Gijón,

J. MORÁN

El día primero de noviembre de 1977 -acaban de cumplirse treinta años-, Felipe de Borbón, de nueve años, asistía con sus padres, Juan Carlos y Sofía, a un acto en el Real Sitio de Covadonga que, en días previos, había recibido denominaciones diversas: investidura como Príncipe de Asturias; concesión del mismo título; exaltación del heredero; entrega de los atributos principescos u homenaje del pueblo de Asturias.

La sucesión de denominaciones de aquel acto revelaba cierta confusión política y algo de pugna entre quienes lo rechazaban por precipitado y preconstitucional y quienes lo defendían como legítimo y amparado por la Ley Orgánica del Estado y otras leyes fundamentales del franquismo, según afirmación de Torcuato Fernández Miranda, presente en el acto, ex presidente de las Cortes y defensor del principio «de la ley a la ley».

Todo ello sucedía precisamente en una España envuelta en su transición, en pleno proceso constituyente y con las estructuras políticas en reconstrucción. Y cinco meses después de las primeras elecciones generales, tras los 44 años que mediaban desde las de febrero de 1936, en la II República.

Al final, hubo equilibrio en Covadonga y el acto se celebraba no como investidura, sino como homenaje y recepción de atributos. Y no era investidura porque Felipe de Borbón ya era Príncipe de Asturias desde enero.

Hubo también otro equilibrio: entre el trono y el altar, ya que el entonces arzobispo de Oviedo, Gabino Díaz Merchán, impuso que el acto civil no se celebrara dentro de la basílica del Santuario de Covadonga.

Niebla

Y como si treinta años no fueran nada, aquel uno de noviembre de 1977 los periódicos anunciaban una fuerte subida del petróleo y relataban un grave crisis en el Magreb, a costa del Frente Polisario. También la niebla se hizo presente y retrasó la comitiva real, aunque no en Asturias, sino en el trayecto entre la Zarzuela y Barajas.

Las primeras planas y las crónicas de entonces recogían toda aquella ebullición. LA NUEVA ESPAÑA explicaba los sucesivos cambios de denominación del acto, y la Casa Real señalaba a «El País» el carácter «simbólico y de homenaje» de la ceremonia de Covadonga. Se interpretó entonces que cierta prudencia política -a la espera de la definición constitucional de la Monarquía- no aconsejaba un acto de excesiva exaltación. No obstante, Juan Carlos I le había dado inmediato impulso al acto asturiano, tras una petición en ese sentido de la Diputación Provincial de Oviedo.

Había, no obstante, dudas teóricas acerca del sentido de la ceremonia, por tratarse el título de Príncipe de Asturias de un patrimonio de la Corona, otorgado originariamente en 1388 por el Rey Juan I. Y existían asimismo varias formas de entrega del título, por ejemplo, mediante juramento ante las Cortes, durante los primeros siglos. O desde 1833, con Isabel II, mediante visita de delegados de la Junta General del Principado a la Corte, tras el nacimiento del heredero. Pero la ceremonia de 1977 era totalmente novedosa.

Primera visita

El origen del acto se hallaba un año antes, el 18 de mayo de 1976, cuando Juan Carlos y Sofía visitaron por primera vez Asturias como Reyes y, en Covadonga, el presidente de la Diputación, Juan Luis de la Vallina Velarde, les pidió restaurar el título de Príncipe de Asturias. Lo hace en nombre de esa Diputación que es «continuadora de la Junta General de Principado», y en consonancia con la tradición de siglos. La respuesta del Monarca fue inmediata: «se le dará forma legal en breve plazo». En efecto, el BOE del 22 de enero de 1977 publicaba un Real Decreto que rezaba: «Su Alteza Real don Felipe de Borbón y Grecia, heredero de la Corona, ostentará el título y la denominación de Príncipe de Asturias».

Don Felipe ya era Príncipe de Asturias en noviembre de 1977, pero el acto de Covadonga iba a celebrarse de todas formas, pese a la confusión, y mediante la entrega de ciertos atributos por parte de Luis Saénz de Santa María, entonces presidente de la Diputación. Don Felipe recibió en su solapa la Cruz de la Victoria de oro y brillantes más una bolsa de cuero con cien duros -equivalentes al tributo de mantillas, que era de mil doblas medievales- y un pergamino orlado con los nombres de los 78 concejos asturianos, pero delator de una España en transición, ya que dicho documento estaba coronado por el escudo preconstitucional del águila y el lema «Una, grande, libre». El texto del pergamino trasmitía a don Felipe «sentimiento de fidelidad, adhesión y respeto con motivo del histórico día de su solemne investidura». No era investidura, como se ha dicho, pero el documento ya estaba impreso antes de los vaivenes terminológicos del acto.

Eucaristía

Antes de la entrega de los atributos, la Familia Real había asistido a la eucaristía presidida por Gabino Díaz Merchán, quien hoy recuerda que «la Casa Real aceptó separar la misa del acto cívico, pero tres días antes me dicen de la Diputación que hay que hacerlo todo dentro de la basílica, por si llueve. Yo respondí que si era así, protestaría en la homilía». Merchán no protestó, sino que hizo votos para que «todos los ciudadanos acertemos a convivir como hermanos perfectamente reconciliados».

El otro gran discurso de la jornada fue el del Rey, que Sabino Fernández Campo califica hoy de «programático para el Príncipe en medio de una jornada emocionante». Decía Juan Carlos a su hijo que «esa cruz (de la Victoria) significa también tu cruz. Tu cruz de Rey. La que debes llevar con honra y nobleza, como exige la Corona. Ni un minuto de descanso, ni el temblor de un desfallecimiento, ni una duda en el servicio a los españoles y a sus destinos En esa obra bien hecha yo quiero que tú, Príncipe de Asturias, te sientas entrañable y crucificado».

Otra noticia que los periódicos del uno de noviembre contaban era precisamente que Fernández Campo había sido nombrado secretario general de la Casa del Rey.

Respecto a las polémicas previas, como recogía la crónica política de LA NUEVA ESPAÑA, en esos días y «a título particular», militantes del PSOE, PCE, PCTA, PSPA o Conceyu Bable habían dirigido telegramas a la Casa Real pidiendo que el acto se difiriera hasta que fuera restablecida la Junta General del Principado.