Gijón, J. MORÁN

Con su característico hablar pausado y el imprescindible cigarrillo -más en la mano que en la boca-, Santiago Carrillo habla de los dos momentos más delicados de su etapa bélica, como consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid. El 6 de noviembre de 1936, con el Ejército nacional a las puertas de Madrid, el Gobierno de la República da por perdida la ciudad y se traslada a Valencia. Ese mismo día, Santiago Carrillo se afilia al Partido Comunista de España y comienza a colaborar con el general asturiano José Miaja. En el mismo mes de noviembre, comienzan los fusilamientos de Paracuellos de Jarama, en los que perecen miles de presos civiles y militares de las cárceles madrileñas. Carrillo tenía entonces 21 años, y hoy, a sus 93, sigue dándole vueltas a la guerra civil, concretamente con un libro de próxima publicación: «La guerra pudo evitarse». También prepara un libro de perfiles de los viejos camaradas comunistas, y acaba de entregar al público su visión de Dolores Ibárruri, «Pasionaria». Entre página y página de escritura, recibe a LA NUEVA ESPAÑA en su domicilio madrileño.

l El Gobierno abandona Madrid. «En ese momento, lo que yo pensaba, con muchos, es que el Gobierno, en Madrid, estorbaba, que no iba a tomar las decisiones necesarias para defender Madrid. Pero, además, si seguía allí, lo capturaban los franquistas y se acababa la guerra civil y la resistencia republicana. El error fue que el Gobierno se va cuando ya los franquistas están a las puertas de Madrid y le van a capturar, y se va de mala manera, dejando durante diez o doce horas Madrid sin mando y con el enemigo ya en las puertas. Porque el Gobierno se va por la tarde el día 6, y las órdenes para Miaja y para Pozas tienen que ser abiertas al día siguiente, a las seis de la mañana. En la práctica, Madrid queda sin mando durante unas horas muy críticas de esa noche».

l Sobres confundidos. «Menos mal que el Partido Comunista y la JSU (Juventud Socialista Unificada) reaccionamos y ya esa misma tarde del día 6 Antonio Mije y yo buscamos a Miaja y esa misma tarde empezamos a tratar de tomar las cosas en nuestra mano, y crear la Junta de Defensa de Madrid, que no estaba claro ni cómo debía crearse, ni cuáles eran sus funciones, porque las órdenes decían resistir lo que se pueda y, si no, retirarse hacia Cuenca. Era todo lo que había en esas órdenes. Por cierto, el sobre con la orden de Miaja se lo dan a Pozas y viceversa; hay un error. Si esa misma noche no les reunimos a los dos, al día siguiente, a las seis de la mañana, si no ha entrado el enemigo todavía, hubiera sido un lío, porque los dos generales podían haber estado en lugares diferentes, y se habría encontrado cada uno con que tenía la orden del otro. Aquello fue lamentable: la forma en la que se fue el Gobierno; y se fue así porque Largo Caballero quería ser el que defendiera Madrid, pero no adoptó las medidas necesarias, y tomó la decisión de irse muy tarde, en el peor momento. Afortunadamente, la Junta de Defensa comenzó a actuar esa misma noche prácticamente, y al pueblo no le impresionó que se fuera el Gobierno. Miaja y Vicente Rojo, con representantes de organizaciones, la mayor parte perfectamente desconocidos, prepararon las cosas y encontraron el apoyo del pueblo. La defensa de Madrid tuvo dos pilares: Miaja y Rojo, por un lado, y el Partido Comunista y la JSU, por otro».

l Paracuellos del Jarama. «En el momento de los hechos, noviembre de 1936, ni Rojo ni Miaja me hubieran perdonado si yo hubiera sido responsable de Paracuellos. Porque ellos vivían una solidaridad profesional con las familias de mandos del Ejército franquista que permanecían en Madrid; las ayudaban económicamente, y las protegían de venganzas. Evidentemente, no hubieran tenido conmigo la relación de amistad y de trabajo que tuvimos durante la defensa de Madrid. El Gobierno republicano tenía que haber evacuado a esos presos, pero no lo hizo y nos dejó en las manos una situación enormemente peligrosa. Esas columnas de prisioneros, si huían y se reincorporaban, eran un peligro enorme porque había mandos para organizar casi un ejército. Allí estaban todos los mandos del Cuartel de la Montaña, y de otro lugares que se habían sublevado el día 18 de julio».

l Señores de la guerra. «Las columnas de presos salen de Madrid y quedan fuera de nuestra jurisdicción. Esa zona estaba bajo el mando del general Pozas, que era el jefe del Ejército del centro y, por consiguiente, dependía directamente del Gobierno de la República, y no de la Junta de Defensa de Madrid. Para explicar esto de las jurisdicciones contaré algo que me sucedió a mí mismo. A los diez días de la defensa de Madrid, como había conflictos entre Miaja y Largo Caballero, inicié viaje a Valencia, pero al llegar al puente de Ventas, frontera de nuestra jurisdicción, un grupo de faistas (anarquistas de la FAI), que mandaba un sujeto con el apodo de El Chato de las Ventas, me impidió el paso y tuve que dar la vuelta porque yo sólo y el chófer no podíamos enfrentarnos a un pelotón armado. El camino que siguen las columnas de presos era además un territorio de señores de la guerra, con grupos de huidos ante el avance fascista que acampaban como podían, armados, en los alrededores de Madrid. Frente a eso, no teníamos ni guardias ni soldados. En esos días, el gran problema de Miaja y de la Junta de Defensa era reclutar gente para cubrir las entradas de Madrid».

l Única responsabilidad. «Hasta que me eligen secretario general del Partido Comunista, en 1960, nunca me habían acusado de nada con respecto a Paracuellos. Incluso en el mismo campo republicano hubo polémicas sobre ello, pero nunca nadie apuntó hacia mí y me acusó de algo. La única responsabilidad que puedo asumir, es decir, todo lo más que se me podría imputar es que no pudimos dar cobertura a esas columnas de presos porque no teníamos efectivos ni para defender Madrid. Pero, además, esos efectivos, si los hubiéramos tenido, tendrían que haber sido suficientes en una situación normal, pero las circunstancias eran otras. Los efectivos, las gentes republicanas, estaban muy condicionados emocional y políticamente por los bombardeos de Madrid, por las casas hundidas, por las familias muertas, el acoso a la ciudad. Son cosas de la guerra y la catástrofe de aquellos días, cosas incontrolables».