Oviedo

Javier RODRÍGUEZ MUÑOZ

Jesús Blázquez, con su libro «Unamuno y Candamo. Amistad y epistolario (1899-1936)», ha descubierto la figura de Bernardo G. de Candamo, personalidad del mundo de la cultura que, a pesar de su relieve, había caído totalmente en el olvido. Escribía J. L. García Martín, en la reseña al citado libro publicada el pasado 27 de diciembre en este mismo periódico, que el nombre de Bernardo G. de Candamo se repite en todas las historias del modernismo español y, sin embargo, apenas si se tenían vagas noticias suyas.

Entre nosotros, Constantino Suárez Españolito, esa trascendental figura a la que el asturianismo debe un reconocimiento a su inmensa labor, plasmada en los 7 tomos de «Escritores y Artistas Asturianos», obra que el autor avilesino concluyó en 1936 y que no llegó a ver publicada completa, recogía una biografía sumaria de Bernardo G. de Candamo, completada con algunos datos posteriores a 1936 por José María Martínez Cachero en la edición de la obra por el IDEA.

Aunque siempre firmó Bernardo G. de Candamo, sus apellidos completos eran González de Candamo y Sánchez-Campomanes. Nació el 5 de enero de 1881 en París, donde su padre, el abogado Ladislao González de Candamo, trabajaba por entonces en la legación de Perú en la capital francesa, de la que era embajador su tío Manuel González de Candamo Iriarte, que fue también presidente del Perú en 1895 y en 1903-1904. Pertenecía éste a una rama de la familia Candamo que había hecho gran fortuna en ese país. A los 3 años, su familia regresó a Oviedo, y Bernardo González de Candamo realizó en la capital asturiana sus primeros estudios e inició el Bachillerato, que terminó ya en Madrid, adonde se trasladó en 1893.

Los González de Candamo, su familia paterna, tenían varios ascendientes de relieve, y desde el siglo XVIII poseían una noble casa rural en Pruvia de Arriba (Llanera), que antes había sido de los Rodríguez de Pruvia y que aún se conserva en un estado de lamentable abandono. Originarios probablemente del concejo de Candamo, algunos miembros de la familia aparecen radicados en Morcín en el siglo XVII y otros varios en el Oviedo de 1705, cuyo padrón sirvió de base a José Ramón Tolívar Faes para su discurso de ingreso en el Instituto de Estudios Asturianos. El primer González de Candamo notable del que tenemos noticia se llamaba Esteban González de Candamo y Hevia y era catedrático de la Universidad de Oviedo. En 1676 participó con tres poesías en un certamen celebrado en Oviedo para solemnizar la institución de la Cofradía de Santa Eulalia de Mérida. Otros destacados miembros de la familia fueron Gaspar González de Candamo, catedrático de Hebreo o Lengua Santa en Salamanca y eclesiástico ilustrado, y Francisco de Paula González de Candamo, catedrático de la Universidad de Salamanca y fiscal del Consejo durante el reinado de José I Bonaparte. Fue autor de una «Memoria sobre la influencia de la instrucción pública en la prosperidad de los estados», dedicada al rey francés, que fue prohibida por la Inquisición.

Volviendo al personaje motivo de estas líneas, Bernardo G. de Candamo comenzó muy joven su participación en el Madrid literario y cultural de fines del XIX y primer tercio del XX, y llegó a ser un prestigioso articulista y crítico literario. Era un lector voraz y su formación fue autodidacta, pues, aunque se matriculó, no llegó a cursar estudios superiores. Con 17 años publicó su primer artículo y comenzó a frecuentar las tertulias de los escritores y artistas del 98. Contaba entre sus amigos y contertulios a los hermanos Pío y Ricardo Baroja, Valle-Inclán, J. Martínez Ruiz «Azorín», Benavente, Ramiro de Maeztu y otros más. En marzo de 1899 recibió e introdujo en las tertulias literarias de Madrid a Rubén Darío, que había venido a la capital española como corresponsal de «La Nación de Buenos Aires» e infestó a todos de modernismo. Junto con Francisco Villaescusa, Salvador Rueda y Julio Pellicer, recibió en la estación de Madrid en abril de 1900 al poeta Juan Ramón Jiménez, con quien había intercambiado ya correspondencia.

Su primer libro, de prosa poética e inscrito en el credo modernista, fue publicado en 1900 y prologado por Miguel de Unamuno, a quien Candamo había conocido el año anterior en casa de Luis Ruiz Contreras, editor de la «Revista Nueva», en la que el asturiano colaboraba. Surgió entonces una amistad entre Candamo y Unamuno que se mantuvo hasta la muerte de éste. Testimonio de ella son las 97 cartas que Jesús Blázquez publica en su libro, de las que 22 son de Unamuno a Candamo. Unamuno influyó en Candamo para que se alejara del modernismo y se ocupara de temas sociales de más enjundia, así como para que ampliara sus lecturas con libros de filosofía, religión y otros temas.

También le animó a orientar su carrera hacia la crítica literaria. Candamo, a su vez, fue el informador de Unamuno de los ambientes y temas literarios del Madrid de ese primer cuarto de siglo y compañero del vasco en sus visitas a la capital. Le visitó en su destierro en Hendaya durante la dictadura de Primo de Rivera, régimen que también tuvo a Candamo deportado en Ciudad Real algún tiempo, y asistió en Salamanca al multitudinario acto en que se convirtió la última lección que en su Universidad leyó el 1 de octubre de 1934.

Son numerosas las revistas literarias en las que Candamo colaboró o desempeñó un papel más destacado («Arte de Joven», «Vida Literaria», «Vida Nueva», «Juventud», «Nuestro Tiempo», «Summa» y otras), además de ejercer la crítica teatral y literaria en destacados periódicos como «El Gráfico», «El Fígaro», «El Mundo», «La Vanguardia de Barcelona», «El Imparcial», «Diario Universal»É En «Arte Joven» realizaban las ilustraciones Ricardo Baroja y Pablo Ruiz Picasso. Éste hizo un retrato a lápiz de Candamo y, al llegar a casa con él, su padre le mandó que lo destruyera, porque opinaba lo había retratado de forma poco ortodoxa.

Desde 1901, en que se inscribió como socio del Ateneo de Madrid, fue Candamo destacado colaborador de la institución, en la que en 1905 fue nombrado primer secretario de la sección de literatura. Formó parte de varias juntas directivas y fue responsable de su biblioteca. Los ateneístas le brindaron un homenaje en mayo de 1935. Candamo compartió la mesa presidencial con Manuel Azaña, Fernando de los Ríos, Ángel Osorio y Gallardo y José Giral, entre otros. Al estallar la guerra, Candamo fue el único miembro de la directiva que permaneció en Madrid y consiguió preservar la biblioteca e instalaciones del Ateneo.

Al terminar la contienda, Candamo fue depurado y rechazado en diversos medios de comunicación. Algunas publicaciones dirigidas por antiguos amigos le abrieron sus puertas y publicó artículos en «Santo y Seña», «ABC» y «Hoja del Lunes» de Madrid, que firmaba con el seudónimo Iván d'Artedo, en recuerdo de uno de los más bellos paisajes de su infancia asturiana. Poco antes de morir, lo que ocurrió el 9 de septiembre de 1967, recibió el homenaje de la Asociación de la Prensa de Madrid.