La Fábrica de Armas de a Vega, en Oviedo, comenzó su producción en 1856 y la finalizó hace casi un par de años. Cuando la fábrica cerró sus puertas, quedaron en suspenso urbanístico unos 120.000 metros cuadrados de jugoso terreno (ahí están, con dudoso destino) y se dio carpetazo a un capítulo glorioso de la industrialización asturiana.

En una de las plantas del Gobierno Militar, en Oviedo, hay actividad fabril. Así sucede desde principios del pasado verano. Un equipo de catorce personas (reservistas voluntarios y honoríficos y aficionados) llevan casi un año estudiando, seleccionando y rehabilitando un patrimonio de incalculable valor, una colección de armas que resumen la trayectoria de la fábrica y el paso por ella de miles de maestros y aprendices.

Son armas recuperadas de los almacenes de la Vega. Algunas, como el fusil Mauser Oviedo, de 1893, representan todo un símbolo histórico del armamento español. Otras son prototipos estudiados en Asturias pero que nunca llegaron a la fase de producción industrial. Armas desconocidas hasta ahora, ejemplares para estudio, abiertos a fin de conocer sus más escondidos detalles.

Y nadie los conoce mejor que el investigador mierense Artemio Mortera, uno de los fundadores de la Asociación para la Recuperación de la Arquitectura Militar Asturiana (ARAMA). Mortera se encarga, entre otras muchas tareas, de completar las fichas de cada arma. En total se han recuperado unas 400 piezas, no todas armas de fuego. Hay curiosidades, como el reloj de péndulo que a partir de un original mecanismo servía para el control horario de entrada y salida de los trabajadores.

También hay fotos. En una de ellas un grupo de aprendices posa orgulloso junto a los tornos. En unas vitrinas en la planta noble del Gobierno Militar se muestra parte de sus trabajos. Parecen juguetes, pero son armas. Armas en miniatura, unas 40, algunas capaces de ser disparadas. La munición, acoplada al tamaño, también fue fabricada en Asturias aunque actualmente no se dispone de ella. Artemio Mortera calcula que están a escala de un tercio y se trata de una colección única en el mundo. Ahí está la historia de la Vega, la carabina Winchester, el mosquetón Remington o la mítica ametralladora Hotchiss del año 1914. "Era un arma de origen francés que el Ejército español utilizó en la guerra de Marruecos" con algunas modificaciones. Más tarde fue usada en la Guerra Civil. Parece pura artesanía, de aspecto frágil, pero llegaba a tener una cadencia de más de 500 disparos por minuto. Y pesa una barbaridad; por encima de los 50 kilos, con el trípode.

En la Vega se trabajó a destajo y no sólo en la producción armera, sino en el estudio de nuevos modelos. Entre los fondos ahora estudiados hay mucha arma extranjera que llega en su mayor parte de la mano de las tropas no españolas que combaten en la Guerra Civil, las Brigadas Internacionales que ayudaron a la causa republicana o los soldados alemanes e italianos enrolados en el bando nacional.

La profusión de armas de distintas procedencias tiene justificación histórica. "Cada bando de la Guerra Civil armó a un millón de hombres. Fue todo un problema. Hubo ayudas oficiales de otros países, pero también se echó mano de traficantes. Y llegó de todo, desde armamento muy moderno hasta cosas poco menos que inservibles. España vació los almacenes de armas de toda Europa", explica muy gráficamente el historiador militar Artemio Mortera.

El trabajo de los investigadores, ya prácticamente acabado, fue minucioso. Cada arma se desmontó pieza a pieza y se engrasó. "Hay armas dañadas porque se usaron en combate", señala el equipo. Algunas estaban modificadas, bien para mejorarlas o bien para "tapar agujeros" y mantenerlas así en activo. Cuenta Artemio Mortera que en la Guerra Civil el municionamiento fue un gran problema debido a la variedad de armas y calibres, sobre todo en el bando republicano, lo que provocaba un riesgo adicional y una dramática falta de operatividad.

En la colección rehabilitada hay armas de chispa, de pistón y de cartucho metálico. Los tres formatos resumen dos siglos de técnica de armamento. Ese Modelo 1859 (el número 1 de serie entre las armas de la colección y el más antiguo de ella) es el último fusil español de pistón. Sus antecedentes, los de chispa, eran toda una aventura en sí mismos. Funcionaban con piedra de sílex y pólvora y quedaban inutilizados con lluvia o humedad ambiental. Al cine ese detalle le importa poco, pero se acepta en beneficio del espectáculo, de la misma forma que el vaquero dispara veinte balas seguidas con un revólver con capacidad para seis. En las armas de chispa había retardo e, incluso, en las mejores condiciones no siempre se producía el disparo.

En siglo y medio la Fábrica de Armas de Oviedo tuvo dos momentos de gran actividad. Uno coincide con el de producción del ya referido fusil Mauser, a finales del siglo XIX, arma que abasteció a las tropas en la Guerra de Cuba. El otro, el de producción del famoso Cetme, en los años sesenta del pasado siglo, un fusil de asalto desarrollado en España en distintas versiones y que marcó una época en el mundo en este tipo de armas, con alcance eficaz de un kilómetro y un peso de menos de cuatro kilos. El Cetme dio trabajo durante años y años. Parece un arma sencilla, pero en el taller de rehabilitación de armas históricas del Gobierno Militar hay un panel muy significativo. Es un Cetme despiezado, y ese "troceado" total del fusil se concreta en más de doscientas pequeñas piezas.

Los fondos estudiados en Asturias provenientes de la Fábricas de Armas de la Vega pertenecen al Ministerio de Defensa. Técnicos del Museo del Ejército, ahora ubicado en el edificio del Alcázar de Toledo, estuvieron en Oviedo a modo de inventario y para dar de alta los fondos. Hay promesa de que esos 400 objetos recuperados se van a quedar en Asturias para satisfacción personal del delegado de Defensa, el coronel Vicente Bravo Corchete. "No queremos que se disperse la colección", apunta. Porque, como señala Artemio Mortera "lo más valioso de todo esto es el conjunto".

Y la Historia. Oviedo comienza a fabricar armas a finales del siglo XVIII. Había una casa fábrica instalada en el actual palacio del Marqués de San Feliz, en el Fontán. En realidad, el palacio era el destinatario de los trabajos artesanales de los diferentes gremios. Allí se ensamblaban las piezas y con ese modelo productivo tan poco eficaz funcionó el sistema hasta mediados del siglo XIX, cuando se constituye la Fábrica de la Vega, casi al lado de la joya prerrománica de San Julián de los Prados. En muy poco tiempo de producción centralizada la plantilla se acercó a los mil trabajadores. La Vega se convirtió en una ciudad en miniatura. Una ciudad hoy silenciosa y solitaria, con el candado echado pero cuyo mantenimiento cuesta dinero. Esta misma semana se ha cumplido un año de la cesión de los terrenos.