La actitud moralizante siempre viene de lo mismo: se prohíbe uno ciertas cosas y desde ese momento siente la compulsión de prohibírselas a los demás. El cocinero Santi Santamaría reconoce que está enfermo de obesidad, y ha perdido ya diez kilos en el tratamiento. O sea que, en el fondo, libro aparte, de ahí debe arrancar su denuncia. Sin embargo, en este caso, el aullido del moralista es bienvenido, pues la situación alimentaria es, en general, una desgracia. Los datos de la OCU sobre la cantidad y tipo de grasas en patatas fritas y bollería también meten miedo. El que quiera mantener una dieta, aunque sea moderada, lo tiene crudo; en realidad apenas podrá probar bocado fuera de casa. Pasaron muchos años con miles de muertos en carretera antes de que se empezara a tomar la cosa en serio. Ningún ministro de Sanidad será creíble si no toma los hábitos de inquisidor en materia alimentaria.