factor estético que el saludable?

Hay quien da excesivo protagonismo a la dieta. Pese a la evidencia de que la obesidad va asociada a una mayor mortalidad, se han tenido actitudes demasiado radicales en aspectos como el sobrepeso. No toda la grasa resulta preocupante, la que se relaciona con el cáncer es la que se deposita en torno al cinturón, alrededor de la vísceras, que, en contra de lo que pensábamos, no es un tejido inerte; metaboliza de una forma muy activa, produce hormonas. Los hombres acumulan la grasa en la barriga y por eso tienen más enfermedades cardiovasculares, aparte de fumar, y más cáncer. Las mujeres, a partir de la menopausia, empiezan también a acumular grasa en esa zona y sus riesgos se equiparan a los de los hombres de enfermedades cardiovasculares.

-¿Todo programa de prevención entraña el riesgo de actos médicos inútiles?

La detección precoz era la gran aspiración de la medicina hace cincuenta años, convencidos de que si se cogía a tiempo el médico era capaz de modificar el curso natural de la enfermedad. Todo lo que hace un médico es luchar contra la naturaleza. Si la enfermedad, en su desarrollo natural, cura por sí sola, el médico lo que hace es dañar y molestar. No todos los cánceres son mortales. Sabemos que la mortalidad de las mujeres que acuden a las revisiones de mama y a las que se le detecta un cáncer disminuye un 80 por ciento, pero también tratamos de forma traumática a otras que no habrían llegado a desarrollar la enfermedad. Un segundo riesgo son los daños temporales que provocan los falsos positivos y, el tercero, los instrumentos, que no son perfectos. Detectamos un 90 por ciento de los casos, pero hay un 10 por ciento al que no se le encuentra la enfermedad pese a someterse al chequeo.

-¿El programa de cáncer de colon que ahora se desarrollará en Asturias tiene esas misma debilidades?

Llevo luchando para que se ponga en marcha este programa desde los años noventa. Tiene dos cosas positivas. Puedes detectar pólipos, que es el lugar donde se asienta el cáncer, y si los quitas previenes la enfermedad. La segunda ventaja es que un cáncer pequeño se puede extirpar en el mismo acto de la colonoscopia con una intervención mínima y el paciente se va a su casa. En cambio, en una mama te quitan un trozo, te dan radioterapia y eres enfermo cinco o diez años. El único inconveniente es que las colonoscopias tienen un riesgo de perforación e incluso de muerte. Este programa no se lanzó antes por falta de colonoscopistas, un problema organizativo de envergadura.

-¿El cáncer acapara los mayores recursos del sistema sanitario?

La batalla contra los cánceres no está teniendo el éxito que corresponde al esfuerzo que se hace; se están gastando fortunas, es en lo que más se gasta. Así como la enfermedad cardiovascular ha dejado de ser una de las primeras causas de muerte, pasando del 45 al 30 por ciento, el cáncer disminuye con mucha lentitud, en Asturias menos del 8 por ciento. Hay aspectos bastante ilusionantes en cuanto a la supervivencia, que está aumentando. En Europa y en España la supervivencia está en el 50 por ciento mientras que en Estados Unidos alcanza el 68 por ciento. Actuamos con tres estrategias contra el cáncer. La primera y más efectiva es la prevención. Dependiendo del perfil, en Asturias se reduce hasta el 40 por ciento del cáncer porque tenemos muchos cánceres relacionados con el estilo de vida. La segunda, la detección precoz, donde incidimos un poco. Y la tercera son los tratamientos, que costó mucho que fueran eficaces. En los últimos años se ha mejorado bastante y al menos el 20 por ciento de reducción de la mortalidad por cáncer de mama se ha conseguido por la mayor efectividad de los tratamientos.

-¿Estamos en el umbral de un salto cualitativo en esos tratamientos?

Ahora empiezan a extenderse los tratamientos con lo que llamamos moléculas-diana. El desarrollo y puesta en el mercado de estos tratamientos tiene un coste brutal. La mayoría sale de grupos de investigación pequeños, financiados en un porcentaje altísimo con dinero público. Desarrollan una molécula y la farmaindustria se la compra. Cuando hay que hacer los ensayos clínicos, la industria farmacéutica tiene que recurrir de nuevo al sistema público, que es donde están los enfermos. Y cuando ya está disponible y con una utilidad probada, el primer cliente es el sistema público, que ha contribuido de manera directa en dos momentos importantes del desarrollo de ese medicamento. Esos tratamientos son carísimos y pueden llegar a hundir el sistema de salud.

-¿Qué hacer entonces?

Si la farmaindustria hunde el sistema público, no tendrá a quien vender, que nadie piense que un seguro privado va a asumir los costes de esos tratamientos. La solución es que el sistema público, que ya participa en etapas cruciales del desarrollo del medicamento, intervenga también en la decisión final sobre su comercialización o no. Pero esto requiere un acuerdo de gran envergadura con la industria que desborda a las administraciones.