Cuando una bomba estalla, en el centro de la onda expansiva se forma un gran silencio, mientras el exterior atruena. La de ETA ha tenido ese efecto. La única voz que estos días se oye alto y claro es la de ETA, con su estruendo, que todos saben lo que quiere decir. Las demás gargantas desafinan, han perdido la voz o el sentido, que es peor aún que el silencio. La del Gobierno ha sido bastante lamentable, yendo del atiplado cálculo inicial (barco tocado) al gruñido inentendible de la rectificación (barco hundido). La de la nada leal oposición se ha movido entre la sucia revancha y la falsa prudencia. En las filas de los aliados del Gobierno se han oído cosas tremendas. El desconcierto llega a las palabras. ¿Llegarán a decirnos que ETA no ha roto la tregua, sólo ha hecho una tregua en la tregua? Casi hubiera sido mejor que todos callasen, hasta después de los entierros.