A Llames de Parres se acercó Jovellanos varias veces, según consta en sus diarios, y siempre decía lo mismo: los caminos, pésimos. De Infiesto a Llames hay dos leguas, y de Llames a Cangas de Onís otras dos, que califica de «mortales». Y, no obstante, los «tristes recuerdos de los alegres días pasados allí en vida de mi hermana Juana, gloria felicis olim viridisque juventae, el lugar se encuentra en «deliciosísima situación, todo plantado de roble, castaño, fresno, haya, tilo, a cual más bello; famoso juego de bolos; vista en extremo agradable de la montaña que está de la otra parte del Piaña (Piloña); su ladera muy poblada, plantada y cultivada». La bolera, hoy, está tomada por la hierba, lo mismo que el parque que centra la plaza del pueblo. No vendría mal que lo segaran de vez en cuando, bien el Ayuntamiento de Parres, bien los vecinos.

Porque Llames es un lugar tan delicioso como lo vio Jovellanos, con una vista panorámica, magnífica de «la montaña que está de la otra parte del Piaña» y que no es otra que la sierra del Sueve. También llamado Collado del Otero, pertenece a la feligresía de Viabaño, que ya recorrimos en anterior ocasión.

A Llames se entra por la carretera de Oviedo a Santander, bien por Soto de Dueñas o por Arobes, donde hay una curiosa casa de aspecto alpino al borde de la carretera, que ahora está a la venta o, como se dice en terminología actual, «disponible»: en ambos casos hay que cruzar puentes sobre el río Piloña, que va ancho y sosegado, con aspecto de gran río que no tardará en unirse al Sella. Llames está en alto, y en la ladera de la colina, en su redondeamiento hacia la carretera, está la preciosa y sencilla iglesia de San Martín, con su torre ancha y su entrada en arco, agradable muestra de construcción rural, no sólo por la arquitectura, sino por el paisaje que la rodea y enmarca. Los árboles y las praderas se dispersan por todas partes; el caserío, aunque moderno o remozado, se adapta al paisaje y al fondo, ocupando un gran espacio de cielo, la gran sierra del Sueve abarca el valle con sus grandes brazos desplegados. Estamos en el mismo punto de vista de Vallobil, tal vez un poco al Oeste, y la perspectiva del Sueve es igualmente grandiosa. Bajo el sol de la tarde, parece que todo se inunda de polvo de oro. ¡Cómo será el sol de la mañana!

Llames se encuentra en la cima de la colina. Un camino se interna en la montaña y conduce a los montes de Sevares, y el otro devuelve al viajero a la carretera general de Arobes, si es que entramos por Soto de Dueñas, o a Soto de Dueñas si entramos por Arobes. La excursión es corta, pero merece la pena. En Llames hay varias cosas que merece la pena conocer. Hay un lagar y un teatro, dos bares y un personaje entusiasta que, a base de voluntad y espero que de talento, está dispuesto a ser director de cine.

Uno de los bares lleva el rótulo de «La casa del pueblo». No sé si tendrá connotaciones políticas; de tenerlas, no observa la paridad zapateresca, ya que había en él media docena de clientes y ninguna clienta. El señor que atiende la barra, con gafas y jersey azul, es discreto y amable; la cerveza, en su punto de frialdad (muy fría, no sabe a nada, y sin alcohol, ya sabe poco), y mi mujer, que siempre toma café, dijo que era bueno. Desde los ventanales se ve el pueblo y el otro bar, el de Gaspar, también llamado La Venta, situado en la casa que fue de la hermana de Jovellanos. En la trastienda de este bar hay un teatro, con su escenario, tramoya, un par de camerinos, caseta del apuntador y todos los ingredientes necesarios para hacer una representación: no faltan más que los actores y un texto. El dueño es un enamorado del cine y del teatro, ya ha dirigido varios cortometrajes y aspira a realizar una película larga con Ana Torrent de protagonista. El bar está adornado con fotografías de gente de la farándula: como no frecuento el cine español, sólo reconozco a Gonzalo Suárez, con su disfraz habitual de pastor pakistaní, porque le conozco personalmente, y al dueño, vestido de frac. Le aconsejo a éste que si quiere ser cineasta no le tome como modelo, porque, en cuarenta años que lleva realizando películas, no hizo otra cosa que aburrir, y el aburrimiento es incompatible con el espectáculo.

El dueño me enseña fotografías de rodaje y me cuenta con entusiasmo sus proyectos. En cambio, la dueña tuvo varios gestos ásperos y muy tontos, por innecesarios. Esperemos llegue a dirigir buenas películas: de verdad lo merece.