Un buen espía es un profesional del disimulo y del engaño, por lo que, bien mirado, la lealtad inmaculada a sus jefes es una hazaña moral. En la naturaleza se da, y, por ejemplo, los aviesos y crueles lobos son muy leales con los suyos, pero el hombre no deja de ser una enfermedad de la naturaleza. Que al recién cesado director del CNI («la Casa», en el argot) le han hecho la cama sus subordinados, con caja de resonancia mediática bien coordinada, parece algo evidente, pero un buen jefe de espías debe saber que, en los tiempos que corren, tiene debajo un nido de víboras y no puede permitirse un desliz. Del nuevo jefe hay que esperar que aplique el máximo rigor hacia abajo, pero se lo aplique también a sí mismo. En todo caso, si somos objetivos, cualquier fallo entre los espías con carné es menos grave que el de espiar sin carné, como al parecer se hacía en la Casa B de doña Espe.