La idea de que las instituciones estén habitadas de fantasmas que acaban poseyendo a su inquilino, es rara, pero esto no basta para descartarla. En España la Presidencia del Gobierno imprime carácter, modela, talla. Suárez les pareció a muchos un chiste, González era al llegar un imprevisible jovenzuelo, Aznar fue motejado de payaso hasta por los suyos (Charlotín), Zapatero oscilaba entre bobo solemne y cervatillo. Luego todos ellos adquirieron consistencia, peso, prestancia, en España y fuera. Lo que el Rey acaba de decir acerca de la rectitud y convicciones de Zapatero es sin duda un dato de respeto. La Moncloa descarga gravedad sobre sus ocupantes, los templa, forja. Tal vez el espectro que posee al inquilino sea la memoria dramática de España, que sigue ahí como telón de fondo, o el oceánico sentido común del pueblo español, que hace de coro. Pero algo hay, sin duda.