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El teniente coronel Juan Yagüe llegó a Gijón el 10 de octubre de 1934. Tres días antes, el 7, varias columnas comenzaron a converger sobre Asturias: la de León (general Bosch), la de Galicia (general López Ochoa) o la de Gijón, formada por el desembarco de la Legión y los Regulares, y que iba a ser encomendada a Yagüe, después de que el teniente coronel López Bravo mostrara dudas sobre encabezar tropas africanas contra civiles.

El día 9 de octubre, López Ochoa entra en Avilés y se dirige a Oviedo. La víspera, cuenta Yagüe en su diario que «llega a San Leonardo un capitán con cuatro guardias civiles y me traen una orden para que vaya a Soria. Me encuentro un telegrama con orden de incorporación a Madrid en el primer tren. Requiso un automóvil y me voy a San Leonardo». Al día siguiente, «me dicen en Madrid que voy a mandar las tropas de desembarco de África. Hablo con Franco y con el Ministro, que me invitan a comer». Y el día 10, «salgo en aeroplano de Madrid a las 6.45. Llego a León a las 8.45. Salgo a las 14.00 en autogiro y llego a Gijón a las 15.45».

El archivo de Yagüe incluye cuatro relatos de su llegada y actuación en Asturias. Tres de ellos corresponden a declaraciones escritas para el proceso al que le sometió el general López Ochoa a partir de noviembre de 1934. La cuarta versión es la contenida en su diario manuscrito, y se trata de un texto más espontáneo, en el que aflora el fuerte temperamento del militar.

Por ejemplo, sobre su llegada a Gijón escribe: «La bandera está combatiendo en El Llano. Tomo el mando de la columna y empiezo su organización. Caridad no aparece hasta las 21.00 horas y no se entera de nada». El jefe de las tropas que operaban en Gijón y alrededores era el general Rogelio Caridad Pita. Esa llegada a la villa de Jovellanos había sido complicada. En una de sus declaraciones explicará después que «toma tierra el autogiro en las inmediaciones de la carretera de El Musel y el declarante se fue en busca de alguien que pudiera informarle de las tropas que hubieran desembarcado y de quién ejercía el mando en la plaza, y después de andar un buen rato, desorientado, se encontró con un coche en el que iba el teniente ayudante de la 6.ª Bandera y dos legionarios que le llevaron al puesto de El Musel donde se encontró con el excelentísimo señor general don Rogelio Caridad Pita, a quien se presentó y se puso a sus órdenes, pidiéndole autorización para ir a enterarse de dónde estaban las fuerzas desembarcadas; que tomó contacto con las fuerzas en la estación del Norte, con el batallón de África n.º 8, y en una calle cuyo nombre no recordaba, con la 6.ª Bandera del Tercio».

Entre el diario y esta declaración existen divergencias evidentes, sobre todo en las apreciaciones sobre Caridad Pita, que iba a ser en noviembre el instructor de la causa que le abre Ochoa. Y lo mismo sucede cuando describe sus primeros pasos por Asturias. Con mayor diplomacia, dirá en una de sus declaraciones que «el día 11, a las seis treinta de la mañana, como no se presentaron más que seis camiones, emprendieron la marcha andando y supeditando la seguridad a la velocidad». Sin embargo, en el diario había escrito antes: «Toda clase de retrasos por tardar las fuerzas en estar dispuestas y por falta de pan. Salgo sin medios de transmisión de ninguna clase. Desde las 4.00 de la madrugada no hay nadie en la Comandancia militar».

Además de los reproches sobre el general Caridad, explícitos o implícitos, López Ochoa también será objeto de las reticencias de Yagüe, que el día 11 escribe en el diario: «A las 17.20, en vista de la falta de noticias, de lo avanzado de la hora y de que L. Ochoa no intenta establecer contacto, decido interrumpir el combate y fortificarme». Y el día 14 también anota en el mismo diario: «Doy cuenta al general Ochoa a las 8.30 de la situación del Hospital y del peligro que, a mi juicio, representa dejar esto sin reconocer y vigilar. Me manda el general al comandante Munde diciéndome que no admite sugerencias de nadie». Pese a que Yagüe declarará después de Ochoa que «el expresado general me trató con toda cordialidad y me felicitó constantemente», la enemistad que desembocaría en el citado proceso ya estaba entablada.