o dejan de resultar extrañas algunas reacciones suscitadas por el libro «Carta de Asturias», del eminente historiador inglés Hugh Thomas, publicado recientemente, aunque no sean inesperadas. Varias personas se han dirigido a mí, dado que he prologado ese libro, haciéndome todo tipo de observaciones y hasta recriminaciones, por lo que debo precisar que yo no he intervenido en esa obra más que para escribir el prólogo y ayudar a Hugh a corregir las pruebas. También le llevé a visitar las iglesias de Villaviciosa y le regalé la documentada obra «A la búsqueda del prerrománico olvidado», de Francisco Monge Calleja, de la que toma algún dato. Mi amigo don Armando Grande Roca, director de la meritoria revista «La Ilustración Asturiana», que aparece en Muros de Nalón coincidiendo con las estaciones del año, me manifestó su disgusto por los errores referidos a Muros, localidad que ha merecido la atención de mucho viajeros ingleses que recorrieron Asturias, desde Borrow a Starkie, y ahora Thomas, y aunque procuré hacerle ver que se trataba de errores sin trascendencia, vuelve a señalarlos en el número 24 de «La Ilustración Asturiana». Éstos son algunos de los errores: la iglesia de Santa María está en el lado Este de la plaza y no en el Norte, el cura no se llama don Jorge sino don Luis, en Muros no hay ningún bar que se llame Fortuna, el supermercado está en la carretera de San Esteban de Pravia y no en la de Oviedo, y alguien a quien Thomas llama «José Luis Felton» en la realidad es «el conocidísimo José Luis Hulton». Con lo que, concluye Armando Grande, Mr. Thomas ha dejado a Muros «hecho unos zorros». Por muy poca cosa queda Muros «hecho unos zorros», lamento tener que decírselo al amigo Armando Grande.

Más gratuita, y destilando peor gusto y pésima educación, es la carta «La verdad ante todo», publicada en un semanario de la parte oriental de la región con la firma de Mari Cruz Mijares Pardo. Esta señora o señorita se indigna porque «ya estoy harta de oír historias tergiversadas como ésta», cuando la única que cuenta historias (y además, ridículas) es ella. ¿A qué viene tanto desatino si Thomas sólo dedica tres líneas al indiano Ángel Mijares, informativas, asépticas y respetuosas? Si lo que se dice en esas escasas líneas es incorrecto, la señorita Mijares Pardo debería aclararlo, habida cuenta que ninguna persona normal podría advertir en ellas el más leve indicio de malevolencia, en lugar de sacar el lápiz a pacer y poner a volar la fantasía.

Como puede observarse, las objeciones al libro de Hugh Thomas son irrelevantes. Al menos las que se deslizan por los peligrosos vericuetos del localismo o de la crónica familiar. Otra señora me llamó para decirme que los datos que se dan sobre su marido (en una línea o dos) están equivocados, y podría mencionar otras llamadas en las que no entro porque no han sido publicadas, al menos que yo sepa. Con esto no pretendo insinuar que «Carta de Asturias» no sea merecedora de algunas críticas. Me consta que fue editado con demasiada rapidez, y eso se nota y no beneficia al libro: ni a éste, ni a ningún otro, porque las prisas siempre son mal asunto. Pero Hugh puede darse por satisfecho si las únicas objeciones que pueden hacérsele es que Somado está al oeste de Muros o que don Jorge era en realidad don Luis. Temo que tales berrinches obedecen a que algunas personas se sienten ofendidas porque el historiador no acudió a ellos en solicitud de noticias o porque no escribió el libro sobre ellos o sus familiares.

«Carta de Asturias» no es, por lo demás, una obra histórica, aunque la firme uno de los historiadores ingleses más ilustres de esta época, sino un libro de impresiones sobre una tierra, Asturias, a la que ama profundamente y a la que acude siempre que sus ocupaciones se lo permiten. Después de haber publicado algunos libros definitivos sobre temas históricos (la guerra civil, la conquista de México, el Imperio español, etcétera), Thomas se toma un respiro, dando descanso al historiador para tomar la pluma del escritor de viajes. Como Towsend en el XVIII. Debiera ser motivo de orgullo para los asturianos que un historiador de su talla inicie su actividad como escritor de viajes con un libro sobre Asturias. Un libro que no es una obra histórica, a la que se puedan exigir datos precisos, pero en la que resulta evidente el amor a esta tierra y el ánimo de comprenderla.