Fernando Cuetos es un investigador en mayúsculas. El catedrático lavianés se convirtió hace tiempo en un referente nacional en psicología del lenguaje gracias a los importantes avances que ha conseguido para afrontar problemáticas como la dislexia, una alteración de la capacidad lectora que supone un severo obstáculo en el progreso educativo de muchos niños y jóvenes. "Tratada a tiempo, se puede evitar. La gran dificultad a la que nos enfrentamos muchas veces tiene que ver con que el diagnóstico llega demasiado tarde", explica el docente, autor de una colección de tests muy populares en el ámbito escolar que permiten detectar esta disfunción, presente en el tres por ciento de la población y que está motivada por alteraciones morfológicas en las zonas temporo-parietal y temporo-occipital izquierdas del cerebro, con una menor cantidad de materia gris de lo normal (algunos padecen el tipo infantil o evolutivo, es decir, nacen con ella; frente a otros que tienen dislexia adquirida por traumatismos, ictus u otras causas externas).

El profesor desarrolla técnicas conductuales y de neuroimagen para estudiar los mecanismos cognitivos y cerebrales relacionados con el lenguaje, básicos para el aprendizaje y el perfeccionamiento de la lectura. "Contra lo que se tiende a creer, las personas con dislexia no tienen problemas de comprensión. Lo que tienen son problemas para leer porque les cuesta interiorizar la conversión de las letras en sonidos y automatizar este proceso", explica el psicólogo. "La inmensa mayoría entiende un texto si alguien se lo lee en voz alta, pero les cuesta hacerlo si lo leen ellos. Ésa es su gran dificultad", añade. "Sin embargo, no se trata de una cuestión incapacitante. Muchos finalizan carreras universitarias y tienen profesiones cualificadas. Pero están obligados a un esfuerzo mucho mayor que el resto", remata.

Por eso, el experto desarrolla desde hace tiempo métodos de intervención basados en la segmentación fonológica que permiten a los niños disléxicos superar, al menos en parte, sus limitaciones. Se trata de ejercicios aparentemente simples, como contar las sílabas de una palabra o detectar vocablos que riman. Y que ofrecen, junto con actividades de lectura, altos niveles de éxito, especialmente en los menores de corta edad. "Los ejercicios de mejora se pueden llevar a cabo en cualquier momento de la vida, pero los resultados serán mejores cuanto más joven sea el receptor", señala. "Es mucho mejor empezar con tres años que con nueve, pero eso no siempre es posible", lamenta.

Porque el diagnóstico llega tarde demasiadas veces, debido en muchos casos a la falta de conocimientos de los padres o de los educadores, que inicialmente suelen asociar la falta de capacidad lectora del menor con meros problemas de aprendizaje. "El perfil del niño disléxico es bastante claro: presenta trastornos fonológicos, una lectura lenta e imprecisa, grandes dificultades para enfrentarse a palabras desconocidas, un gran contraste entre su comprensión oral y escrita y resistencia a la intervención por parte del profesor", destaca Cuetos.

Una vez realizado el diagnóstico, los ejercicios de recuperación suelen resultar muy positivos. Pero, para ello, es preciso que el afectado sea sometido a una correcta evaluación y que se ponga en manos de especialistas que desarrollen buenos programas de intervención. "De ahí que sea importante detectar esta alteración lo antes posible, porque el cerebro ofrece una gran flexibilidad en el caso de los niños. Por contra, a medida que pasan los años, aumenta su rigidez. Se puede decir que ocurre algo similar al aprendizaje de idiomas", destaca.

En la actualidad, el catedrático está al frente de un proyecto con financiación del Ministerio de Economía y Competitividad para estudiar el paso de la vía subléxica a la vía léxica, es decir, el desarrollo de la fluidez lectora, mediante análisis cognitivo, neuropsicológico y electrofisiológico. "Básicamente, analizamos el tiempo que se tarda en formar la representación de las palabras en el cerebro", explica. Para realizar las pruebas, los miembros del grupo de Cuetos recogen la actividad electrofisiológica de alumnos voluntarios de Psicología, mediante la colocación de electrodos, y estudian su reacción al visualizar una serie de palabras, algunas inventadas o poco conocidas, en la pantalla de un ordenador. "Cuando ven una nueva, las ondas cerebrales son diferentes. Lo que nos interesa es saber cuántas veces tienen que ver ese vocablo nuevo para que el cerebro lo acepte como algo conocido", explica. En paralelo, también realizan una prueba similar con niños de varios colegios de Oviedo. En este caso, no emplean ningún aparato especial. Simplemente, miden el tiempo de reacción antes de empezar a pronunciar un determinado término y cuánto tardan después en hacerlo.

Estos trabajos también son especialmente útiles para conocer algunas manifestaciones de la dislexia. Y han situado a la Universidad de Oviedo en la élite internacional de la psicología de la lectura. Prueba de ello es el proyecto europeo en el que Cuetos participó hace unos años, en colaboración con otros especialistas de Inglaterra, Holanda, Bélgica, Francia, Italia y Alemania, que sirvió para desvelar muchos de los misterios neurológicos que subyacen al lenguaje y para comparar el procesamiento lector en función de las características de los sistemas ortográficos. "Por ejemplo, el español es un sistemas mucho más transparente que el inglés y, por ello, más fácil de aprender", comenta este especialista en comprender el lenguaje de la mente.