En día de lluvia la primavera se muestra aún más pletórica. A los lados del camino hay una vegetación ecléctica, por la que ha pasado la mano del hombre, pero la naturaleza ha asimilado ya esa injerencia: hay pinos, abetos, robles, castaños, abedules y avellanos, en aparente armonía. La luz es tan escasa, bajo la lluvia y entre la niebla, que las hojas nuevas relucen, brillan, en especial el rebrote de los abetos, en la punta de las ramas, y los helechos que empieza a desenrollar su geometría. Unos corzos se muestran un instante al borde del sendero y desaparecen en el boscaje. Un poco después suena su ladrido ronco, entre la espesura. El agua está por todas partes: en el camino, casi un río, en la vegetación, que chorrea, en el aire empapado. Los pájaros compiten en dar cuenta del prodigio, y hay un sentido coral en la aparente algarabía, con el trueno sordo de la torrentera haciendo el contrabajo.