Naturalmente, me adhiero a la propuesta del Ayuntamiento de Cangas de Onís relativa al reconocimiento de su capitalidad histórica, no sólo porque Cangas de Onís es uno de los lugares donde me siento más a gusto, sino porque se trata de una petición justa. Si aceptamos que la Reconquista se inició en Covadonga y que don Pelayo, al regresar de la montaña, estableció su corte en el valle en el que se unían dos ríos, el Sella y el Güeña, no creo que haya duda sobre que ese lugar, hoy conocido por Cangas de Onís, fue la primera capital (en el sentido de «sede de la Corte») del reino que se estaba formando. Que el Estatuto recoja o no esa circunstancia histórica tal vez no tenga mayor importancia. El Estatuto con toda probabilidad va a ser papel mojado. Mientras lo que se propone en ese Estatuto tenga que ser financiado desde Madrid, lo mismo dará que en ese papel conste mil propuestas sesudamente redactadas o tan sólo la letra del himno de Riego, porque siempre serán las cuentas de la lechera. Ahora que parece haber remitido un poco el frenesí de la «memoria histórica», debe tenerse en cuenta que tal memoria no empieza en 1936, sino en Covadonga, donde muchos siglos antes fueron derrotados unos invasores como en 1939 lo fueron otros: en ambas ocasiones, con muy poca consideración hacia los vencidos. Aunque aquella «memoria histórica», cuyo motor y fundamento, no sé si será muy «políticamente correcto» para quienes proponen la «alianza de civilizaciones», es la de España. De haber observado tal alianza nuestros reyes guerreros y reconquistadores, hoy España sería algo parecido a Siria o Egipto, como bien dice don Ramón Menéndez Pidal: un país, si es que a tal hubiera llegado, definitivamente perdido para la latinidad, la cristiandad, y, en suma, para Occidente. La capitalidad de Cangas de Onís tiene un sentido «políticamente correcto»: restarle capitalidad a Oviedo. Oviedo es la gran presa: no fue tomada en 1936 y resiste en la actualidad a pesar de la gran «debacle» de las elecciones municipales, en las que desde Oviedo hasta la raya con Santander se perdió toda Asturias menos las Peñamelleras, y en las generales, en las que hasta Gabino de Lorenzo recibió un buen varapalo por confundir una campaña electoral con representaciones de la «Compañía Asturiana» y por su ingenuidad de creer que el bable iba a aportarle un solo voto. Personalmente, me trae al fresco que el PP acabe formando parte del Grupo Mixto, pero creo que Oviedo es la capital de Asturias. Otra cuestión es que a Cangas de Onís se le reconozca una condición histórica que, por lo demás, nadie le niega.

Cangas de Onís fue sede de cuatro reyes: Pelayo, Favila, Alfonso I y Fruela. Los más vinculados a Cangas fueron los dos primeros. De lo que hizo Pelayo los diecisiete años que vivió después de la batalla de Covadonga nada se sabe, salvo que murió de muerte natural. Favila reinó muy poco tiempo, pero construyó el primer monumento de la Reconquista de que se tiene noticia: la iglesia de la Santa Cruz.

Con Alfonso I empieza propiamente la historia del reino, y fue el primer rey reconquistador en toda la amplitud del término: salió de las montañas, atravesó los puertos altos y le ganó territorios a los moros. Fruela, en fin, fue el último rey de Cangas y el primero que se fijó en las formidables ventajas estratégicas y de todo tipo del valle central y ancho en el que se elevaría la ciudad de Oviedo.

Al ser asesinado Fruela en Cangas de Onís, sus sucesores, con Aurelio a la cabeza, se apartaron de aquel trono de sangre, y en Santianes de Pravia se instaló una incolora sucesión de reyes digamos «holgazanes», por acudir a una terminología ya usada y prestigiosa. Hasta que Alfonso II el Casto se establece en Oviedo y, por primera vez, se puede hablar de una capitalidad, a la manera de lo que había sido Toledo. Con Alfonso, Oviedo ya no era un campamento militar o asiento de una corte rústica, sino una ciudad dotada de grandes edificios: no sólo de carácter religioso, sino también civil, con «un recinto para sepultar los cuerpos de los reyes» y «los palacios reales, los baños, comedores, estancias y cuarteles, los construyó hermosos, y todos los servicios del reino los hizo de lo más bello», leemos en la crónica «a Sebastián». No debe ponerse en duda que Oviedo es la auténtica, la legítima capital histórica de Asturias, y ni Cangas de Onís ni Santianes tuvieron su trascendencia. Pero Cangas de Onís puede reclamar algo que Oviedo no puede hacer: la capitalidad histórica de España. Si la primera corte se estableció en Cangas de Onís y de allí surgió el Reino de Asturias, allí también balbució España. Los reyes de Cangas de Onís fueron los que dieron el impulso a los que conquistaron nuevamente Toledo, vencieron en las Navas de Tolosa y, después de tomar Granada, arrojaron a los invasores al mar. Cangas de Onís es, pues, la capital histórica de España. Ser tan sólo capital de Asturias es poco para lo mucho que representa Cangas de Onís.