La juventud es acné que se cura con los años y la experiencia apenas sirve de fanal de popa, para iluminar el pasado. Dentro de límites razonables, la edad y la veteranía son criterios tan relativos como secundarios. Ninguno de ellos garantiza eficiencia alguna. Cuando la discusión interna en un partido se reduce a presumir de la juventud de unos o de la experiencia de otros, hay escasez argumental.

En el Partido Popular (PP) hay hambre, y hasta canibalismo. A este paso, a Mariano Rajoy lo deja su propia, feroz y desorientada hinchada en osamenta insepulta. Ésos son los réditos de pasar una legislatura riéndoles los chistes a las pirañas. Pero tan preocupante como el amotinamiento de los gurkas es la espantable fragilidad que revela el PP: han bastado dos derrotas consecutivas para exhibir un estado de urgencia adolescente, con dirigentes barbados y supuestamente maduros dispuestos a aventurarse por cualquier camino antes vetado (primarias) con tal de dar con un atajo para alcanzar el poder interno, tanta es la hambruna de gobierno. ¿Adónde van con tantas prisas, con cuatro años por delante y con lo que está cayendo en la economía?

El mando, en cambio, siempre da techo y regala una sombra muy relajante. Nada hay como navegar empopados por un viento favorable para concederse bulas y autoindulgencias plenarias. Así disfruta esa envidiable placidez el socialismo asturiano, sin que la marcha anunciada de Tomasa Arce, ex viceconsejera de Agricultura; la sospechosa renuncia de Arturo Verano, pese a su crédito entre el profesorado; ni la tormenta interior que sufre la Consejería de Bienestar Social -pocas veces un consejero habrá sido tan contundente en público con un subordinado como lo fue Pilar Rodríguez al desautorizar a Julio Bruno- consigan alterar la superficie de las aguas, tan calma que parece congelada. Pero, ¿a alguien le preocupa en el PSOE la franca debilidad que ofrecen algunas consejerías cuando ya está a punto de cumplirse el aniversario del triunfo raspado de las autonómicas? ¿Entran dentro de los usos y costumbres la continua sucesión de cambios en el equipo de Belén Fernández y las dificultades que reconoce Bienestar Social para aplicar la ley de la Dependencia?

No, pero el relax socialista es comprensible. Gobiernan, y ganan y ganan y vuelven a ganar, como los peces en el río, y si ellos tienen alguna laguna, los problemas de los demás -el PP e IU- son oceánicos. La principal dificultad que se les presenta es la indeseable coincidencia de la negociación del Estatuto, que se atrasará al menos hasta el otoño, con los intentos de acordar el próximo Presupuesto. Pero, en tanto llega ese mal trago, que espinará la posibilidad de consensuar ambos asuntos, pelillos a la mar y a preparar con calma el congreso regional previsto para finales de julio. Jesús Gutiérrez, secretario de organización de la Federación Socialista Asturiana (FSA), ya anda, romero, de agrupación en agrupación, cuadrando censos y, de paso, apuntando dónde puede haber alguna sorpresa conveniente.

La continuidad de Javier Fernández en la secretaría general del PSOE asturiano es una derivada lógica de la situación interna. Desde 2000, cuando asumió el liderazgo en un congreso desabrido y cainita, la FSA ha experimentado, más que un cambio, una mutación que entonces sólo se ensoñaba. Ya no es un partido fragmentado en banderías, Areces, muy metido en lo suyo, ha dejado de ser tratado como un sospechoso habitual, la colaboración entre el Ejecutivo y el partido es razonable y, para remate, las sucesivas victorias electorales han instaurado un ambiente acolchado y confortable. En especial, dos: el amplio triunfo de las municipales y el buen resultado frente a Gabino de Lorenzo, antaño tan temido.

Todo, además, bajo la mirada paternal y complacida de la dirección nacional. Porque, a diferencia de lo que ocurre con otros líderes socialistas más levantiscos, los del PSOE asturiano molestan lo justo. Aunque María Teresa Fernández de la Vega haya bromeado alguna vez sobre lo insistente que puede llegar a resultar Vicente Álvarez Areces, ser latoso entra dentro del sueldo presidencial. Enterradas las tensiones entre Antonio Trevín y Magdalena Álvarez, que las hubo, el único frente preocupante que hay ahora abierto es el de la financiación autonómica, pero éste es un debate coral, en el que el protagonismo de Asturias está tasado, por más que vocee. Y pese a que Javier Fernández haya sido siempre contundente en este punto -en algún comité federal lo peleó en solitario-, también saben que jamás desbarrará.

Así que todo son bendiciones para la continuidad. Botafumeiro va, botafumeiro viene -estas cosas suelen ser recíprocas, rige una aplicación biunívoca-, los elogios lanzados por Álvaro Cuesta al secretario general no hacen más que confirmar, vía incensario, lo que la mayoría del partido asume: en estos momentos, no hay contrapoder interno que pueda oponerse al galvanizado liderazgo de Javier Fernández ni capaz de concitar los parabienes simultáneos de Zapatero, Blanco, el presidente del Principado y, previsiblemente, gran parte de la militancia.

La reelección del secretario general consolidará, de paso, el triunvirato que funciona desde 2004: Areces, en el Ejecutivo; Trevín, en la Delegación del Gobierno, y Javier Fernández, al frente de la FSA. En esto, los socialistas asturianos siguen la máxima del fútbol: si el equipo gana, ni experimentos con la alineación ni cambio de entrenador.

Pero es precisamente en las buenas rachas cuando hay tiempo y calma para levantar la vista. Areces está en su tercer mandato, y pronto -y aunque sea a efectos internos- Fernández, que tomó posiciones en la Junta con el beneplácito de Ferraz, se encontrará en la misma etapa. Quizás el próximo congreso pueda dedicar algún minuto a pensar si conviene que siga el tándem o alguno derrape en escapada. Aunque sea un instante para, luego, volver a la relajante placidez.