En toda guerra hay una parte física -bajas- y otra psicológica -miedo-. En el caso del terrorismo, las bajas, no muchas, se administran del modo adecuado para multiplicar el pánico. Una vez metido el miedo en los cuerpos, basta apretar tuercas de vez en cuando y utilizar el almacén de miedo para jugar con el contrario, manteniendo la cometa en el aire a fuerza de primeras páginas. Si todos los medios de comunicación se conjurasen para no hablar de ETA, ésta se extinguiría, como una llama sin aire, pero esa autocensura radical echaría abajo el sistema democrático. Por eso la única receta contra el terror es mantenerse sereno: ni miedo ni venganza. Da la impresión de que el Tribunal Supremo, en sus dos decisiones -no ceder a la presión de la huelga de hambre, y juzgar sobre el fondo del asunto sin pasión, con arreglo a derecho- ha estado a la altura de una mente serena.