Oviedo, Alejandro ÁLVAREZ

Asturias siempre ha estado estrechamente ligada a la Monarquía española. Es tal el vínculo que los une que a día de hoy, entre los entresijos imperiales, aún siguen apareciendo episodios en los que el protagonismo recae sobre personajes de origen asturiano. Como en el reinado de Carlos II, más conocido como el Hechizado, de 1665 a 1700. Se sospechaba que la Marquesa de Soisson, célebre envenenadora de la Corte de Luis XIV, le había privado con sus hechizos de la facultad de engendrar. En plena decadencia física, en 1698 el propio Rey pidió al Inquisidor General, Cardenal Rocaberti, que investigara su posible encantamiento. Se sabía que en Cangas del Narcea (de Tineo por entonces) había un convento que acogía varias monjas posesas y que el capellán, fray Antonio Álvarez Argüelles, tenía poderes para pedir al diablo que le revelara cómo, por qué y por quién estaba hechizado el rey. El fraile aseguró que el mismísimo demonio había pronunciado jurando ante el Santísimo Sacramento y que el hechizo se lo habían dado en una taza de chocolate el 3 de abril de 1675 en la que habían disuelto sesos de un ajusticiado para quitarle el gobierno, entrañas para quitarle la salud y riñones para corromperle el semen e impedir la generación. Como remedio, al pobre rey le dieron una serie de asquerosas pócimas que empeoraron su delicada salud. Aquel escándalo se saldó con el procesamiento del cabecilla de toda la operación, el confesor real, padre Froilán Díaz. Ante tal hostigamiento y viendo el alto precio que habían pagado algunos de sus compañeros, fray Álvarez Argüelles reveló que el demonio se había vuelto a poner en contacto con él y le había dicho que todo era mentira y que el rey no estaba hechizado.

De nada le sirvió al monje aquella especie de arrepentimiento, ya que, según escritos de la época, los pocos que se conservan, habría sido desterrado, aunque este hecho jamás ha podido probarse. En el convento de la Encarnación prefieren pasar de puntillas sobre aquel escabroso capítulo. Aseguran que los libros de la época que aún se conservan no hacen referencia alguna al caso. Entre otras cosas, reconocen, porque las páginas alusivas al tema habrían sido arrancadas. Las religiosas han reconocido los hechos, aunque con matices. Aseguran que las hermanas hechizadas no eran tres, como se asegura en la mayoría de los escritos, sino tan sólo una. Con respecto a fray Antonio Álvarez Argüelles, la documentación que aún se conserva señala que ejerció de padre vicario entre los años 1689 y 1706. Volviendo a Carlos II, que continuaba obsesionado con su hechizo, mandó llamar a otro fraile, Mauro de Tenda, un napolitano con gran fama en la lucha contra el demonio. Fray Mauro ordena, antes que nada, que la misma reina robe al rey un saquito que éste lleva siempre al cuello, colgando de una cadena de oro. La reina así lo hace y en el interior del saquito se descubren trocitos de cáscara de huevo, uñas de los pies, cabellos, y otras cosas similares. Se le hace tomar aceite bendito en ayunas. Como esto no funciona, se le unta todo el cuerpo con ese mismo aceite. Finalmente, y al ver que el hechizo está ferozmente insertado dentro del cuerpo del rey, que ni siquiera bajo los santos óleos consigue una salud y una virilidad que nunca tuvo, se le administra el aceite en forma de purgas y de lavativas. Pero ni por ésas.

Finalmente, el napolitano lleva a cabo una prolija ceremonia de exorcismo ante el rey y la reina, ambos completamente desnudos y de rodillas frente a él, revestido con el traje talar y con todas las honras sacerdotales. Sea por el frío que pasó desnudo sobre las losas de la cripta, sea porque su débil cuerpo ya no aguantaba más, el resultado de todo ello es que Carlos II el Hechizado, cae enfermo y muere poco después.