Johannesburgo (Sudáfrica),

M. MARTÍNEZ,

enviada especial de

LA NUEVA ESPAÑA

Las alambradas de espinos ya indican que estos muros guardan gritos y recuerdos de horror. Es la cárcel número 4, en la que el propio Nelson Mandela pasó quince días como preso político. Como él, penaron en ella miles de personas, la inmensa mayoría negros, y todos en condiciones infrahumanas. No hace tanto. Se cerró en 1983. Está ubicada en la Colina de la Constitución y una parte se conserva como museo y en otra se ha levantado el Consejo Constitucional.

La cárcel número 4 se encuentra en Johannesburgo, capital financiera y de negocios de Sudáfrica, en la que viven más de seis millones de personas. La prisión, con capacidad para algo más de 900 reclusos, llegó a estar ocupada por unos 2.250 presos, separados por razas y por sexos. Los blancos gozaban de enormes privilegios, fuera cual fuera su crimen. Dormían dos o tres recursos en cada celda, tenían colchón, tres mantas y hasta almohada. Los negros se hacinaban en grupos de hasta sesenta personas, que dormían pegadas unas a otras con una manta en el suelo y otra por encima. Ni la comida era la misma. La falta de higiene y de alimentación provocaba enfermedades y muerte. Había reclusos por muchas causas, pero la mayoría eran presos políticos que se oponían al «apartheid». O por no llevar el salvoconducto que permitía caminar por alguna calle. O simplemente por ser negro.

La que fue la sala de torturas acoge una escalera de madera en la que ataban a los negros por las muñecas y les atenazaban los pies con grilletes. En una cabina cerrada se guardan esposas, porras, látigos... Las armas con las que les pegaban en presencia de un médico que vigilaba para que no se le fuera la mano al guardia y matara a su víctima. Las condiciones eran degradantes desde el momento en que traspasaban la puerta de entrada y les obligaban a desnudarse. Algunos días, los guardias obligaban a los reclusos a desnudarse en el patio y bailar danzas tribales.

Y así fue hasta hace sólo 25 años, cuando tuvieron que cerrar la prisión por sus pésimas condiciones. Ahora, en un extremo se encuentra la sede del Tribunal Constitucional. «Tenemos la mejor Constitución del mundo, porque tiene lo mejor de todas y cada una de las que existen. Sólo falta tiempo para desarrollarla y aplicarla», afirman los guías. Sudáfrica es un país de contrastes. Sus habitantes le denominan como la «nación del Arco Iris», porque los hay de todas las razas y religiones. «Queremos convivir en paz, y lo estamos consiguiendo», dicen orgullosos.