El gran Peltop es la última persona mágica que queda en Asturias. Ahora que ya no hay xanas ni diaños burlones, Peltop posee la ligereza poética de la xana y el ingenio del diaño burlón. Y como teme que se lo lleve el sumiciu como si fuera un alfiler que cae en la rendija de una galería de tablas de madera, en la que la tía Gloria borda sobre un bastidor mientras las nubes acompañan a la noche que se acerca por las montañas, el gran Peltop en realidad es un nuberu que se desplaza por los aires a llevar mensajes optimistas a los amigos que viven en tierras lejanas. Un espíritu del aire como Puck: eso es Peltop.

Aunque su mundo es más bien el mar. Capitán con su gorra de marino sobre el puente de su barco por el que navegó los siete mares y se acercó a los cinco continentes sin moverse de la arena de la playa de San Pedro de Luiña. Así, hasta que le hundieron el barco con un torpedo disparado a traición. Aquel barco inmóvil navegaba todos los veranos mientras, durante los inviernos, Peltop ganaba terreno al mar. Todas las mañanas, un raitán se acercaba al barco y cantaba tan armoniosamente que Peltop sintió la tentación de imitarle y le escribió un poema. Tal vez hubiera sido más propio que lo que se acercara al barco de los mil rumbos de Peltop fuera un albatros, una gaviota o un cormorán. Pero su compañero de la mañana era un raitán, qué le vamos a hacer, y ahí tenemos a Peltop, el gran marino, el domador de las aguas grises del Cantábrico, escribiéndole unos versos muy sentidos a don Raitán. Oyendo cantar al raitán, Peltop era feliz, hasta que el canto del parajillo fue tapado por estruendo de papeles que se acercaban. Y los papeles del torpedo hundieron el barco, mejor dicho, el puente del barco que sobresalía de la arena. En un último esfuerzo por evitar el naufragio, Peltop se puso la camisa roja de las grandes ocasiones, se puso la corbata colorada que reservaba para los mítines, y se fue al Ayuntamiento de Cudillero, como si aquellas identificaciones tan evidentes sirvieran para algo. Además, decía, mostrando su mano derecha:

-Esta mano que rescató a tantos náufragos... Esta mano que estrechó la de don Enrique Tierno Galván...

No sirvieron para nada, ni la corbata roja ni el ectoplasma del Viejo Profesor, que después de haber sido un gran fantasmón en vida, llevaba ya mucho tiempo ejerciendo de fantasma completo, aunque, eso sí, después de haber sido enterrado con mucha pompa y apariencia. De este modo, el gran Peltop se trasladó de Soto de Luiña a Gijón, para seguir vigilando las aguas peligrosas del Cantábrico. Además de un personaje mágico, Peltop es uno de los mayores polifacéticos que hubo en esta tierra. Lejos quedan sus glorias de gran campeón, de luchador esforzado y noble, y a pesar de los años transcurridos, permanece el recuerdo de sus proezas en el ring y, después, las proezas del submarinista, rescatador de barcos hundidos y de náufragos a la deriva. Yo recuerdo un artículo suyo sobre los naufragios en Los Negros verdaderamente sensacional. Es lástima que R. L. Stevenson no lo hubiera leído, porque le habría dado pie para una novela de aventuras, sobre raqueros que acechan en las escolleras la llegada de una nave perdida en la galerna, o sobre valerosos rescatadores de náufragos. Stevenson hubiera comprendido muy bien a Peltop, porque procedía de una familia de constructores de faros sobre los acantilados de Escocia golpeados por la lluvia, los vientos y las tempestades. Y después de la épica de la lucha y del mar, tanto sobre la superficie de las aguas como debajo de ellas, vino el tiempo de la lírica. Ahí tenemos al gran Peltop convertido en poeta, en estudioso de los vaqueiros de alzada, en mantenedor de la memoria de don Armando Palacio Valdés. Tanto entusiasmo le producía el autor de «José» y de «La aldea perdida», que era capaz de recitar páginas enteras de sus novelas preferidas como si tratara de poesía; y en verdad, don Armando, pese a sus méritos respetables, tenía poco de poeta.

Además de personaje mágico, de personaje épico, de defensor de causas perdidas y de poeta lírico, Peltop es un perfecto caballero. El otro día daba yo una conferencia en Gijón y le pidió a Cuca Alonso, mi presentadora, que me dijera que no podía asistir porque estaba hospitalizado. Causa mayor, por tanto. A los pocos días, llamó a Ángel Fidalgo para decirle que me deja heredero de su legado literario. ¿Cómo podré yo corresponder a la amistad de muchas décadas de Peltop? Del gran Peltop, que es como debe escribirse, y no Peltó; como, asimismo, debe escribirse vermut y chalet. El gran Peltop, uno de los últimos reyes de la ilusión que continúan sobre el mundo, está pasando por un etapa de salud delicada. Esperemos que el viejo marino que se encaró a galernas y naufragios consiga llegar en esta ocasión, una vez más, a la seguridad del puerto de la salud recobrada. Sírvanle estas líneas de testimonio de mi deseo de verle recuperado.