Oviedo, Luján PALACIOS

Al oso pardo le pasa lo de la canción: ni contigo ni sin ti. Durante años, la salvación de esta especie fue la gran bandera del ecologismo asturiano. Los sucesivos gobiernos regionales asumieron el reto. Y ahora que parece que la población de plantígrados coge fuerza, ya hay voces que advierten de los peligros que acarrean sus posibles contactos con los humanos.

No es que el oso haya dejado de ser una especie amenazada ni mucho menos, pero lo cierto es que en los últimos años se ha dado un notable incremento en el número de ejemplares, fruto de los años de esfuerzo conservacionista. El trabajo ha dado como resultado una esperanzadora recuperación de la especie, y una mayor presencia de los animales en el entorno humano. Algo que, según sostienen algunos expertos, no se debe en absoluto a un proceso de adaptación de los animales a los hombres, sino al hecho de que los osos ocupan un espacio ya de por sí muy humanizado, y por ello en la convivencia se produce una inevitable interrelación.

José Félix García Gaona, director general de Biodiversidad y Paisaje de la Consejería de Medio Ambiente y Desarrollo Rural del Principado, dejaba clara su opinión en un artículo publicado ayer en LA NUEVA ESPAÑA: «No hay un sólo indicio que permita ni tan siquiera intuir que el comportamiento de los osos, en su relación con los humanos, esté cambiando en los últimos años en la Cordillera». De la misma opinión es el director de la Fundación Oso Pardo, Guillermo Palomero, para quien la causa de los cada vez más frecuentes avistamientos reside en que «cada vez hay más osos».

El interés que despierta el oso tiene posiblemente su origen en el deseo de contemplar a una especie que ha protagonizado tradicionalmente numerosas anécdotas que perviven en el imaginario colectivo de los pueblos, y que en los últimos tiempos se están reactivando con el aumento de la población osera. La curiosidad y glotonería de estos animales ha engordado al cabo de las décadas una amplia colección de travesuras, algunas de las cuales son muy conocidas en el Occidente. Éstas son algunas de las más curiosas.

l El oso palista de Cerredo. Es quizás la anécdota más curiosa de las que se cuentan a propósito de la naturaleza atrevida de estos animales cuando se trata de saciar el hambre. Relata José Félix García Gaona cómo un oso voraz olió a distancia el bocadillo de un palista en la mina de Cerredo. El manjar estaba dentro de la pala, y al plantígrado no se le ocurrió mejor cosa que auparse a la máquina para hacerse con su botín. Una vez instalado en la pala, debió pensar que se estaba muy cómodo y decidió comerse el bocadillo del trabajador allí mismo, sentado a los mandos de la máquina.

l Las cerezas, qué manjar. Los pequeños frutos rojos han de resultar muy sabrosos para el oso, porque son numerosas las anécdotas que se cuentan en este sentido. En el pueblo de Gedrez, en Cangas del Narcea, no ha muchos años que los vecinos contemplaron con asombro cómo un oso se subía a una cerezal en medio del pueblo para dar buena cuenta de la fruta. Estuvo allí durante media noche. Este comportamiento es uno de los más habituales, según explica Guillermo Palomero. A los plantígrados les gustan mucho las cerezas, y en primavera, cuando el fruto empieza a colorear, no es difícil encontrar árboles en el monte con «nidos» creados por los osos: los animales trepan hasta las ramas más altas y se acomodan entre ellas para comer a sus anchas.

l Ladrones de miel. Otro de los manjares favoritos de los osos es la miel, fuente de un amplio anecdotario en las áreas oseras. Los cortines, recintos cerrados en los que tradicionalmente se guardan las colmenas, dan buena fe del gusto de los animales por este alimento.

Uno de los casos más curiosos sobre osos y miel aconteció hace más de dos décadas en el pueblo de Caunedo, en Somiedo. El pueblo cuenta con varios huertos en los que los lugareños producen miel. Un oso atrevido cruzó en una ocasión todo el pueblo, por delante de las puertas de las casas, como así lo atestiguaron sus huellas, en busca de las colmenas. Se zampó toda la producción de ese año. El propietario de las colmenas se empleó a fondo el año siguiente para proteger su miel, y valló la entrada al recinto con alambre de gallinero. Pero el oso, poco dispuesto a quedarse sin el rico sustento, rodeó todo el pueblo en busca de una vía alternativa de entrada. Finalmente lo consiguió, entró en el colmenar saltando desde una huerta contigua que quedaba más alta. Al tercer año el vallado se hizo de manera más segura, y el oso no pudo burlar la cerca.

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