Lo que distingue a esta crisis de las crisis cíclicas anteriores es lo mucho que se ha hablado de ella antes de empezar, y, una vez iniciada, la abundancia de predicciones sobre su curso y final. Nunca había ocurrido nada así, y quizás venga bien. Lo peor de una crisis es su interminable pendiente de caída. Gracias a la constante cháchara sobre la crisis, ésta se acelera, y puede tocar fondo antes. Por otra parte una crisis es también un estado de ánimo, y hablar mucho de ella funciona como un conjuro, un sahumerio, un espantajo de los malos espíritus. La gente tiene muchísimas ganas de que pase la crisis cuanto antes, y no son pocos los que ya hacen planes para después. No se sabe si todo ese entramado retórico sobre la crisis significa que ya está descontada y se irá antes de lo esperado, o es el anticipo sónico de un batacazo bestial, pero de momento ayuda a mantener el tipo.