Oviedo, Chus NEIRA

Miguel Ángel Porrúa es un entusiasta. De su Gijón natal, de Asturias, de su trabajo en la Organización de Estados Americanos (OEA), de las posibilidades de la tecnología en las políticas de desarrollo, de este país -Estados Unidos- en el que lleva ya once años y, en fin, de todo lo que le rodea. Así que se podría volver a decir, mejor, que Miguel Ángel Porrúa es un vitalista y que eso extraña en un consultor económico. No tanto si se desciende a los detalles.

Instalados en una zona tranquila del piso superior del Kinkead$27s, una de las mejoras «brasseries» de Washington, Miguel Ángel (Gijón, Hospital de Jove, 1967) recuerda las palabras que le cambiaron la vida. Las pronunció Alan García, entonces presidente de Perú, en 1988: «No pagaré la deuda externa de Perú mientras la gente no tenga qué comer». Al estudiante de Económicas le causó tal efecto aquella declaración de principios que el resto de la carrera, más o menos la mitad, la orientó a especializarse en desarrollo y en América Latina. Al acabar, sabía que su lugar de actividad seguía siendo ése, y a través de la Agencia Española de Cooperación y de su formación en créditos rotatorios, acabó en Uruguay. «Fui por seis meses y nunca volví».

El resumen, así, suena demasiado rotundo, desarraigado. Y no es el caso, porque Miguel Ángel Porrúa no va a ningún sitio sin su camiseta del Sporting y su bandera de Asturias. Con todo, es verdad que su paso por Hispanoamérica, reflejo del viaje que otras generaciones realizaron a lo largo de varias décadas, acabó por conducirle a Estados Unidos.

Antes de encaminarse al Norte, Miguel Ángel Porrúa cambió su perspectiva de trabajo con las pequeñas empresas uruguayas de la región en la que trabajaba por una más general de fomento de exportaciones de tecnología. En ese momento, Uruguay apenas vivía del cuero y de la carne. El programa en el que trabajó Miguel Ángel Porrúa buscaba desarrollar tres sectores tecnológicos: biotecnología, electrónica y software. Pero tuvo que llegar a Estados Unidos para descubrir el verdadero poder transformador de la tecnología. Miguel Ángel Porrúa quiso dar un paso más, ponerse en movimiento, y se lanzó a estudiar un MBA en la Escuela Thunderbird, en Arizona. Salió con trabajo en Gov Works, una empresa de gobierno electrónico, eso que Al Gore llamó el «re-invented government» y que consiste en utilizar la tecnología para mejorar el funcionamiento de la administración, para hacerla más horizontal.

Su paso por Gov Works, «el mejor entrenamiento posible es el de la empresa privada, te sacan todo el jugo», fueron cinco años en Nueva York. El cambio llegó después de las «Torres Gemelas», en 2002, cuando se trasladó a Washington. Pasado el tiempo, la empresa iba a cerrar sus líneas de negocio con Hispanoamérica y en la Organización de Estados Americanos buscaban personal especializado en gobierno electrónico. Miguel Ángel Porrúa mandó el currículum y desde entonces, justo cuando salía el ex presidente de Costa Rica Miguel Ángel Rodríguez, este gijonés se sienta en la OEA y desde allí aplica la tecnología al servicio del desarrollo.

La cooperación tecnológica le obliga a viajar por toda la región, hasta el Caribe, pero no se olvida nunca de su Asturias natal. Tanto es así que desde la Organización de Estados Americanos ha impulsado y trabajado para hacer posibles distintos proyectos de cooperación con diversas instituciones asturianas.

Uno de los últimos consistió en traerse a Washington al director del catastro de Gijón para que entrenara a dieciséis directores de catastro de distintos ayuntamientos de Hispanoamérica. En su cartera, que guarda celosamente para que nada se derrumbe de lo adelantado, le quedan todavía varios proyectos que ponen en relación a Asturias y su despegue tecnológico con los programas de desarrollo y gobierno electrónico de la OEA.

El nunca volver era un decir. Miguel Ángel, al menos una parte profunda suya, parece que jamás se fue.