En mayo de 1808, Asturias sumaba unos 360.000 habitantes, rurales en su mayoría, que recolectaban al año 750 hectolitros de trigo y de maíz, y pastoreaban 130.000 cabezas de vacuno, 13.000 caballos, 57.000 corderos, 17.500 cabras y 31.900 cerdos. La industria, más importante que en otras provincias, se centraba en la explotación carbonífera, en la fabricación de armas y municiones, y en la producción de lino exportable -66.880 metros en 1799- o alfarería -324.000 piezas comercializadas-. Había en la región unos 2.500 obreros en estos menesteres industriales, pero unos 7.000 asturianos tenían que marchar cada año a las cosechas castellanas. El asturiano pagaba 2,5 pesetas por un copín -9,26 litros- de escanda, y 15 céntimos por un litro de sidra.

Pero, ante todo, Asturias era en mayo de 1808 una tierra sometida a la tensión contra el ejército francés que iba ocupando el país y retirando a los Borbones.

Dicha tensión estallaría el 5 de mayo en Gijón, cuando el cónsul francés en la villa, Michel Lagoinière, distribuye unos impresos que recomiendan a los españoles abandonar la fidelidad borbónica y pasarse a la bonapartista. Unidos en motín, los gijoneses apedrean el consulado y el cónsul huye con dificultad.

Cuatro días después, el 9 de mayo, se producen nuevos tumultos en Oviedo a causa de las órdenes de represión que el mariscal Murat envía desde Madrid, ciudad que se había sublevado con los franceses el célebre 2 de mayo.

Impelida por los motines, la Junta General del Principado, que casualmente celebraba su reunión trienal, decide unirse al movimiento popular y enviar comisionados que subleven las regiones vecinas. A éstas se les comunicará que «los habitantes de esta provincia están resueltos a morir a todo trance antes de rendirse al partido de los franceses», según un documento de la época de Alonso Victorio de la Concha, regidor perpetuo de Villaviciosa y miembro de la Junta.

Ambas fechas de mayo, la del 5 y la del 9, señalan la primera fase de la sublevación asturiana contra Bonaparte, «que es una revuelta más popular y espontánea que la de finales de mayo», comenta Francisco Carantoña, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de León y especialista en el período.

Los antecedentes de esa tensión que estalla a comienzos de mayo hay que buscarlos en «el descontento con el Gobierno de Godoy, el valido, hombre corrupto, cuyo desprestigio afectaba a Carlos IV», explica Carantoña.

Dicho descontento arrancó del «bloqueo del comercio con América, tras la batalla de Trafalgar, en 1805, que afecfa a toda España, a los hierros de las Vascongadas, a los aguardientes y tejidos catalanes, a los cereales castellanos y, en nuestro caso, a Gijón, que era un puerto habilitado en el comercio con América».

Lo que era descontento con Godoy era «esperanza con el joven Fernando VII, del que pensaban los españoles que podía abrir el camino a una etapa ilustrada, reformista, de progreso».

Cuando, en el Motín de Aranjuez, cae Godoy y sube Fernando VII, «ello tiene repercusión en Asturias y hay una manifestación de estudiantes en Oviedo; pero en el momento en que se ve que Napoléon libera a Godoy, y se lo lleva a Francia, junto con los reyes, decaen las esperanzas».

Carantoña señala también cómo en aquellas fechas «comienza una campaña soterrada, pero a veces manifiesta, como pasa con el cónsul francés en Gijón, Michel Lagoinière (que a veces firma Miguel), con su distribución de folletos».

Dicha campaña era «más soterrada en general; por ejemplo, se sabía que los oficiales franceses andaban diciendo que había sido una usurpación la subida al trono de Fernando VII y que el rey auténtico era Carlos IV y por ello Napoleón tenía que intervenir».

Es probable que «si Napoleón se hubiera inclinado por Fernando VII, en vez de por Godoy y por Carlos IV, no se hubiera producido el estallido». Sin embargo, «en el momento en que hay un chispa, se producen los estallidos, como sucede en Gijón el día 5, a causa de los panfletos, pero antes había pasado en Burgos, Madrid y en Toledo.

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