En un módulo de celdas abiertas, entregado a la lectura y sin perderse la misa del domingo. Así pasa sus días José Emilio Suárez Trashorras, el «colaborador necesario» de los atentados del 11-M, en la cárcel leonesa de Mansilla de las Mulas, a 176 kilómetros de casa, aunque para volver a Avilés definitivamente -si es que aún le quedan arrestos- tendrá que esperar 36 largos años, los que le quedan de condena si el recurso que ha presentado ante el Tribunal Supremo no prospera.

«Milio el minero» vive ahora en uno de los mejores «trullos» de España, en un módulo de los que denominan «de respeto», mientras el resto de los condenados del 11-M se pudre en celdas de aislamiento. En Mansilla, Trashorras dispone de bastante libertad de movimientos, aunque no por ello deja de estar vigilado.

Los responsables de la cárcel temen por su integridad física. No es tanto el miedo a que se suicide -ese temor parece haber pasado ya-, sino a que alguien le dé el pasaporte al otro barrio. No olvidan que el avilesino fue confidente de la Policía, una condición que le hace despreciable a ojos de los presos, como ya remarcó en su día su ex cuñado, el absuelto Antonio Toro, durante una de las sesiones del juicio.

Y no puede descartarse tampoco que el avilesino esté en posesión de algunos secretos que no salieron a la luz durante el juicio del año pasado, y que «alguien» desee sellarle la boca para siempre. Trashorras no deja de ser consciente de todo esto, y no le molesta que le tengan el ojo puesto encima. Según publica «El Mundo», los funcionarios de la prisión de Mansilla aseguran que el avilesino «tiene miedo» y que es un error mantenerle en un régimen tan abierto.

El ritmo de vida de Trashorras es de lo más regular, toda una mejora de después de pasarse años a salto de mata, colgado de las drogas y el alcohol y dedicado al pequeño tráfico de drogas. Se levanta a las siete y media de la mañana, una hora a la que, en su época mala, andaba por el primer sueño. Luego se ducha y friega la celda, que mantiene en perfecto orden de revista, no sea que le trasladen a una cárcel con un régimen menos benéfico.

A las ocho y media, después del recuento, va a desayunar. Quienes le han tratado en el interior de la prisión aseguran que lo hace además con muy buen apetito.

Un cuarto de hora después tiene su reunión diaria con un educador de la prisión, con el que comenta la marcha de las cosas. Una vez a la semana son los psiquiatras quienes le entrevistan. En la cárcel sigue a rajatabla la medicación para su trastorno esquizoide, que, según la sentencia dictada por el magistrado Javier Gómez Bermúdez, afecta de forma leve a sus facultades intelectivas y volitivas.

En cualquier caso, estar alejado de las drogas y el alcohol puede haber servido para que el avilesino se centre un poco, ya que la psicopatía que le diagnosticaron estaba asociada principalmente al consumo de esas sustancias. Él mismo lo reconoció en conversaciones con su familia recogidas por el sumario instruido por el juez Del Olmo.

A las nueve de la mañana, Trashorras debería acudir a los talleres ocupacionales que se desarrollan en el módulo, pero, siempre según afirmaciones de los funcionarios de Mansilla recogidas por «El Mundo», el ex minero siempre se las salta, sin que ello le suponga un endurecimiento de sus condiciones de vida.

El suministrador de los explosivos del 11-M pasa sus días leyendo compulsivamente -es uno de los presos asiduos de la biblioteca de la cárcel-, viendo la tele y jugando al parchís, un juego que al parecer enloquece a los internos del módulo. Luego llegan la comida, la siesta y más actividades, que el avilesino se salta con el pretexto de su estado mental.

También lee la prensa -un diario regional leonés y otro nacional- de la primera a la última página, quizá buscando noticias referidas a él mismo o a alguno de sus antiguos compinches. Y ha abandonado el comportamiento violento que le caracterizaba cuando vivía en Avilés y se paseaba por la ciudad en cochazos y armado con una pistola.

Cualquier desliz le valdría abandonar un módulo en el que, según dicen, hay incluso flores plantadas por los pasillos. De forma invariable, el preso recibe la calificación de «favorable», la mejor que puede obtenerse en este módulo que algunos comparan con un colegio mayor, aunque hay que señalar que estos últimos centros han cambiado mucho en los últimos años.

El avilesino, que se declaró cristiano y de derechas en el juicio del 11-M, no ha abandonado la religión, posiblemente acuciado por los remordimientos. Todos los domingos se levanta, se ducha y acude a la capilla de la prisión, para participar en la misa, otro síntoma de que no se trata de un preso normal y corriente.

Tras la cena y el recuento, a las nueve y media de la noche, el preso avilesino -autor material de los atentados junto con Jamal Zougam y Othman el Gnaoui- entra de nuevo en la celda, que tiene diez metros cuadrados, dos camas en litera y una televisión, para matar el rato. El ex minero comparte encierro con un preso preventivo colombiano, acusado de tráfico de drogas.

Mientras espera a la resolución del recurso presentado por el fallecido Gerardo Turiel a su condena de 38.962 años de cárcel, Trashorras trata de adaptarse y hacer de la cárcel un hogar. Las constantes visitas de los suyos -su madre, su hermana, sus primos...- intentan hacerle la espera menos onerosa. No le han abandonado pese a que una sentencia le ha colocado como el mayor asesino en serie de la historia de España. Su madre ya ha mostrado alguna vez su ciego convencimiento en la inocencia de su hijo y su confianza en que la justicia finalmente recapacite y le absuelva.

Quien le dejó en la estacada fue Carmen Toro, absuelta en el juicio como su hermano Antonio, aunque las acusaciones particulares han recurrido estos fallos por considerar increíble que ambos no tuviesen conocimiento de los manejos del ex minero. Trashorras cumplió dejándola totalmente al margen y logrando que el juez se apiadase de ella. Y él cargó con todo el marrón.

10 de diciembre de 1976.

Trashorras nace en Avilés.

1992.

Cursa estudios en el Instituto Carreño Miranda. Con 16 años comienza a sufrir trastornos mentales.

1994.

Con 18 años intenta entrar en el Ejército.

1999-2001.

Trabaja en la Mina Conchita de Belmonte. Se jubila por enfermedad mental.

2000.

Conoce a Antonio Toro y hacen negocios juntos.

Julio 2001.

Detenido durante la operación «Pípol» de la Policía de Gijón en relación al hallazgo de 16 cartuchos de dinamita en un garaje de Avilés. Queda en libertad.

2003.

Trashorras comienza a hacer negocios con «El Chino», al que conoce a través de Jamal Zougam.

Septiembre-octubre de 2003.

Reuniones de las hamburgueserías de Madrid, en las que Trashorras pacta dar dinamita a «El Chino».

Diciembre 2003.

«El Chino» viaja a Avilés para recuperar el hachís no vendido por Trashorras.

Enero 2004.

Comienzan los traslados de explosivos a Madrid.

14 de febrero de 2004.

Se casa con Carmen Toro. Al regreso de la luna de miel visita la finca de «El Chino» en Morata de Tajuña, donde se montaron las bombas.

28-29 de febrero de 2004.

«El Chino» acude a Asturias para hacerse con el grueso de la dinamita utilizada en los atentados.

11 de marzo de 2004.

Atentados de Madrid.

18 de marzo de 2004.

Trashorras es detenido.

15 de febrero de 2007.

Primera jornada del juicio.

31 de octubre de 2007.

El magistrado Gómez Bermúdez da a conocer la sentencia.